César González-Ruano ante su mesa de trabajo. Foto de archivo.
Hasta hace unos meses, uno de los premios de periodismo mejor dotados del mundo -30.000 euros- llevaba su nombre. Con una pluma excelente y con un aire distinguido y bohemio de “hidalgo venido a menos”, César González-Ruano (Madrid, 1903-1965) ha sido considerado durante décadas como uno de los mejores periodistas españoles siglo XX. Sus colegas y discípulos, como Paco Umbral o Camilo José Cela, hablaban con indulgencia e incluso admiración de su carácter amoral, de pícaro, de buscavidas. Ruano fue corresponsal de ABC en el Berlín nazi y en la Roma fascista, y vivió tres años a todo tren en el París ocupado sin escribir ni trabajar. En 1942, la Gestapo lo detuvo y fue encerrado en la cárcel militar de Cherche-Midi. ¿Cuál fue el motivo? ¿De dónde sacaba el dinero para mantener su nivel de vida en la capital francesa?
Él mismo alimentó a su regreso a España el enigma sobre su excéntrica figura y sus andanzas en París -y en Roma y en Berlín- con silencios y medias verdades vertidas en sus diarios y memorias: “No fue por robar relojes, claro está”, reconoció el escritor a propósito de su encarcelamiento parisino sin dar más explicaciones. Ahora, El marqués y la esvástica. César González-Ruano y los judíos en el París ocupado (Anagrama) pone sobre la mesa los episodios más oscuros de la “leyenda Ruano”, que trasladarían al periodista del territorio de la amoralidad a la inmoralidad absoluta. Tanto es así, que el periodista se ganó la desconfianza tanto de la resistencia francesa como de los regímenes nazi y fascista, con los que había colaborado. Los autores del libro son la ensayista especializada en cultura germánica Rosa Sala Rose y el reportero Plàcid Garcia-Planas, que han pasado tres años viajando, visitando archivos y recabando testimonios para llevar a cabo una extensa investigación de 500 páginas.
El marqués y la esvástica está escrito con un estilo ágil que pone al descubierto los propios entresijos de la investigación, añadiéndole al ensayo ingredientes propios de las novelas de misterio. “Desde el principio supe que lo importante no sería la meta, sino todo lo que pudiéramos encontrar por el camino. Esta actitud te permite reflejar no sólo los éxitos de la investigación, sino también los fracasos y las contradicciones”, explica Garcia-Planas.
Según las averiguaciones de los autores, Ruano se aprovechó de la tragedia judía traficando con salvoconductos para los fugitivos, a los que expoliaba sus bienes. De esta manera financiaba las joyas que llevaba y las fiestas que daba en París, aseguran los testimonios de personas que coincidieron con él, contados por sus familiares. Varios documentos -procedentes de la embajada alemana en París y del expediente del juicio al que fue sometido años después por la Francia libre- acreditan que la Gestapo encerró a Ruano en Cherche-Midi durante 78 días por traficar con salvoconductos y extorsionar a una familia judía a cambio de tráfico de influencias.
El libro también documenta cómo Ruano ocupó y expolió en París el piso de un judío. El empresario español Julián Ruiz Aranda había usado sus contactos para facilitar la huida del comerciante judío José Bernheim hacia la Francia no ocupada. Bernheim le confió las llaves de su fastuoso piso de 850 metros cuadrados a Ruiz Aranda, y éste alojó en él a Ruano. Según la viuda del arquitecto, el periodista desvalijó el piso: “A medida que colgaba una falsificación, vendía el cuadro original y se gastaba el dinero”. Cuando en 1943 los alemanes tasaron el piso para su “arianización”, el lujoso mobiliario y las obras de arte se habían evaporado, según el informe del tasador.
Sala y Garcia-Planas aseguran que “los círculos diplomáticos y jurídicos españoles por los que Ruano se movió a su llegada a París estaban éticamente gangrenados”. Buceando en el archivo de la Prefectura de Policía de París, los autores se han topado con numerosos casos de estafa y chantaje a judíos por parte de españoles con nombres y apellidos a los que Ruano conoció. Sin embargo, de él no hay ni rastro en este archivo. Para Sala, el descubrimiento de esta “gangrena moral” entre los españoles establecidos en el París ocupado es uno de los principales hallazgos de la investigación. “Esta gente, entre los que había gente de derechas y chaqueteros que habían sido republicanos, engañaba con la facilidad de quien se toma un café”, se indigna la germanista.
Terror en Andorra
La acusación más grave sobre Ruano, que no ha podido ser probada, procede de Eduardo Pons Prades, que fue coordinador regional del maquis en los Pirineos y participó desde 1941 en el pasaje clandestino a España de civiles y militares europeos que huían de la Francia ocupada. Según sus memorias publicadas hace unos años, Los senderos de la libertad, su cuadrilla descubrió unas misteriosas caravanas de camiones que llevaban engañados a decenas de fugitivos hasta los Pirineos y allí los asesinaban a tiros. Los guerrilleros encontraron a un superviviente malherido en el bosque, un ingeniero químico judío de apellido Rosenthal. A partir de su testimonio, uno de los compañeros de Pons Prades llamado Manuel Huet viajó con él a París para tirar del hilo. Según sus pesquisas, que Sala y Garcia-Planas admiten no haber podido corroborar, González-Ruano podría haber estafado sistemáticamente a fugitivos judíos en el París ocupado con salvoconductos falsos haciéndose pasar por el agregado cultural de la embajada española. Aquél sería el comienzo de una falsa cadena de evasión que se rompía en Andorra y en muchos casos acababa en asesinato. “Aunque esto fuera cierto, no creo que Ruano supiera el final que le aguardaba a los fugitivos a los que les vendía los salvoconductos”, matiza Sala.
Esta “leyenda negra andorrana” es la otra línea de investigación principal del libro, junto con la de Ruano. Según Garcia-Planas, “se conoce de sobra en el principado pero nadie quiere hablar de ello”. En España se conoció a partir de una serie de reportajes del periodista Eliseo Bayo aparecidos durante los años del destape en la revista Reporter, “entre culos y tetas”, explica el investigador. “Queda mucho por investigar sobre este asunto y debería ser el gobierno andorrano quien tomara las riendas para clarificarlo todo, porque si no la leyenda negra será cada vez más leyenda y más negra”, reclama Garcia-Planas.
Una pluma mercenaria
El libro también demuestra, a partir de documentos intercambiados entre la embajada nazi en España y el ministerio de asuntos exteriores alemán, que Ruano puso su pluma al servicio de la propaganda nazi a cambio de dinero. En sus artículos cantaba las bondades del régimen nazi y su concepto del honor patrio y la pureza racial, al tiempo que atacaba y despreciaba a los judíos, sobre todo en dos artículos titulados “La raza”, donde decía que “el judío es un masoquista y un ventajista de la persecución”. En otro artículo, publicado en La Nueva España, afirmaba: “El judaísmo ha ganado terreno en Francia: domina su política, orienta sus tristes destinos, condiciona la vida de la República a los juegos de la masonería y a los intereses de Moscú”.
Después de tres años de investigación, Sala aún no tiene claro cuánto de convicción y cuánto de conveniencia tenía el antisemitismo de Ruano: “Es difícil saberlo, pero había mucho de oportunismo y de ganas de llenarse el bolsillo en su actitud”. Por otra parte, la autora cree que este desprecio hacia los hebreos está relacionado con sus propias aspiraciones aristocráticas -consiguió que Alfonso XIII le prometiera restaurar el marquesado de Cagigal, del que se decía heredero, en caso de volver a ocupar el trono- y su “necesidad de reforzar la seguridad en su superioridad innata, en la nobleza natural de su sangre”.
Sala y Garcia-Planas también han descubierto que Ruano fue condenado por Francia, después de la liberación, a 20 años de trabajos forzados “por inteligencia con el enemigo”, pero no cumplió la pena porque ya había vuelto a España, donde retomó su actividad profesional.
Como recuerda Sala en el libro, Hannah Arendt habló de la “banalidad del mal”, refiriéndose a las personas que actúan siguiendo órdenes, sin ser conscientes de la maldad de sus actos. La filósofa alemana de origen judío inventó este concepto contrapuesto a la idea de “mal radical” de Kant. La coautora de El marqués y la esvástica inventa una nueva etiqueta para situar a Ruano: “la mediocridad del mal”. Según esta categoría moral, “Ruano hacía el mal porque necesitaba francos para comprar champán. Seguro que sentía un poco de remordimiento, pero no demasiado”.
Garcia-Planas asegura que, a pesar de su bajeza moral, la obra de González-Ruano debe ser juzgada por sí misma y destaca su "literatura sublime". "Me he ido enamorando literariamente de Ruano conforme lo íbamos desnudando moralmente", concluye.