Lo más importante de nuestras vidas sucede en instantes inaprensibles, según se deduce del famoso pasaje de la magdalena de Proust. En uno de esos instantes, en la Feria del libro de Madrid, con el sol golpeando sobre el Retiro, surgió una conversación espontánea entre un experto en Proust y un editor. El centenario de la primera edición de En busca del tiempo perdido se estaba acercando (se celebra justo hoy) y ambos vislumbraron la posibilidad de publicar algo especial. La prensa hacía tiempo que no hablaba del tema y habían pasado 13 años desde la última traducción, la de Mauro Armiño. Mientras tanto, Proust seguía siendo para el público ese muro infranqueable. Quizá hoy más todavía.
Alejandro Hermida, dueño del sello Hermida Editores, le comentaba esto al escritor, ensayista y asesor literario Jaime Fernández mientras el nombre de la traductora María Teresa Gallego ya se le pasaba por la cabeza. Decidieron editar un frasco pequeño en el que quedara encerrada la esencia de las 4.000 páginas que constituyen esta catedral de la literatura contemporánea, una suerte de souvenir para los nuevos viajeros y un confortable recuerdo para los auténticos exploradores del escritor francés. "Hoy gran parte del público está acostumbrado a la inmediatez y eso casa mal con Proust", lamenta Hermida. Sin embargo, el resultado de aquella charla en el parque, que lleva por título El almuerzo en la hierba, dista mucho de lo inmediato por lo elaborado, pensado y cuidado. Un encaje de bolillos.
Jaime Fernández fue el encargado de seleccionar los pasajes fundamentales de los siete libros en tiempo record. Además, firma el ensayo de cien páginas que inaugura el volumen. Experto en Literatura Comparada, llegó a Proust siendo un veinteañero y nunca supo salir de esa corriente continua que es su literatura. Lo que hizo para esta edición fue distinguir todos los temas del narrador y elegir los pasajes más significativos para ilustrarlos y entenderlos. Figuran todos: el tiempo, la memoria, la costumbre, la amistad, el amor, los celos, las relaciones sociales, el esnobismo social e intelectual, la homosexualidad masculina y femenina, el arte y la creación artística, la literatura, el lenguaje, la imaginación, los sueños, la apariencia y la realidad, la enfermedad, la vejez y la muerte. Para los capítulos del ensayo, como buen proustiano, echó mano de la metáfora: "El título viene de una de las citas más hermosas, es la metáfora inspirada en el cuadro de Manet, que a su vez es una metáfora. En Proust la metáfora es clave, en eso quiso distinguirse de su maestro, Balzac. La bordaba".
Habla Fernández con pasión de este autor tocado con una apabullante curiosidad, una portentosa imaginación, una insuperable capacidad de abstracción y una memoria prodigiosa, dones que conjugó para averiguar y describir lo que significaba su propia evolución vital: "Se han hecho estudios sobre la flora de En busca del tiempo perdido, Proust era una enciclopedia, tenía una gran capacidad de retención de datos y lo fue plasmando en la novela de forma espontánea". En Francia, recuerda Fernández, fue considerado una rara avis por ese estilo neobarroco que rompió con la tradición literaria del país, por desplegar una escritura río brotada directamente del pensamiento: "Lo suyo era poner los estados de conciencia sobre el papel", define. Lo contó Celeste Albaret, su ama de llaves (por cierto, el único personaje de su biografía que aparece claramente señalado en el libro): Proust escribía y escribía y ella le ayudaba a pegar las hojas con cola, hasta formar un acordeón de papel. "Fue un mártir de la literatura, todo lo dio por la novela, es un caso de entrega absoluta", concluye.
Bajo un nuevo brillo
María Teresa Gallego, encargada de la traducción junto a Amaya García, sostiene que estos fragmentos seleccionados son las arterias que conducen a todo el universo Proust: "Es una buena iniciación a la obra completa, pues su prosa es complicadísima y este libro funciona como una preparación a la lectura", recomienda. La traducción que aquí se presenta es totalmente nueva, a partir de la de Gallimard, que a día de hoy es la canónica: "En la traducción de Alianza hay cosas situadas en libros diferentes, porque él mismo cambiaba episodios de un tomo a otro. Es más, Albertine desaparecida y Albertine prisionera formaban parte de Sodoma y Gomorra. Proust iba reformando las estructuras; tanto, que a su muerte hubo largas discusiones entre los albaceas", enfatiza.
Si traducir a Proust es ya una tarea compleja y minuciosa, hacerlo a partir de fragmentos sueltos entrañaba una dificultad mayor, pues requería no sólo releer lo anterior y posterior a cada uno de ellos sino contextualizarlos para el lector, incluyendo en ocasiones nombres omitidos o explicaciones. No en vano, al final de El almuerzo en la hierba se incluye un diccionario de personajes. "El editor y el antólogo barajaron si hacer la división por temas o por libros, pero pensamos que la novela tiene una evolución, que además de la aprensión de la vida, también cuenta con una trama. Decidimos dividir por libros pero añadimos también una segmentación temática, de modo que cada lector tiene la oportunidad de leerlos de una forma u otra", abunda.
Una vez traducidos, los pasajes se le antojaron a Gallego de un poder mucho mayor: "Adquieren un relieve nuevo, brillan más. Proust te va calando como una lluvia fina, pero aquí todo funciona como un torrente, como una bofetada. Por ejemplo, al agrupar los temas de la revelación, el momento en el que se percata de que lleva todos esos años persiguiendo una serie de cosas y de que esa es la esencia de la vida, tiene mucha más fuerza al leerlos todos juntos. La intención era dejar constancia de esos momentos estelares, una visión a vuelo de pájaro de ese gran río que baja dando rodeos que es Proust, un escritor que fluye como un pensamiento, que es la reproducción misma de una cabeza pensando".
Entre las novedades de la traductora está el cambio en el título de Por el camino de Swann, libro del que ahora se conmemora el centenario. Gallego ha concluido que lo apropiado en Swamm, en cuanto a personaje, más allá de la localización geográfica que entraña, es decir Por donde vive Swamm, un polémico cambio de título que, sin embargo, también por su repetición a lo largo de toda la obra, adquiere sentido.
El Proust ensayista
El lector agradecerá el mimo con el que han tratado las palabras extraídas con bisturí para que puedan entenderse sin el resto de la serie, una selección próxima al texto filosófico, moral o social en la que se averigua con nitidez la primera vocación de este escritor y genial observador, la de ensayista: "A él le criticaban que no tenía una idea preconcebida de lo que estaba escribiendo y, en cambio, ya en el primer libro hay una visión clara de El tiempo recobrado. Describe a través de esos personajes jóvenes -que luego envejecen- la decadencia de la aristocracia y lo hace tan bien que incluso los historiadores le reconocen esa visión del corrimiento de clases que se produjo después de la Primera Guerra Mundial", aporta Fernández, que también considera que en su brillante capacidad de análisis del yo también se adelantó a los postulados de Freud.
De esta forma, lo que se aprecia en la edición es la perfecta conjunción entre el filósofo y el novelista, que es, al cabo, una invitación para que el lector no sólo amplíe luego la lectura sino que también, en su vida, observe, profundice, analice y medite.