Robert Kaplan

Traducción de Laura Martín. RBA. 478 páginas, 24 euros

Aquellos que olvidan la geografía nunca pueden derrotarla. Ese es el mantra del nuevo libro de Robert D. Kaplan (Nueva York, 1952). Cada capítulo empieza con una lectura de los límites del territorio en la manera en que un adivino lee las líneas de una mano, un trazado de un mapa de las montañas, los ríos y las llanuras que determinan el destino. Pero justo cuando el texto empieza a tambalearse bajo el peso del determinismo geográfico, Kaplan cambia de terreno, abogando por "el determinismo parcial que todos necesitamos". Retrocede hasta la opinión mucho más moderada de que la geografía es un 'telón de fondo' indispensable para el drama humano de las ideas, la voluntad y el azar.



Kaplan, que es corresponsal de The Atlantic y miembro del Centro para una Nueva Seguridad Americana, resucita a pensadores del siglo XIX y de principios del XX como Halford J. Mackinder, cuyo artículo de 1904, "El eje geográfico de la historia", sostenía que el control del 'Corazón' de Eurasia determinaría el destino de los imperios. Asimismo, puede que otros estrategas contemporáneos, como Alfred Thayer Mahan y Nicholas J. Spykman hayan preferido el poder naval al poder terrestre, pero seguían describiendo la historia mundial como una eterna lucha entre los dos. La mayor parte de lo que proponían estos autores parecería políticamente incorrecto hoy en día por ser imperialista y racista. Los nazis se apropiaron (ilícitamente, en opinión de Kapland) de las teorías de Mackinder. Sin embargo, estos geoestrategas miraron más allá de la etiqueta ritualizada de la diplomacia y de las expectativas contenidas en el derecho y vieron la cruel y persistente lucha por la supervivencia, tribu contra tribu, invasores contra habitantes. Su fuerza reside en su apreciación de las formas en que los elementos fijos de la geografía y el clima determinaron el elemento más variable de la decisión humana (la historia que relata hoy en día Diamond en su clásico Armas, gérmenes y acero).



Quizás la mejor prueba de su valía es la calidad del propio análisis geopolítico que Kaplan hizo posteriormente. Aplica su enfoque, con la geografía como punto de partida, a distintas regiones del mundo y realiza unas predicciones que cambian radicalmente la opinión generalizada. En Europa, vaticina -de forma acertada, en mi opinión- que el Mediterráneo volverá a "convertirse en un conector", que unirá el sur de Europa y el norte de África como lo hizo en la antigüedad, en vez de seguir siendo la línea divisoria entre las antiguas potencias imperiales y sus ex colonias. Es probable que las tierras de olivos y de vino se conviertan otra vez en una comunidad económica y cultural, impulsada quizás por las enormes reservas de gas natural y petróleo que se encuentran bajo el lecho marino en el norte y el este del Mediterráneo. En un sentido más amplio, sólo el tamaño demográfico y económico de la Unión Europea, a pesar de los pronósticos poco halagüeños en ambos aspectos, lleva a Kaplan a la conclusión de que "seguirá siendo uno de los grandes centros neurálgicos posindustriales del mundo". Por tanto, el cambio del centro de gravedad de la política europea de Bruselas a Berlín tendrá repercusiones mundiales.



Kaplan se centra a continuación en el este y pronuncia un veredicto sobre Rusia que contradice el determinismo de su título. Vladímir Putin y Dmitri Medvédev, escribe, "no han tenido ideas inspiradoras que ofrecer, y de hecho, ninguna ideología: lo que tienen a su favor es solo la geografía. Y eso no es suficiente". Esa misma geografía "domina una relación permanentemente tensa entre Rusia y China", a pesar del compromiso compartido con el gobierno autoritario que une a sus regímenes.



En Oriente Próximo y en el suroeste de Asia, la lente geográfica de Kaplan revela una similitud inesperada entre Irán y Arabia Saudí. Describe a ambos como unos conjuntos imprecisos de tribus, pueblos y tierras, con unos centros que a menudo no pueden mantener unidos a sus lejanos dominios. La historia saudí oscila entre el "corazón wahabí de Nadj" y "las periferias de la Península Arábiga". E Irán "ha sido con más frecuencia un imperio amorfo y multinacional que un Estado". El sufijo 'istán' significa 'lugar' en persa, lo que significa que los 'istán' de Asia Central -Pakistán, Afganistán, Tayikistán, Uzbekistán y el resto- reflejan un mapa trazado en Teherán.



Alejándonos del corazón del territorio, es en el hemisferio occidental donde la estructura de Kaplan arroja los resultados más sorprendentes, formando una amalgama extraña entre Huntington y Braudel: "Estados Unidos, creo, surgirá en el transcurso del siglo XXI como una civilización a la vez polinesia y mestiza, orientada de norte a sur, de Canadá a México, en vez de ser una isla racialmente de piel más clara orientada de este a oeste en la zona templada que se extiende desde el Atlántico hasta el Pacífico". Tiene razón al concentrarse en la intersección de la demografía y la geografía hemisférica, pero es igual de probable que la presión para lograr una mayor integración hemisférica provenga tanto de la competencia económica con Asia y Europa como de la demografía. Y Kaplan reconoce una parte del argumento: ve un mundo en el que una "Eurasia orgánica y unida" exigirá una "Norteamérica orgánica y unida" como "contrapeso".



Este recorrido geográfico por el mundo se basa en un concepto muy del siglo XIX de lo que es un mapa. Kaplan lo define como "la representación espacial de las divisiones de la humanidad", y con ello se refiere no solo a una representación del territorio físico, sino de la topografía. Su énfasis en las 'divisiones' de la humanidad es revelador y le lleva a abrazar el realismo en la política exterior. Kaplan da por sentado que la humanidad está básicamente más dividida que conectada, aunque una visión objetiva del panorama permitiría ambas situaciones. Su perspectiva geopolítica se ve reforzada por su confianza en la trilogía tucídidea del "miedo, el interés propio y el honor" como motivaciones humanas básicas.



Pero, ¿por qué el mapa auténtico es un mapa de tierras en vez de personas? Las redes sociales y los flujos de datos masivos de todo tipo nos ofrecen la posibilidad de ver y representar las interacciones humanas como nunca se ha hecho antes, y de trazar mapas de los deseos, las aspiraciones y las conexiones. La intersección de millones de pequeños mundos ahora se puede seguir y visualizar: las galaxias humanas son tan densas y complejas como las estrellas que se encuentran sobre ellas. El programa Google Flu Trends nos permite trazar un mapa de los brotes de enfermedades controlando el momento y lugar en el que enfermos incipientes realizan una búsqueda de los síntomas de la gripe. Se puede trazar un mapa de las transacciones financieras a través de los bancos; en la futura era del dinero móvil, se podrá trazar un mapa de ellas mediante los GPS y los móviles. El resultado será una nueva disciplina de sociografía.



El propio Kaplan describe las megaciudades menos desarrolladas del siglo XXI como inmensas ciudadelas de lucha en solitario que crean una "nueva geografía urbana... de anhelos intensos y personales". Esta parte es fascinante, pero demasiado breve, especialmente porque los mapas de esos anhelos pronto serán tan detallados como las descripciones de las ciudades.



Al mismo tiempo, entenderemos cada vez más lo subjetivos que son nuestros mapas físicos. Google Earth y Google Maps hacen que la gente tenga la posibilidad de convertirse en su propio cartógrafo al ponerla literalmente en el mapa.



Al final, la venganza de la geografía será la venganza tanto de la geografía humana como de la geografía física: un mundo mucho más hecho por nosotros, y de una forma mucho más democrática.