El poeta Juan Luis Panero en Barcelona en 2011. Foto: Santi Cogolludo
La editorial sevillana Renacimiento publicó -va a hacer pronto 30 años- un libro de los que hacen época, aunque sea en el mundo de la poesía, más dado a intimidades que a influencias decisivas; pero la aparición conjunta de sus cuatro libros hasta la fecha (1984) fue un aldabonazo. Aparecía además Juegos para aplazar la muerte (qué titulo más estremecedor hoy, que se ha ido) en la colección Calle del Aire, que adopta el nombre de donde estuvo la última residencia de Luis Cernuda en Sevilla, y que además llena de la estrecha brisa de su rótulo el título del libro inaugural del sevillano.El de Panero también era el primero en cierto modo. Las entregas que reunía no habían tenido apenas circulación en el medio literario español, y ahora aparecía, deslumbraba, un poeta que, hijo del magnífico Leopoldo Panero, había conocido a Cernuda en Londres, cuando era un niño y su madre, Felicidad Blanc, creía vivir un idilio con el autor de La realidad y el deseo. Fue también en Londres donde conoció a T.S. Eliot, "aquel educado espantapájaros", en 1947.
Si no su poesía, su personaje, su máscara de epatante bon vivant, era conocida por una película que dio mucho que hablar y aún sigue estremeciendo: El desencanto, de Jaime Chávarri (con una secuela de Ricardo Franco, Después de tantos años). Allí aparecía con su madre y sus dos hermanos, uno de los cuales, Leopoldo María, era el verdaderamente conocido por su ya evidente locura y sus poemarios emblemáticos, además de por haber sido incluido en la antología de Castellet Nueve novísimos poetas españoles. Para muchos, entre los que me cuento, la poesía de Juan Luis era mucho más emocionante y lograda. Y para una generación de poetas españoles, todo un descubrimiento.
Cuatro años después, en 1988 se publicaba Galería de fantasmas, que obtuvo el Premio Fundación Loewe en su primera convocatoria. Siguieron poca poesía más, lo fundamental de su obra ya estaba escrito. Parcamente, y a través de unas conversaciones con Fernando Valls ofreció sus memorias con el título de Sin rumbo cierto, libro que ganó el XII Premio Comillas en 1999. Vivía retirado en Torroella de Montgrí y hacía tiempo que arrastraba una enfermedad que, junto con su mala vida y el alcohol -como en su padre-, fue modelando con inquina su rostro. Pienso que no estaría de acuerdo con lo que Cunqueiro escribió una y otra vez de que se bebe para recordar, no para olvidar. Yo creo que él lo hacía por esto segundo, para olvidarse de todo, y especialmente de sí mismo, en esa despedida perpetua que fue su vida. Tuvo predilección por los que no encajan, por los suicidas. Casi siempre se fijaba más en el gusano que la horada que en la manzana lustrosa. Cuando le envié mis primeros poemas, respondió con una frase que no he olvidado y cito de memoria: "En este oficio, uno tiene que aprender a acertar o equivocarse solo." Eso fue, un solitario. Además de un grandísimo poeta.
Poeta, ensayista y traductor, Antonio Rivero Taravillo (1963) obtuvo en 2008 el XX premio Comillas de biografía por Luis Cernuda: años españoles (1902-1938). Es uno de los grandes conocedores de la obra de Juan Luis Panero, a menudo opacado por su hermano Leopoldo María.