El poeta Juan Luis Panero. Foto: Jorge Moreno

Juan Luis Panero ha muerto en Torroella de Montgrí (Girona) a los 71 años víctima de un cáncer. De esta manera se va uno de los poetas españoles más destacados, capaz de expresar su voz con auténtica libertad. Prueba de ello, su obra que quedó recogida en la Antología Poética (2009) de Ediciones Vitruvio.



Aquí puede leer algunos de sus poemas.




A la mañana siguiente Cesare Pavese no pidió el desayuno

Solo bajó el tren,

atravesó solo la ciudad desierta,

solo entró en el hotel vacío,

abrió su solitaria habitación

y escuchó con asombro el silencio.

Dicen que descolgó el teléfono

para llamar a alguien,

pero es falso, completamente falso.

No había nadie a quien llamar,

nadie vivía en la ciudad, nadie en el mundo.

Bebió el vaso, las pequeñas pastillas,

y esperó la llegada del sueño.

Con cierto miedo a su valor

-por vez primera había afirmado su existencia-,

tal vez curioso, con cansado gesto,

sintió el peso de sus párpados caer.

Horas después -una extraña sonrisa dibujaba sus labios-

se anunció a sí mismo, tercamente,

la única certidumbre que al fin había adquirido:

jamás volvería a dormir solo en un cuarto de hotel.




Pequeña cabeza en bronce

Te recuerdo, pequeño objeto quieto,

muchacha sonriente de bronce,

en Madrid, tras los cristales de una vitrina,

protegida por los viejos muros

y los pesados muebles que amó mi niñez.

Era en la casa de Manuel Silvela 8,

que quise más que nada en el mundo

y que ahora no es más que una fábula.

Vi de nuevo tu rostro, el esplendor de tu sonrisa,

donde el artista anónimo dejó un poco de vida,

en horas abolidas de la brumosa adolescencia,

en aquel comedor de la abuela Bergnes,

cuya presente ausencia aún me acompaña.

Fuiste después, cosa a medias perdida,

entre libros, en el despacho de mi padre,

y en ausencias y viajes te fui, poco a poco, olvidando.

Y hoy, sin esperarlo, después de tanto tiempo,

alguien te ha traído de España,

regalo de mi madre, pequeña sombra de nostalgia.

Puesta sobre la chimenea de este piso desierto,

contemplas su amplia extensión de fantasmas,

el cielo nuboso de Bogotá, los árboles golpeados por el viento,

las sombras de la noche cayendo y el deshacerse del hielo en el vaso.

Y frente al tenaz trabajo de los años,

frente al lamentable desastre de vivir y de morir,

tu pequeña materia secreta me sigue sonriendo,

trae esta noche un perdido reflejo a la memoria.

Como todos los hombres, no sé dónde ni cuándo

encontraré la muerte, o mejor al revés,

me encontraré la muerte para acabar este absurdo paseo,

pero me gustaría -ya sé que es sólo un sueño-

que tú estuvieses cerca, con tu suave sonrisa,

recordándome la mezquindad de nuestra historia

y ese frágil encanto de algunas pocas cosas,

su efímera belleza, eterna sin embargo.

En el más íntimo y último de todos mis fracasos,

que tu serena sonrisa me señale

lo que en la vida hay de bello y para nada,

que, de alguna manera, venzas así el paso atroz del tiempo.




Luis Cernuda

En Madrid, donde me dieron la noticia de tu muerte,

en Sevilla, años después, en una extraña primavera,

en Londres, repitiendo tantas veces

el sonido de tu voz, el roce de tu mano.

En Nueva York, mirando caer la nieve

-junto aquel cuerpo que tanto quise-,

y en México, bajo la lluvia, frente a la piedra rajada,

que nada guarda sino tu nombre y la ceniza de un recuerdo,

has estado conmigo, fantasma de un fantasma.

Y esta tarde de Roma -en la casa en que muriera Keats-,

bajo la luz transparente de principios de otoño,

he vuelto a sentir, casi un temblor, tu presencia,

la terca pasión de tu memoria,

algo remoto y familiar como tu fotografía.

Que esa presencia, esa memoria me acompañen

hasta el día en que sean reflejo fiel,

testimonio inútil de un sueño derrotado

y una mano cierre mis ojos para siempre.




El poeta desaparecido (Alfonso Costafreda)

Anuncios de destrucción,

arañado tuétano de la muerte,

espía implacable en la cerradura de la nada.

Sin embargo, qué cercana tu voz -que nunca oí-,

tus palabras, las aterradas sílabas de tus sueños.

Hoy como ayer, quizá mañana,

en las olas que descubren la piedra,

tiernas y frágiles, impasibles y tercas,

tú llegas todavía y acompañas y ayudas.

Huesos de espuma, intensidad de claroscuro,

sombras desoladas de recuerdos, sol y sal,

presencia y féretro, ramalazos de luz. Ahora te escucho.




La memoria y la muerte

Sólo son tuyas -de verdad- la memoria y la muerte,

la memoria que borra y desfigura

y la sombra de la muerte que aguarda.

Sólo fantasmales recuerdos y la nada

se reparten tu herencia sin destino.

Después de sucios tratos y mentiras,

de gestos a destiempo y de palabras

-irreales palabras ilusorias-,

sólo un testamento de ceniza

que el viento mueve, esparce y desordena.