Santiago Roncagliolo. Foto: J. J. Guillén.
Roncagliolo sonríe. Siempre sonríe. Roncagliolo es un escritor que sonríe, lo que ya es raro, y además adora las entrevistas. "¿Unos días para hablar de mí mismo?", dice; y después bromea: "Conozco a gente con trabajos peores". Roncagliolo no ve la literatura como sacerdocio flaubertiano, sino como instrumento para explicarse, entender y, sobre todo, entretener. Por eso repele, dice, la pose de escritor intelectual. Roncagliolo es popular, pero su última novela, La pena máxima (Alfaguara) no va (como se ha dicho) de fútbol. Pese al título, pese a su contexto (el Mundial de Argentina 78), pese a que se intercalan las narraciones radiofónicas, vibrantes, de aquellos partidos, pese a todo esto, se trata de un thriller político, una novela negra en la que el escritor limeño recupera a Félix Chacaltana, de Abril Rojo, y lo hace con sus rasgos reconocibles: esto es, un hombre burocrático, hecho para archivar y desarchivar denuncias, escrupuloso en los procedimientos, un hombre gris que, de pronto, se ve involucrado en un crimen que él no quiere investigar. Política y velocidad, mucha velocidad en este libro de género en que hay, claro, una rubia, o varias, un sótano, muertos que desaparecen y, de fondo, los gritos de un Perú en pleno amanecer democrático, de una Lima neblinosa y apagada que, cuando está a punto de recuperar la libertad, se ve fatalmente manchada por los crímenes sangrientos de Videla.-Para estructurar la novela, utiliza los partidos de Perú en el Mundial de Argentina 78. ¿Qué vino primero a su cabeza: la historia o el contexto?
-Sabía que iba a haber un mundial. Pero sobre todo me atrajo la historia de Joaquín Calvo [el muerto], un hombre que nace en una guerra y muere en otra y, en medio, viaja 10.000 km y pasan cuarenta años de su vida, pero es la misma guerra. Las dictaduras de Chile o la Argentina son las herederas de los fascismos europeos, son los últimos fascismos. Argentina tiene la tradición italiana y Chile la alemana. Así que yo tenía esta historia, una historia política, y quería el escenario de Argentina 78, que me seducía visualmente.
-¿Y Perú? ¿Cómo apareció Perú?
-Por el fiscal Chacaltana, que vino y se me llevó la novela; luego ya apareció esa oscura colaboración entre Perú y Argentina y entonces resultó que Perú había tenido una participación peculiar en ese mundial...
La oscura colaboración entre Perú y Argentina es el Plan Cóndor, un proyecto que extendió el miedo a toda América Latina y bajo el que se articula la trama política, como de espionaje que vertebra la novela. Pero esa colaboración -se dice, se comenta- en el caso de Perú y Argentina no se limitó a lo militar, a la ayuda que los peruanos prestaron a los argentinos para que estos entraran en el país a secuestrar y matar a sus opositores. En aquel mundial, se enfrentaron ambas selecciones. Perú ya estaba eliminada y la albiceleste necesitaba ganar de cuatro. El partido terminó con un 6-0 a favor de Argentina. Se sabe que Videla y Kissinger hablaron con los jugadores peruanos antes del partido. Siempre, hasta hoy mismo, ha existido la sospecha de un amaño orquestado entre aquellos gobiernos amigos.
-En el libro, da más datos sobre el posible amaño del 6-0.Videla estropeó el triunfo de Argentina en el mundial de 1978. Aquella era una gran selección"
-Bueno... en realidad no demuestro nada. Argentina nos ha goleado treinta veces, con dictaduras y sin ellas. Pero aquí hay una sospecha y nos aferraremos a ella... [se ríe] Es verdad que hubo cosas raras en ese partido y en muchos otros. Ricardo Gotta, argentino, lo cuenta muy bien en su libro Fuimos campeones. Todas las trampitas de Videla. Por ejemplo, cuando juega Argentina contra Holanda, en la final, primero salen los holandeses y se les deja en medio del campo durante media hora; media hora en que los jugadores estuvieron ahí solos, con cien mil argentinos que gritaban, insultaban, abucheaban. Pero yo creo, por lo demás, que Argentina tenía un gran equipo.
-Y a Videla, con el miedo que daba, en todos los partidos.
-Sí, por si alguno se quería sobrepasar, ahí estaba él. Pero Videla, en realidad, les estropeó el mundial, porque ensució el triunfo de una gran selección, un triunfo que probablemente se hubiera dado de todas formas.
-Aunque el mundial tiene una presencia constante, gran parte de la novela transcurre en Perú. La situación política en este país era, entonces, muy diferente a la de Argentina. Se acercaba la democracia y los militares parecían estar por ella, querían hacerla posible.
-Claro, es que los militares peruanos eran mucho más civilizados que los chilenos y los argentinos. Aunque también en Lima estaban muy preocupados por sus subversivos, pues los veían como agentes desestabilizadores del cambio. En ese contexto, Argentina le pide permiso a Perú para entrar en el país a secuestrar gente, argentinos huidos. Perú dice que sí y propone, además, que secuestren también a sus subversivos. Es entonces cuando raptan a un grupo de peruanos, entre los que hay gente de todo tipo, incluso candidatos a las elecciones. No fuimos como los argentinos, pero cuando tú vecino es un asesino y tú colaboras, te deslizas también al lado oscuro.
-Pero no fue cosa solo de Perú, ¿no es así? Países como Bolivia, Uruguay o Brasil también colaboraron en aquel Plan Cóndor.
-Sí, y también es verdad que todos esos colaboraron con mayor entusiasmo que Perú, un país que iba en cierto sentido a la contra, pues sus militares, que venían de la revolución de Velasco, que llevó a cabo la Reforma Agraria, eran más bien de izquierdas...
Los escritores del boom estaban fascinados con el poder: Vargas Llosa fue candidato, García Márquez viajaba con Castro, Fuentes cenaba con Clinton..."
-Su sobreprotectora madre, que no le deja realizarse sexualmente, es como otra coraza que tiene.
-Es que a mí también me interesaba mostrar cómo fue la revolución sexual en Perú, pues llegó mucho más tarde que al resto del mundo. A finales de los setenta. Él símbolo no fue Jim Morrison, sino John Travolta. La madre de Chacalcana, una mujer del siglo XIX, era algo bastante habitual; de hecho se parece a mi abuela.
-También está el papel del jefe de Chacalcana en la sede judicial, que representa al funcionario gris, apático...
-A mí me inspiró mucho para ese personaje La cabeza perdida de Damasceno Monteiro, de Tabucchi, que está ambientada en el salazarismo como representante de ese tipo de dictaduras grises, no especialmente crueles, pero que te anulan, te aplastan. Este personaje de mi libro es un hombre ya aplastado. Para él, el fútbol es lo único bueno que existe; vive odiando su vida toda la semana hasta que llega el partido. El fútbol, en aquel mundial, tenía esa doble vertiente, un papel ambiguo: por un lado era la tapadera de una dictadura y, por otro, la válvula de escape de mucha gente que la padecía.
-La confusión que generan los partidos propicia un escenario inmejorable para situar un thriller como este.
-Sí, claro. Tú si quieres cometer un crimen, espera al partido: nadie mira. Pero además, el fútbol me gusta porque es una escenificación de lo que somos, o de lo que creemos que somos. La rivalidad, las hinchadas... hay ciertos valores que traspasan lo deportivo, determinadas actitudes que se escenifican en la cancha y que se celebran en esa especie de misa masiva que es un partido.
-Es algo irracional, claro.
-Sí, totalmente, y eso permea también nuestra mirada de todo lo demás. La gente concibe la política como un partido de fútbol. Están de un lado o de otro; es irracional, tribal, pero forma parte de nuestra dotación de supervivencia. Tenemos que formar parte de un grupo, estar protegidos ahí.
-Fútbol y literatura, ¿hacen buena pareja?
-Pues no sé… pero algo es seguro: la literatura le ha perdido el miedo al fútbol. Antes un escritor no se bajaba de su pedestal para hablar de fútbol. Ahora ya no es así. Para mí, solo hay tres temas universales: el amor, la muerte y el fútbol [se ríe]. Tres cosas de las que todos, absolutamente todos hablamos. Creo que la literatura se ha popularizado, se ha acercado a la gente por esa es la razón.
-¿Es bueno, entonces, que la literatura se haya bajado de ese pedestal?La novela negra se ha vuelto el género político más fiable. Antes era despreciada, pero eso, por suerte, ha cambiado"
-Por supuesto. Cuando yo era chico, la literatura era muy sofisticada formalmente y, a la vez, muy comprometida políticamente. Eso no está mal, pero la literatura no puede ser solo eso. La literatura ha de hablarnos de nuestra vida. Yo por eso he hecho siempre géneros muy populares como el thriller, la comedia... ¡Es que a mí me gusta tener lectores!
-¿Cree que se está escribiendo buena novela negra?
-No solo eso, sino que además creo que la novela negra se ha vuelto el género político más fiable. Antes era despreciable, pero eso ha cambiado. Escritores como John Le Carré ahora son absolutamente reconocidos. Si tú quieres saber que pasa en Grecia, lee a Petros Markaris; si quieres enterarte de lo que ocurre en Italia, lee a Camilleri, y así con todos.
-La novela política está muy arraigada en América Latina. Su compatriota Vargas Llosa es, quizás, el mayor exponente. ¿Se siente parte de esa tradición?
-Bueno... hay un cambio importante entre la literatura política de escritores como Vargas Llosa y la que se hace ahora, por mis compañeros de generación. El cambio es el dictador. Su figura. Ese era el personaje de aquellos escritores. Ahora el personaje es el pequeño tipo que trabaja en un sótano y sufre el poder. Los escritores del boom estaban fascinados con el poder: no sé, Vargas Llosa fue candidato a Presidente, García Márquez viajaba con Fidel Castro, Carlos Fuentes cenaba con Clinton... nosotros desconfiamos mucho más del poder.
Roncagliolo se deja hacer una foto antes de irse. Tiene prisa. Aún le quedan dos días enteros en los que hablar de él mismo y de su novela. Pero antes de ponerse la chaqueta, cuando ya nos han conminado a despedirnos, nos habla de la ESMA de Buenos Aires. Videla mantenía allí a mujeres embarazadas hasta que daban a luz; después robaban a sus hijos y a ellas las tiraban al mar. Eso ocurría también en 1978, muy cerca de los estadios. Roncagliolo describe en la novela, y lo recuerda hoy, aquel suelo cubierto de bultos negros en los que se intuía, como una especie de ballena dormida, la respiración de las mujeres encapuchadas. Y que un rato, cada tarde, dejaba de oírse aquel murmullo, pues de los transistores salían, entonces, atronadores vivas a la Argentina, cánticos y celebraciones con cada gol de una selección que caminaba derecha a por la copa del mundo.