Updike. Foto: Sophie Bassouls

Harper. 558 pp., 29'99 $ Ebook: 14'25 $

Al principio, quería ser artista gráfico. En 1954, John Updike -que tenía 22 años, estaba recién casado y acababa de salir de Harvard, donde había estudiado Literatura Inglesa y Arte- obtuvo una beca para estudiar en el extranjero y decidió solicitar su admisión en la Escuela Ruskin de Dibujo y Bellas Artes de Oxford, en Inglaterra. Cuando le preguntaron el motivo de su decisión, respondió que "siempre había aspirado a ser el próximo Walt Disney". Durante su infancia en Shillington, Pensilvania, donde vivió hasta los 13 años (un lugar conocido para sus lectores por sus historias de Olinger), su madre, Linda, se las arregló para que un artista local diese clases a su extraordinariamente dotado hijo. Más tarde, cuando se mudaron a Plowville, a una granja que describiría en su novela La granja, Updike, que entonces tenía 14 o 15 años, empezó a enviar sus dibujos a The New Yorker.



Rememorando su infancia en una introducción a una recopilación de dibujos para The Harvard Lampoon, escribió: "Copiaba personajes de historietas en contrachapado y los recortaba... Dibujaba caricaturas de mis compañeros. Me convertí en el cartelista de la clase". En su temprana novela El centauro, basada en su época escolar y en sus sentimientos hacia sus padres, el protagonista, al igual que Updike, admira a Vermeer y aspira a ser pintor. No obstante, como nos hace saber Adam Begley en Updike, su excelente nueva biografía, cuando todavía estudiaba en Harvard, Updike ya "reconsideraba sus aspiraciones, en gran parte debido a que por entonces se dio cuenta de que era mejor escritor que dibujante de cómics".



Esta biografía bien documentada y casi afectuosa, prueba que a Updike le gustaba tanto Mickey Mouse que era capaz de dibujarlo de memoria incluso en su vejez, pero también nos recuerda que detrás de su deseo juvenil de ser el próximo Disney estaba el hecho de que Peter Pan fuese la película más taquillera del año cuando Updike era un joven de Harvard. "Su educación elitista no había atenuado su entusiasmo por un medio capaz de atraer a las masas", escribe Begley. Sirviéndose de gran cantidad de material inédito, la obra demuestra que Updike fue consciente de su dualidad desde muy pronto. En una carta fechada en Harvard, el autor "escribía a su madre qué era lo que faltaba en el panorama literario estadounidense: ‘Necesitamos un escritor que desee tanto ser grande como popular'". La biografía de Begley, sumamente amena, muestra cómo la tensión entre esos dos deseos básicos forjó al mismo tiempo que limitó la vida de Updike y su inmensa proeza literaria. Updike heredó su ambición de convertirse en alguien importante de su madre, y la necesidad de ser una persona corriente, de su padre. Al parecer, William Maxwell, que empezó a publicar los relatos de Updike en The New Yorker justo después de que John se licenciase en Harvard, habría dicho de las dos facetas divergentes de la personalidad del escritor: "Sabía que no podía tener tanto talento y tal capacidad de observación, y seguir siendo un chico de pueblo".



En la primera novela de Updike que leí, Corre, Conejo (1960), publicada en turco en 1971, eran patentes el talento y el respeto por los problemas corrientes de la gente corriente. Era un Estados Unidos totalmente diferente, menos dramático, pero más creíble y más intensamente sentido que el habitado por los recolectores de fruta de Steinbeck o los héroes de Hemingway amantes de la guerra, y alejado de las atmósferas góticas de Faulkner que se desmoronan bajo el peso del pasado y de los conflictos raciales. En la traducción turca, las palabras soeces y los pasajes sexualmente explícitos que representaban un problema para Knopf se acentuaron menos, pero incluso desde esa distancia, el lector podía percibir que las últimas novedades de Estados Unidos versaban sobre la fragilidad y la ira del individuo, la libertad sexual, la culpa y la vida en una pequeña ciudad. Si considero que Corre, Conejo, y los tres novelas que le siguieron en la tetralogía del personaje -El regreso de Conejo (1971), Conejo es rico (1981) y Conejo en paz (1990)- son las más logradas y perdurables, se debe no en poca medida a su calidad cuasi informativa. Las peripecias de Harry Angstrom son una divertida crónica por decenios de la forma de vida, las emociones, las ideas políticas y la cotidianeidad de una clase media estadounidense que crecía sin parar. Las aventuras de Conejo funcionan como una historia social, cada uno de cuyos episodios es un resumen y una representación de los 10 años anteriores; como escribía el propio Updike en su introducción a la edición de la serie en Everyman's Library, son "una especie de informe sobre el estado de mi héroe y de su país". El hecho de que Conejo sea un personaje maligno, éticamente agitado, pero totalmente corriente, junto con la riqueza de estilo característica de Updike y su uso del presente de indicativo (una de sus particularidades), sirve para alejar estas novelas del afán didáctico y la banalidad, dos peligros que pueden contaminar las crónicas y las novelas sociales. En la misma introducción, Updike identifica esos riesgos literarios en Estados Unidos: "La ranura que separa lo fantástico de lo gris resulta demasiado estrecha ... El puritanismo y el pragmatismo de los primeros colonos impuso, tal vez, una cierta simpleza a la vida afectiva y la textura social de la nación".



Updike pensaba que las anteriores generaciones de novelistas habían evitado esa simpleza corriendo tras personajes desarraigados y excéntricos, y escribiendo obras maestras co-mo Moby Dick. Sin embargo, esta biografía nos hace ver que la escritura de Updike, y toda su existencia, estuvieron moldeadas por el apego a su vida corriente en un barrio de clase media y por su deseo de traspasar los límites. En cierto modo, lo que Melville hizo por las ballenas, Updike lo hizo por la vida de la clase media-alta de los barrios residenciales estadounidenses: produjo novelas realistas, en parte alegóricas, que contenían una amplia variedad de las miles de facetas de la experiencia humana. El encanto del Updike de Begley reside en descubrir el contenido autobiográfico de los mil detalles que pueblan el inmenso universo de ficción de Updike, y también en aprender más sobre lo que llamó "esta vida, este dato masivo que da la casualidad de que es mío" cuando le dijeron a mediados de los 80 que alguien quería escribir su biografía. (La idea le pareció repulsiva).



Estos son algunos de los datos memorables del universo de Updike que he aprendido con este libro gratamente rico: le gustaba jugar al póquer y al golf. En 1962 impartió cursos de escritura en la Escuela de Verano de Harvard y no le gustó. En la época en que escribía para la sección "Talk of the Town" de The New Yorker, también completó una novela de 600 páginas titulada Home, pero nunca la publicó. No subió a un avión hasta los 24 años, pero cuando se hizo famoso viajó por todo el mundo y proyectó sus experiencias en su personaje Bech. Después de mudarse a Ipswich, en Massachusetts, sobre el cual escribió en Parejas (1968), "se zambulló con un entusiasmo temerario en la maraña" de las infidelidades en los barrios residenciales. Pero en su vida hubo "tan solo dos asuntos extramatrimoniales importantes". Se casó dos veces y tuvo cuatro hijos. A los 70 años, tenía "pocos buenos amigos, ninguno íntimo". Durante mucho tiempo mantuvo una correspondencia regular con su madre y con Joyce Carol Oates. Nunca se sintió cómodo con los ordenadores; Internet le ponía nervioso, y jamás tuvo móvil. La mañana del 11-S, Updike y su esposa Martha estaban en un décimo piso de Brooklyn Heights, desde donde presenciaron la caída de las Torres Gemelas, y él escribió sobre la experiencia en The New Yorker. El último libro que Updike reseñó fue una biografía de Cheever de 800 páginas.



En 1985, durante mi primera visita a Estados Unidos, encontré un ejemplar de la recientemente publicada Alcanzando la orilla en una librería de segunda mano. En esa recopilación de críticas literarias (muchas redactadas para The New Yorker) descubrí a un Updike que me había resultado imposible ver desde Estambul: el Updike ensayista. Al observar la impresionante seriedad moral y el duro trabajo que hay detrás de los escritos de Updike sobre arte y literatura, saber que el mismo autor había creado, para la misma revista, las peripecias de su famoso personaje Bench, el escritor perezoso y escéptico al que precisamente esas dos características hacen encantador y creíble, ya me había llevado a hacerme una idea de la diversidad de personajes que Updike era capaz de habitar en su escritura. Incluso más que en las entrevistas de Begley con los parientes y conocidos de Updike, la fuerza de esta biografía reside en el esfuerzo de su autor por situar todo lo que Updike escribió en el contexto de su vida. Porque junto con su enorme talento y su ética protestante del trabajo, la clave definitoria de Updike es su estilo distintivo, que debe a su deseo de ser artista gráfico y a su impresionante memoria visual.



El mayor placer al leer esta biografía es descubrir las vicisitudes diarias que se esconden tras la capacidad de Updike de encarnar múltiples identidades y el alcance de su pluma versátil. ¿Cómo fue posible una persona como Updike? Después de leer esta obra tan cautivadora, yo diría que Updike fue posible en parte porque vivió en un gran país democrático como Estados Unidos con lectores de clase media con buena disposición y optimistas, y en parte por su propia independencia de espíritu e individualidad rousseaunianas. En general, para mí este libro ha tenido el efecto de hacerme desear sentarme a mi escritorio y trabajar más duro y escribir más.