Gran Buda de Kamakura.
En su quinto día en Tokio, el escritor realiza, extasiado, la ruta de Kawabata, el primer Nobel de Literatura japonés.
El profesor Terao dice -me lo explica mientras comemos anguila kabayaki en el Restaurante Tsuruya, frecuentado por Kawabata en el centro de Kamakura pero muy lejos del turismo (en la profundidad gastronómica del Japón)- que el título exacto en japonés de la gran novela de Kawabata La casa de las bellas durmientes es Las bellas dormidas, texto del que chupó todo lo que pudo un muy irregular García Márquez en Memoria de mis putas tristes. Cierro los ojos y veo dormidas a las bellas, sus ojos rasgados en la oscuridad, el viejo sabio que las ronda y las sueña, la tentación imaginaria de la juventud, la belleza de siglos en los cuerpos dormidos de las jóvenes que Kawabata soñó hasta convertirlas en palabras eternas.
Visité, como todo occidental en peregrinaje a Kamakura, el Gran Buda, El Kamakura Daibutsu, caminé por el templo Hase, subí y bajé sus escaleras de piedra, pisé la playa, bañé mis pies en la orilla, me acerqué al lugar de la bahía donde se mató el gran escritor japonés y terminé, mientras oscurecía en el llamado País del Sol Naciente (que en verano es Sol Ardiente), tomando largos cafés en el Iwata, un local donde Kawabata se reunía con frecuencia a hablar con sus editores, que venían de Tokio a visitarlo (como Mishima tantas veces para aprender del Maestro). Y a tomar tazas y tazas de café, lejos del alcohol. Él mismo aclaró, porque nadie se había dado cuenta al publicarla, que Mil grullas en las olas, la segunda parte de Mil grullas, se editó sin terminar: un ladrón asaltó el apartamento de Tokio donde, desesperado, el escritor tomaba notas para acabar su novela. El caco se llevó las notas y Kawabata la publicó sin terminar. Repito, nadie se dio cuenta, ni lectores ni críticos, ni editores, ni profesores. Nadie.
Eso me cuenta el profesor Terao mientras regresamos a Tokio en tren, hasta el corazón de la gran ciudad, Ginza, donde tomamos los últimos expresos del día, en el Paulista, el legendario café donde John Lennon y Yoko Ono desayunaban todos los días cuando vivían en la capital japonesa.