Las canciones de Jeff Goblin
Llama la atención una peculiaridad. Barrera, que participa en happenings y ha pintado una serie de cuadros que forman el mosaico nacido de estos poemas, añade unas advertencias en cursiva. Con ellas aclara los detalles o consigue una especie de cadencia en el conjunto de estrofas. Y, en consecuencia, construye un juego donde combina tensiones, fluidez y descansos.
Ya en la primera parte del volumen se aprecia el rasgo distintivo que vemos repetirse en las siguientes páginas de la obra: cuando emplea un lenguaje escueto, Barrera logra aumentar el misterio. La economía de medios no equivale a incapacidad en su arte. Sin ostentaciones retóricas, con ritmo cuidado, sus poemas de tres, cinco o doce versos nos invitan a la relectura. Como si el autor, al comprimir los materiales que lo impulsaron a escribir, ofreciera más significados posibles a los lectores. Así en casi cuarenta ocasiones. Sólo el texto con que se inicia el libro y las dos piezas finales de 'Las orejas largas', de ironía fácil, caen en lo anodino y desmerecen del interés general.
El idioma eficaz, la destreza para ensamblar ingredientes dispares y el atrevimiento son también características de Las canciones de Jeff Goblin. Todo con una desenvoltura que no parece calculada. Apunto otro mérito. No pocos versos de Francisco Javier Barrera incluyen una intensidad cercana al aforismo: "El reloj contiene su aliento de araña".