Lumen publica una nueva edición ampliada de los diarios de Alejandra Pizarnik.
Sólo tenía 17 años: "¡Caer! ¡Estoy cayendo! Mientras me río, no sé por qué, me siento impura. Cuando lloro, no sé por qué, me siento y me purifico. ¡Cómo sufro! Mi alma es un trozo amorfo, blanquecino y lloroso...". La voz detrás de estas palabras es la del tormento temprano de la escritora Alejandra Pizarnik (Buenos Aires, 1936), de la que ahora ven la luz sus Diarios completos en una versión corregida, ampliada y, añade la editora, Ana Becciu, "definitiva". 20 años después de estas palabras, la escritora se despidió de la vida y del dolor tras ingerir 50 pastillas de secobarbital. "Heredé de mis antepasados las ganas de huir", escribe al comienzo del libro. Dejaba una obra luminosa en sus tinieblas, consagrada a la escritura, y una biografía que, como se aprecia a lo largo de las más de mil páginas del volumen, asumió desde el principio el destino fatal del poeta: "¡Alejandra! ¡Alejandra! ¡Piedad por tu espíritu! ¡Alejandra! ¿Qué será de ti, sola en esta muerte espasmódica? ¿En esta lugubridad humeante? ¿En este fuego sin alumbrar?", se cuestiona.Para Becciu, Pizarnik, en poesía, en prosa, en los diarios, es siempre la misma Alejandra, a pesar del vasto espectro de facetas y giros de su obra: "Aunque murió muy joven, supo dar un viraje completo a su factura poética sin abandonar una constante, la escritura en sí. Este aspecto se refleja en los Diarios, que le sirven para reflexionar sobre su trabajo y su vida", destaca la editora. No es baladí la pronta edad a la que Pizarnik tuvo acceso al psicoanálisis, algo muy poco frecuente en la época. Las terapias, como se aprecia en el libro, también la empujaron a la introspección y a las constantes preguntas sobre su forma de ser y de estar. El mismo hecho de escribir un diario también la convierte en una precursora, pues entonces no era una práctica frecuente entre los escritores y menos en el caso de una mujer: "Tenía una extraordinaria capacidad para analizar su vida interior, su sexualidad... quizás a la gente joven de hoy le pueda parecer una nimiedad, pero es impensable para su tiempo", recuerda Becciu.
La nueva edición aporta unos fragmentos inéditos que conservaba la poeta Olga Orozco, quien a su muerte nombró a Becciu su albacea. Estos papeles que habían estado conservados en un sobre recogen un momento clave en la vida de Pizarnik, el correspondiente a su primera estancia en Francia, cuando tras desprenderse del ambiente opresor de la sociedad porteña se encuentra con un París lleno de estímulos y de escritores que le fascinan. Son estos unos textos elaborados, escritos a máquina y con correcciones, a diferencia de los de otras épocas, aunque, recuerda la editora, la poeta siempre corrigió, podó y, con toda probabilidad, desechó muchos fragmentos. Como novedad, el volumen también permite al lector asistir a las distintas versiones de cada entrada. Esta fijación por pulir su prosa, unida al hecho de que conservara los diarios, da cuenta, amplía Becci, de que la poeta era consciente del valor intrínseco que tenían y de que se planteara publicarlos, como de hecho hizo con algunas partes. No en vano, en su mente figuraba un diario al estilo del de Leonard y Virginia Wolff.
No se equivocaba Pizarnik cuando escribía que algún día sus papeles estarían en un museo (aunque ella añadió de un instituto psiquiátrico) y hoy la auténtica versión completa se custodia en Princeton. Decimos auténtica porque la editora se puso como límite no publicar textos que aludieran a personas vivas mencionadas en sus páginas con nombres y apellidos, ignorando el morbo mitómano que rodea a Pizarnik: "Lo que pude decir una persona joven en un arrebato puede dañar mucho a una familia, a ninguna persona le gustará ver impresa su vida íntima. Los investigadores que quieran ver el fragmento del último año de su vida, que se paguen el viaje al Princeton, pero este es un libro para un público muy extenso, para un lector de obra literaria. En la edición anterior, los morbosos me acusaron de censura sin tener en cuenta mandatos familiares o editoriales. Jamás respondí a aquellas acusaciones", protesta.
De vuelta al contenido, el lector se topará con una mujer que, desde muy joven, fue consciente de lo que estaba escribiendo, de su talento y de la importancia de lo que iba a hacer. Pese a su baja autoestima, la escritura fue siempre incondicional para ella. Ello, unido al apoyo de sus padres en su carrera literaria -ayuda que reconoce en varias ocasiones a pesar de la conflictiva relación que tuvo con ellos- provocó que la literatura fuera para ella su sino, una disciplina inaplazable. La primera Pizarnik de estos diarios es una adolescente con un casi insólito historial lector, que a lee a Lautréamont, a Kafka, a Jarry, a Proust y César Vallejo y que ya tiene formada la idea del destino del poeta, para ella innegociable. "Realiza un trabajo de introspección permanente, también hacia la escritura. Hay mucho de taller en sus diarios, donde se ejercita desde la adolescencia. De hecho, nombra cuadernos anteriores al 54 de los que debió desprenderse. Pero hay cosas deliciosas ya desde el comienzo, como su pasmosa capacidad de observación".
Otra constante de la obra es que, a pesar de que fue una autora reconocida, nunca se sintió dueña del idioma, hija como era de inmigrantes que llegaron a Argentina huyendo del Stalinismo. Desde niña, Pizarnik se esfuerza en la gramática y busca por todos los medios que el español, que no es su lengua materna, le sea útil. Pero la incomodidad existe ("Una vez más el lenguaje se me resiste, no el lenguaje propiamente dicho, sino el deseo de conjurar mis deseos por medio de una detallada descripción de lo que veo...).
Y, de hecho, en ocasiones, abunda la editora, parecía sentirse más libre con el francés, dada también su empatía hacia la cultura de este país. Y hay más temas, la conmoción parisina, las reflexiones sobre el arte, sobre la muerte ("Cuando yo muera ¿Quién me lo va a decir?"), su fidelidad a los grandes maestros, el mundo de los sueños, el debate entre casarse y ser madre o dedicarse plenamente a la escritura... Y concluye Becciu: "Desde el principio, el riesgo que corría era muy grande. Primero por la soledad a la que condena la poesía, que te lleva a fronteras que no puedes predecir; segundo, por la dificultad de elegir ese destino en la pacata Argentina. Para ella, que tenía una forma de ser muy avanzada para la época, que había conocido el París de la Nouvelle Vague, que se codeaba con gente que estaba a años luz de sus paisanos, la vuelta a Buenos Aires fue un golpe del que nunca se recuperó".