David Foster Wallace
Un mes después de que David Foster Wallace se ahorcara, el 12 de septiembre de 2008, D.T. Max pasó por el servicio especial de la Universidad de Nueva York y se topó con una multitud de decenas de lectores del autor en reunión de homenaje. Lucían tatuajes con frases de sus libros, repetían pasajes favoritos de sus obras y discutían sobre el incierto final de La broma infinita. "Pero más sorprendente aún", escribe Max, "era la cantidad de personas de entre los presentes en la Universidad de Nueva York aquel día que ni siquiera habían leído los libros de Wallace o que, como mucho, habían picoteado algunos de ellos. ¿Qué estaban haciendo allí?".Con esta peregrinación de groupies literarios arranca Todas las historias de amor son historias de fantasmas (Debate, 2013), la biografía que, publicada en 2012 en EE.UU., ondeó como la bandera del bautizado, por la andanada de publicaciones, artículos y estudios, como "el año de David Foster Wallace". Un libro que el periodista D.T. Max se decidió a escribir al sorprenderle la pasión con que se celebraron los homenajes que siguieron al nada inesperado suicidio del escritor, a los 46 años. Derrotado al fin por la depresión que le perseguía hacía dos décadas, y por una errónea prescripción médica, DFW se transusbstanciaba en una suerte de espíritu de su tiempo.
"Aclamado a los veinte años, quemado y hospitalizado por depresión y abuso de drogas antes de cumplir los 30, consiguió salir de todo ello y escribir La broma infinita". Tras este concentrado biográfico que abre el libro de Max se despliega la vida de David Foster Wallace, un producto del Medio oeste norteamericano en el que vivió su infancia y juventud, de la educación de una familia feliz y culta aunque algo desprendida, del consumo masivo de libros y televisión, y de una prodigiosa inteligencia que compartía espacio en su cerebro con la patología mental que acechaba con los ropajes de la ansiedad y la depresión. Nacido en Ithaca (Nueva York, 1962), su familia se trasladó a los dos años a Urbana (Illinois). Foster Wallace, temprano aficionado al tenis y a la marihuana, cursó estudios universitarios en Armherst donde fue un excelente estudiante de media de matrícula de honor cuya peor nota, un sobresaliente bajo, recibió precisamente en una clase de escritura creativa. "Años después, en una entrevista, afirmaría que cada vez que terminaba un relato, tenía que volver a escribirlo en un estilo más convencional para que le pusieran buena nota".
El viaje de Todas las historias de amor son historias de fantasmas, -idea que aparece en una carta de juventud de DFW y, más tarde, en su novela El Rey Pálido- prosigue con la forja de la carrera literaria del escritor que tiene su primer hito en La escoba del sistema, una primera novela empapada de postmodernismo, de Pynchon, De Lillo o Barthelme, con la que se licenciaría cum laude en 1985, y alterna con las sucesivas recaídas e ingresos propiciados por la adicción, así como con su actividad como extraño y brillante reportero de revistas que cristalizó en una serie de impagables antologías. Con parada y fonda en el proceso de escritura de La broma infinita, esa increíble novela señalada como una de las cien mejores del pasado siglo que no gustó nada, sin embargo, a Harold Bloom. ¿El final? Ustedes ya lo conocen.
D. T. Max, quien lamenta al final del libro no haber llegado a conocer en persona a su biografiado -aunque lo vio en la fiesta de presentación de La broma infinita, con "una bandana, algún tipo de camisa zarapastrosa, gafitas de abuela y la expresión de de un cervatillo que desearía estar en cualquier otro sitio"-, recurrió a la familia y amigos de Foster Wallace para buscar "su voz". Los recuerdos de todos ellos pespuntean una narración minuciosa y admirable que también se apoya y espiga en la lectura prolija de La broma infinita y El Rey Pálido. Una biografía al fin en la que el lector acaba por sentirse, como ha escrito estos días Luna Miguel, como si hubiera acompañado "a DFW al colegio, o a la universidad". La excelente traducción, por cierto, es de la fosterwalliana declarada María Serrano.
2013, el año de DFW en España
Si 2012 fue el año de David Foster Wallace en Estados Unidos, bien pudiera ser 2013 su año en España. Prendió la mecha la nueva y valiente editorial Pálido Fuego cuando a finales del pasado año publicó Conversaciones con David Foster Wallace, de Stephen J. Burn. El mismo sello lanzó en enero La escoba del sistema, la primera y pantagruélica novela del escritor inédita hasta entonces en español. Y ahora, a la publicación de la biografía de T. D. Max se une la edición de En cuerpo y en lo otro (Mondadori), una antología de artículos inéditos que es una joya a medio desbastar en la que brilla el entusiasmo de DFW por el tenis -y, ¡ay!, por Federer y contra Nadal- y sus querencias filosóficas -Wittgenstein-, literarias -Pynchon- y cinematográficas, con un desopilante análisis de Terminator 2 que es a un tiempo crítico y embelesado.