Los responsables del diccionario, durante el acto de entrega del pasado viernes.

De las 23 ediciones del Diccionario de la Real Academia será esta última, la que verá la luz en octubre, la más revolucionaria, si entendemos revolución, con la RAE, como un profundo cambio en cualquier cosa. Más de 100.000 enmiendas en los últimos 13 años muestran el dinamismo de una lengua, la española, que crece, se transforma e incorpora -sobre todo incorpora: sabemos que la RAE es más proclive a la inclusión que a la exclusión- 6.000 artículos más que en la edición anterior, de 2001, y más del doble de las entradas aparecidas en el primer diccionario en un solo tomo, de 1780.



Estamos en uno de los momentos más vigorosos y, por tanto, más dinámicos de la lengua española, y la RAE se esfuerza por que se note. En total, el nuevo diccionario incluirá 93.000 entradas y unas 200.000 acepciones, un 10% de las cuales corresponden ya a americanismos. "Contamos con una serie de recursos -comenta para El Cultural Darío Villanueva, secretario general de la RAE- que facilita el traslado de ese dinamismo de la lengua al diccionario. Es más fácil que nunca registrar, a través de contenidos audiovisuales o escritos, todas las variantes y expresiones del español de hoy, una lengua muy extendida geográficamente, inmersa en un continuo crecimiento demográfico muy claro, pero que al mismo tiempo mantiene una unidad sorprendente, con un tronco del español general situado en torno al 90% de las palabras habituales que utilizamos en cualquier parte del mundo".



La Academia trabaja el diccionario en el tiempo gracias al Corpus del Español del Siglo XXI, una gran base de datos en la que cada año entran 25 millones de realizaciones del español distintas. De ellas, un 70% corresponden a expresiones americanas, lo cual da una idea de por dónde se está moviendo realmente nuestro idioma. En la nueva edición se incluyen términos como "jonrón", proveniente del inglés "home run" o nuevas acepciones de palabras como "tableta", que pasa a incluir entre sus significados el de "dispositivo electrónico portátil con pantalla táctil y con múltiples prestaciones". Además, se eliminan unos 1.350 artículos y desaparecen palabras como "acupear", "bajotraer" o boleador", ya en desuso. "En nuestra tradición -explica el secretario general de la RAE- es más difícil que desaparezcan palabras. Esto entra dentro de lo normal, ya que para nosotros es importante mantener, por ejemplo, los términos literarios, aunque sean de hace cinco siglos".



Darío Villanueva niega que la Academia haya cedido a la presión de determinados colectivos al retirar algunas expresiones que, según estos, resultaban sexistas o discriminatorias, como esa que decía, a propósito de la palabra "huérfano", "dicho de una persona de menor edad: a quien se le han muerto el padre y la madre o uno de los dos, especialmente el padre". Estos colectivos, dice el académico, confunden a menudo el papel de la RAE: "Nosotros comprendemos que haya sectores especialmente sensibilizados con determinadas causas, y entendemos también que se sientan incómodos con determinadas palabras, pero eso no es suficiente para que el diccionario prescinda de ellas. Esas palabras existen y el lenguaje sirve para la bueno y para lo mano. Nosotros también utilizamos las palabras para insultar. Y las utilizamos para decir la verdad, pero también para decir la mentira. Por tanto, no tiene ningún sentido un diccionario solo con las palabras buenas o biempensantes."



La polémica, sin embargo, no es nueva y siempre, en cada época de un modo, se ha tendido a confundir o intercambiar esos dos vasos comunicantes llamados realidad y lenguaje. Por ejemplo, cuando la academia publicó el famoso Diccionario de Autoridades (1726-1739), los autores manifestaron que no recogerían palabras que se refiriesen a "objeto indecente". Así, entonces, ejercieron una censura en todo lo referente al sexo, al cuerpo o a la escatología. Eso hoy, ejemplifica Villanueva, "sería inaceptable, una gazmoñería".



La situación ahora es distinta. Si entonces el teocentrismo trataba de hacer prevalecer su dogma en el diccionario, hoy la corrección política parece querer apropiarse de ese mismo contenido. El secretario de la RAE insiste en el papel fundamental de la Academia, que no es otro que el de limitarse a reflejar lo que ve, lo que oye: "Hemos conseguido que el diccionario sea el reflejo de una sociedad laica, en la que hay distintas creencias religiosas y grupos sociales. El diccionario no promueve ni publicita palabras, simplemente recoge términos que están en la calle. Si aquella censura del siglo XVIII sería inaceptable hoy, ¿no lo sería del mismo modo cualquier otro tipo de censura, venga de donde venga?"