Gustave Flaubert
La revista Turia publica tres fragmentos inéditos de Madame Bovary, la obra más célebre de Gustave Flaubert, gracias al trabajo del traductor Mauro Armiño.
Armiño, Premio Nacional de Traducción en 2010, es el responsable de este rescate cultural y no solo se ha encargado de su traducción sino que elabora para Turia una nota introductoria sobre los contenidos y características de estos fragmentos. La edición de las Obras Completas de Flaubert, publicadas por La Pléiade en 2013 bajo la dirección de un experto como Claudine Gothot-Mersch, le puso tras la pista de estos inéditos. Pero no fue su única fuente ya que hace varios años, el Ayuntamiento de Ruan (localidad natal de Flaubert) puso en la red los manuscritos del escritor, entre otros los de Madame Bovary, con transcripciones hechas por estudiantes universitarios de letras en los que ya aparecían estos textos.
El traductor, que ahora trabaja en la propia Madame Bovary para Siruela y que ya había traducido del escritor francés los Tres cuentos (Alianza Editorial) y La educación sentimental (Valdemar), opina que, a través de Turia, se puede "llamar la atención de lectores que ya han leído la novela y a los que este tipo de hallazgos les puede servir para revisarla". Para ello, la publicación de estos tres fragmentos eliminados se realiza con anotaciones del lugar en que cada uno de ellos estuvo insertado en los manuscritos de la novela y respetando los títulos que la edición de Le Pléiade les ha dado: Conversación durante el baile, Una discusión sobre libros y El juguete de los niños Homais.
El primero de ellos, Conversaciones durante el Baile, arrancado del capítulo dedicado al primer sarao social al que Emma Bovary acude, redunda en la descripción que Flaubert había hecho del estrato social (nobles, militares, alta burguesía) que centraba su sentido de la vida en el valor monetario de las cosas.
El segundo, Una discusión sobre libros es el más significativo y se ocupa de la pasión de Emma Bovary por la lectura. El hecho de que una mujer tuviera este tipo de inquietudes en la época era motivo de crítica por parte de la burguesía, ya que desvirtuaba la idea tradicional de la mujer. Así nos lo hacen ver Homais, hombre de ciencia y boticario, y la madre de Charles Bovary en este texto inédito. "La lectura es el hecho fundamental de la gestación del personaje de Emma Bovary", explica Armiño. " Si a Don Quijote se le secó el cerebro del mucho leer, a Emma le pasó lo mismo: pasaba las noches entre novelas y poesías románticas cuando el romanticismo tenía ya veinte años y era una antigualla; soñaba, no con molinos de viento, sino con castillos, príncipes, lagos lamartinianos y demás tópicos del movimiento".
Este fragmento también incide en el ajuste de cuentas con el romanticismo que Flaubert llevó a cabo sobre una base de novela realista "con una ironía y una maldad que se ceban con Emma". Por último, el tercer texto, El juguete de los niños Homais se incluía el capítulo XIV de la segunda parte: la depresión que sufre Emma tras el desastre de su primera aventura amorosa. Durante ese periodo, Emma interactúa con sus vecinos y fruto de esa coyuntura es el párrafo suprimido, puramente anecdótico.
Los motivos para suprimir estos textos emanan de la fijación de Flaubert por no distraer al lector del personaje principal. "El escritor confiaba en su amigo Maxime du Camp, que le sugirió cambios de términos, cortes, etc.", comenta Armiño. "En estos fragmentos, el motivo fue porque se apartaban del personaje central, y los veía como digresiones que ralentizaban la acción. Flaubert aceptaba unas sugerencias y rechazaba otras. Desde el punto de vista de Du Camp, es cierto, divierten al lector del personaje".
Una discusión sobre libros
Pero eso acarrea consecuencias, pobre hijo mío, y quien no tiene religión siempre acaba mal. (IIª parte, cap. VII, pág. 163, líneas 18-19).- Perdóneme -interrumpió el señor Homais-, se puede permanecer en el buen camino sin seguir para nada el de la Iglesia. Mejor admitir todo. Seamos tolerantes y filósofos, examinemos las cosas; - y no es para atacar la religión. Yo la respeto, sé que se necesita una; pero, en fin, el dogma no implica en absoluto moral, como tampoco la virtud depende de la creencia. Y así los españoles, los italianos, esos andaluces de que hablan los autores, esas mujeres voluptuosas que asisten a corridas de toros y llevan puñales en la liga, pues bien, esas mujeres tienen religión, y ello no impide que...
-Usted, señor Homais -replicaba Bovary madre, ¡usted es un hombre de ciencia!... Usted tiene sus ideas... yo tengo las mías. Sin embargo, deberá admitir que una mujer no puede razonar como un hombre. ¡Ellas no saben latín! Les resulta imposible sopesar los pros y los contras; y yo sostengo que, a fuerza de atormentarse siempre porque quieren aprender más, terminan cayendo enfermas. Imagínese cómo pasan las noches.
-¡Oh, detestable, detestable! -exclamó el farmacéutico, súbitamente ablandado por el cumplido-, no hay exceso peor que esa manía de hacer del día noche y de la noche el día. Por eso yo, incluso en los momentos claves de mis estudios, nunca me acosté pasadas las diez; pero desde las cuatro en verano, y de las cinco en invierno, ya estaba en la tarea; además, con seis horas bastan; ¡es lo razonable!
septem horas pigro, nulli concedimus octo
Aunque, a decir verdad, nos hayamos relajado en ese punto un poco de la rigidez gótica de nuestros buenos antepasados. No obstante, pienso como usted, señora, que la blandura de la cama, cuando se le une el hábito de la lectura, puede volverse extremadamente funesta. La inercia muscular que es demasiado completa, no contrarresta la acción cefálica, que es demasiado violenta; sin tener en cuenta que la noche actúa poderosamente por sí misma sobre el sistema nervioso, pues entonces la imaginación es más sobreexcitable, y la sensibilidad más impresionable. El nervio óptico, continuamente obligado a llevar al cerebro las sensaciones, lo agita. Lo conmociona. Trabaja como un berbiquí que le hubieran adaptado para perforarlo. - Y, de ahí, palpitaciones, desganas, pérdida del apetito, las digestiones se hacen mal, la inervación se altera, es la vigilia la que se convierte en sueño, el sueño en vigilia, el dormir, si se presenta, resulta perpetuamente agitado por epistomaquias, dicho en otros términos pesadillas, y pronto ocurren los diferentes fenómenos de magnetismo y de sonambulismo, con los más tristes resultados, con las más deplorables consecuencias -y no ataco aquí, fíjese bien, el fondo del asunto, no voy al corazón del tema, que sería examinar las relaciones de la moral y de lo físico y cómo la literatura y las Bellas Artes tienen relación con la Fisiología-, no, rozamos y vemos de pasada lo que se encuentra en la mayoría de los autores modernos, a fin de descubrir si es posible...
- Pues ya que eso le divierte -objetaba Charles aturdido.
- ¡Permítame! -decía el boticario acalorado.
- Escúchale -replicaba la madre Bovary.
- Cavernas -continuaba el señor Homais-, espectros, ruinas, cementerios, monederos falsos, claros de luna, ¿qué sé yo?, toda suerte de cuadros lúgubres que predisponen singularmente a la melancolía. Añada luego que esos productos febriles de imaginaciones delirantes están mancillados por neologismos, expresiones bárbaras, palabras barrocas, hasta el punto de que se ve uno obligado a devanarse los sesos para comprenderlas. Porque les confieso que yo, a menudo... ¡no comprendo a sus autores de moda! -y no me refiero a los pequeños, no, sino a los más célebres, a los que tienen reputación, ¡a los que están en la cumbre!-, y lo repito una vez más, quizá sea por falta de inteligencia, lo declaro con toda humildad, en fin, no los comprendo; y no me sorprendería en absoluto que esas invenciones en que el buen gusto, como la lengua y las costumbres, son tan audazmente ultrajadas, terminen por revolucionar incluso el propio organismo. Todo esto, por supuesto, no tiene ninguna relación con Madame Bovary, que desde luego es una de las damas que más considero, salvo quizá un poco de efervescencia, un poco de exaltación.
-¡No, no! -exclamaba la anciana agitando sus agudas encías-, lo que usted dice, señor Homais, tiene mucha cordura; porque esos libros de que habla muestran la existencia rodeada de belleza, pero luego, cuando se llega a la realidad, se topa con el desencanto. Y es eso, estoy segura, ella rabia sabiendo que no tiene razón, y que la conozco bien. ¡Ah, sí!, bien que la conozco. Porque no se trata de hacerse la cursilona, ¡la intelectual!, además ¡hay que sufrir en la vida! ¡Hay que cumplir con sus deberes! ¡Hay que gobernar la casa! Pero es lamentable, de verdad, y tu deberías vigilarla, ¿no es cierto, señor, usted que es su amigo?
Tomaron, pues, la decisión de impedir que Emma leyera novelas.