Recaredo Veredas ha puesto un espejo ante la sociedad actual y ha escrito una novela para mostrar los resultados. Claro está que los espejos no devuelven a todos la misma imagen: todo depende del ángulo, del punto de vista, de las particularidades de la visión del observador. La mirada de Veredas recae aquí sobre aquella parte de la sociedad que más le concierne. Por aquí pasean, y nunca salen indemnes, las izquierdas más supuestamente puristas, los que deben lidiar a diario con la legalidad o los nacidos en los setenta, una generación que tal vez logró ponerse a salvo en el último minuto, pero no salir ilesa de los efectos de crisis.
Porque Deudas vencidas es, claro está, otra novela acerca de la crisis y sus consecuencias, un eje temático que está llenando las librerías del mismo modo que llena nuestras vidas. El protagonista es un cobrador de morosos hipocondríaco al que la hecatombe financiera ha puesto entre la espada y la pared. Por eso decide contratar a un matón ruso para que persiga a sus clientes más difíciles. No está bien, pero siempre encuentra un modo de justificarlo. Sobre todo, cuando comienzan a cuadrar sus cuentas. Entonces puede dedicar energías a sus otras dos preocupaciones: su carrera literaria y las infidelidades de su mujer. Todo sin dejar de autoconvencerse de que él es un mirlo blanco en una sociedad donde todo rezuma corrupción y podredumbre.
Se agradece mucho que Recaredo Veredas haya ido un poco más allá. No le interesan sólo las consecuencias de la crisis económica y financiera, sino las de la crisis moral que estamos padeciendo. Su mirada es cínica, en ocasiones sórdida, profundamente pesimista, desengañada. Todos nos sentimos un poco Osmundo, al leerle. Todos sabemos que el mundo está repleto de gente como él. Y que tal vez somos uno más.