Image: Las cartas perdidas de Ramón y Cajal

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Letras

Las cartas perdidas de Ramón y Cajal

El profesor Juan Antonio Fernández Santarén publica por primera vez el epistolario del Premio Nobel y denuncia el extravío de unas 12.000 cartas

26 noviembre, 2014 01:00

Santiago Ramón y Cajal en su despacho. En Santiago Ramón y Cajal. Epistolario (La Esfera de los Libros). © Herederos de Santiago Ramón y Cajal

El archivo documental de Santiago Ramón y Cajal (1852-1934), de cuya muerte acaban de cumplirse 80 años, es una buena muestra del maltrato que las autoridades españolas dispensan a menudo al legado de sus grandes figuras intelectuales. El profesor Juan Antonio Fernández Santarén (Madrid, 1951), que acaba de publicar por primera vez el epistolario del científico más reputado de la historia de nuestro país, da buena cuenta de ello en la introducción del libro, titulado con un descriptivo Santiago RAmón y Cajal. Epistolario, que publica La Esfera de los Libros con el apoyo de la Fundación Ignacio Larramendi y María de los Ángeles Ramón y Cajal, nieta del Premio Nobel de Medicina.

Fernández Santarén, doctor en Ciencias Biológicas y profesor del departamento de Biología Molecular de la Universidad Autónoma de Madrid, ha conseguido recopilar 3.510 cartas recibidas o emitidas por Ramón y Cajal, de las que sólo 1.301 estaban en el Instituto Cajal, a pesar de que el histólogo nombró depositaria universal de su legado a la institución que lleva su nombre. Es más, en el primer inventario de los bienes depositados en el Instituto -realizado por primera vez en 2008, por increíble que parezca- no figuraban ni 200 y las demás sólo aparecieron después de que Fernández Santarén pidiera explicaciones al respecto al entonces director del CSIC, Rafael Rodrigo, como relata el profesor en el prolegómeno del epistolario, reproduciendo incluso las cartas que le enviaron él y el académico e historiador de la ciencia José Manuel Sánchez Ron, que colaboró en el proyecto hasta que otros compromisos le obligaron a retirarse.

Fernández Santarén recoge también varios testimonios aparecidos en la revista del propio CSIC, Arbor, que acreditan las malas condiciones de conservación que el archivo de Ramón y Cajal ha sufrido al menos desde 1997, recluido en un sótano y empaquetado en cajas de galletas. "En 2006, pude comprobar que se seguían guardando en cajas de cartón, pero ya no eran de galletas, sino de una conocida marca de vermut, y tengo fotos que lo demuestran".

2.035 de las cartas recopiladas se encuentran en la Biblioteca Nacional, que las compró al anticuario Luis Bardón en 1976. Y lo más escandaloso viene ahora: tirando del hilo, Fernández Santarén descubrió que alguien del Instituto Cajal se las vendió al anticuario. Como Bardón no conserva el comprobante de compra que lo demuestre, el profesor prefiere no dar nombres. "Salvando, obviamente, las distancias, ¿alguien entendería que se robaran Las Meninas del Museo del Prado y se vendiese el cuadro al Museo Reina Sofía?", se escandaliza el profesor. "Uno no puede dejar de sorprenderse, o avergonzarse, si es que todavía cabe sitio para la sorpresa en todo lo referente al denominado Legado Cajal".

La distribución cronológica de las cartas recopiladas es enormemente irregular. 1926 es el año del que se conservan un mayor número de ellas, concretamente 582, mientras que de 1906, el año en que ganó el Nobel, sólo se conservan seis. Estimando que Ramón y Cajal enviara y recibiera unas 600 cartas al año a partir de aquel reconocimiento, Fernández Santarén calcula que debe de haber unas 12.000 cartas "extraviadas" y cree que posiblemente habrán corrido una suerte similar a las que fueron vendieron al anticuario. Por eso, aunque el sentimiento final de Santarén es descorazonador, el profesor tiene la esperanza de que todas esas cartas, o, al menos un número significativo de ellas, permanezcan escondidas en manos privadas.

Dibujos de Ramón y Cajal. Izda: esquema de las capas y anillos neuronales de la retina de los vertebrados. Dcha: Primera, segunda y tercera capa de la circunvalación frontal ascendente del niño. En Santiago Ramón y Cajal. Epistolario (La Esfera de los Libros). © Herederos de Santiago Ramón y Cajal


Desmontando estereotipos

En las cartas de este epistolario, accedemos a un Ramón y Cajal íntimo que contradice el estereotipo que se ha creado de él en el plano personal. "Se le ha tachado de huraño y de egoísta, pero este epistolario demuestra su generosidad. Trató de ayudar a todo el que se lo pidió y respondió con paciencia a todo tipo de cartas, incluso algunas de desconocidos que le proponían cosas tan demenciales como que intercediera en un caso de asesinato".

Entre sus interlocutores, destacan el investigador sueco Gustav Magnus Retzius y su discípulo predilecto, Rafael Lorente de No, gran investigador que se exilió en Estados Unidos. Más abajo reproducimos una carta que le envió apenas dos días antes de morir.

También se escribió mucho con Raoul M. May, encargado de traducir al inglés su Degeneración y regeneración del sistema nervioso. Como correspondía al prestigio del que gozaba en el extranjero, también mantuvo comunicación con otros miembros destacados de la comunidad científica internacional, especialmente histólogos como él, pero también con miembros de otras disciplinas, como el Nobel de Física Hendrik Antoon Lorentz.

El epistolario incluye un capítulo dedicado a las cartas que se intercambió con los más importantes intelectuales de su generación, como Unamuno, Azorín, Ramón Pérez de Ayala, Ortega y Gasset, Emilia Pardo Bazán, Sorolla o Menéndez Pidal. Especialmente llamativa es la furibunda carta que no llegó a enviarle a Pío Baroja y que reproducimos bajo estas líneas.

Destaca también en la correspondencia aquí reunida la extraña negativa de Ramón y Cajal a ingresar formalmente en la RAE, que lo eligió académico en 1905. El científico le dio largas a la ilustre institución durante más de 20 años, alegando problemas de salud y falta de tiempo para escribir su discurso de ingreso. "Para mí continúa siendo un misterio el motivo por el que se negó a ingresar en la Academia", confiesa el editor del epistolario.

Ramón y Cajal siempre ha sido una figura de referencia para Fernández Santarén, pero se acercó más a ella desde que le encargaron el comisariado de la exposición que en 2006 conmemoró el centenario de la concesión del Nobel al padre de la neurociencia. A la confección de este epistolario le ha dedicado los últimos seis años, de los que ha invertido cuatro visitando prácticamente a diario la Biblioteca Nacional para transcribir a su ordenador (y traducir, en muchos casos) el contenido de las cartas. Además, para tener acceso a ciertas cartas ha tenido que visitar otras bibliotecas fuera de España, como la de la Royal Society de Londres, el Museo Finley de La Habana, el Instituto Karolinska de Estocolmo y la Universidad de Pavía, en viajes que el profesor se pagó de su bolsillo.


Carta a su discípulo Rafael Lorente de No

En esta carta dirigida a su más querido discípulo el 15 de octubre de 1934, apenas 48 horas antes de morir, Ramón y Cajal "demuestra una lucidez mental absoluta a pesar de su deteriorado estado de salud y un entrañable interés por seguir ayudando a su discípulo con sus consejos", explica Fernández Santarén. El deterioro de su caligrafía demuestra el enorme esfuerzo que supone para Cajal escribir en sus últimos días de vida, a pesar de lo cual se toma la molestia de acompañar sus explicaciones con un dibujo.

Carta de Santiago Ramón y Cajal a Rafael Lorente de No, fechada el 15 de octubre de 1934. En Santiago Ramón y Cajal. Epistolario (La Esfera de los Libros). © Herederos de Santiago Ramón y Cajal


Estimado compañero y amigo:

Yo me encuentro muy grave con una colitis que dura ya cerca de dos meses, y que no me permite abandonar el lecho, ni comer ni escribir.

Sirve esta para decirle que recibí su trabajo sobre el asta de Amón del ratón agradeciéndole el regalo.

Dos observaciones no más: 1. Espinas. Note V. que no se trata de excrecencias puntiagudas irregulares sino de genuinas espinas terminadas por una bola. El pedículo a veces es demasiado pálido.

[Figura].

2. Asta de Amón. El ratón es poco favorable para un estudio estructural. Es difícil descubrir las células de axón corto y ofrece una tendencia excesiva a dar macizos de fibras sin detalles de origen ni terminación.

¿Por qué no ha trabajado V. en el conejo de 20 a 40 días? El Cox me proporcionó magnífica arborización suelta de células de axón corto y multitud de detalles, que no siempre se ven bien con el método de Golgi.

Le saluda cariñosamente su viejo amigo

Cajal


Carta a Pío Baroja, no enviada

La siguiente carta, que Ramón y Cajal no llegó a enviarle a Pío Baroja, "refleja la latente enemistad que existió entre ambos personajes", explica Fernández Santarén. En ella, como se puede comprobar, el histólogo dedica duras palabras al escritor. "Aunque no está totalmente claro el motivo de este enfrentamiento, lo más probable es que se deba a la crítica velada que Baroja hizo de Ramón y Cajal en El árbol de la ciencia por sus incursiones en el mundo de la literatura".

Usted no me puede juzgar porque no me ha leído.

Es como juzgar a Sócrates por tocar la flauta o a Catón por haber estudiado y aprendido de viejo el griego.

Usted no ve el espíritu de los libros. Critica usted a Juan Jacobo sin fijarse que su título de gloria no es el Diccionario musical, ni el Emilio, ni siquiera el Contrato social -peligroso y lleno de inepcias- sino Julia, donde se revela un escritor admirable de exquisita sensibilidad y con un sentimiento de la naturaleza que los románticos imitaron después.

Usted no ve que los libros de Plutarco tienen un sabor pedagógico (imitación de los héroes), mientras que Diógenes Laercio es un erudito,ramplón de estilo y que solo habló en los testamentos en contra de las debilidades de los astrónomos. En realidad para conocer a Epicuro hay que leer el poema de Lucrecio. El resumen de Laercio es oscuro y deshilvanado.Tampoco ha comprendido Usted a Tácito ni a Suetonio. Llama Vd. tartufismo a exponer reglas y consejos para la juventud, que ha merecido el aplauso (siete ediciones), y hacer- lo como es razón, en estilo llano y comprensible.

¡Que no me revelo como pensador! ¿Para qué? Primero, sé más que nadie que no lo soy, y además, para estimular la voluntad de la juventud estudiosa (pues a ella se dirige el libro) ¿qué falta me hace a mí mostrarme filósofo? Fuera pedante e incongruente. ¿Es que se enfada porque no revelé yo allí ideas disolventes?

¡Pero hombre de Dios! ¿Cuándo ha visto Vd. que eso se pueda hacer en un discurso académico y ante compañeros, todos o casi todos fervientes católicos?

De proceder como usted desea, el discurso no se hubiera escrito, o me lo habrían devuelto, y la causa del nacionalismo nada habría ganado.

Usted no es español. Con un cinismo repugnante trató Vd. de eludir el servicio militar,mientras los demás nos batimos en Cataluña, fuimos a Cuba, enfermamos en la manigua, caímos en la caquexia palúdica y fuimos repatriados por inutilizados en campaña, y luego, enfermos, tratamos de estudiar y trabajar para enaltecer a la Patria, no con noveluchas burdas, locales, encomiadoras de condotieros y conspiradores vascos, sino luchando con la ciencia extranjera a brazo partido.

Si yo fuera Gobierno, a los malos españoles como Vd. que cifran su orgullo y tiene a fruición despreciar los prestigios de la raza española, los condenaría a pena de azotes, y después a una desecación lenta pero continua, en Costa de Oro. Creo que así nos dejarían en paz.

Santiago Ramón y Cajal


Carta de renuncia a la RAE

Santiago Ramón y Cajal fue elegido académico de número de la RAE en junio de 1905 pero nunca llegó a tomar posesión de su sillón al no leer el preceptivo discurso de ingreso. La real institución hizo diferentes intentos para que don Santiago se decidiera a escribir el referido discurso, pero fueron vanos. Veinte años después, tras las presiones de José Ortega Munilla y Ramón Menéndez Pidal, el científico trató de renunciar a su escaño con la siguiente carta, pero la Academia no aceptó su renuncia.

9 de enero de 1926

Excmo, Sr. Dr. Carlos Cortezo

Mi querido amigo y compañero:

La carta de Vd. tan franca, cariñosa y deferente como todas las suyas, me pone en el trance de explicar una actitud que considero, de acuerdo con la Academia y con Vd., poco airosa para mí.

Siempre pensé que la docta Corporación, prescindiendo de benevolencias y atenciones excesivas, acabaría por imponer sus acertadísimos preceptos reglamentarios.Y en el supuesto de que ya los había hecho efectivos, imponiendo justa sanción a los morosos o decrépitos,me consideraba desde hace años eliminado de la lista de los electos. No ha sido así por lo visto. La infatigable magnanimidad de la Academia parece rechazar todo acuerdo radical.

Para salir del atolladero, y puesto que yo soy el culpable, envío a la Academia mi renuncia de académico electo.

Mas como quiera que tan gloriosa Comunidad de escritores ha tenido para conmigo bondades,atenciones y paciencia inagotables, que agradezco con toda mi alma, necesito por conducto de Vd. justificar mi decisión.

No se trata -huelga declararlo- de ingratitudes y desdenes que, dada la benevolencia y la majestad de laAcademia, fueran en mí sentimientos casi monstruosos. Lo que me fuerza a parecer desatento y desconsiderado es el lamentable estado de mi salud.

Y perdóneme que entre aquí en el terreno de las confidencias. Desde 1912 y acaso antes, se inició una arteriosclerosis cerebral, que ha venido agravándose. La hemorragia y la parálisis me rondan. Y esta amenaza me impide hablar en público, asistir a sesiones académicas, frecuentar teatros, casinos y tertulias, cultivar amistades y escribir para la prensa. Un rato de conversación cáusame intolerable cefalalgia.

Hoy mismo para desplegar alguna pequeña actividad científica,tengo que soterrarme en la bodega de mi casa a temperaturas siempre inferiores en cinco o seis grados a las de la calle. Aun al Laboratorio acudo pocas horas,destinadas a alentar a mis discípulos y realizar algún trabajo rutinario; y eso a condición de que en mi cuarto no haya calefacción. ¿No ha reparado Vd. en que, muy a mi pesar, no asisto a la Academia de Medicina? Ni hay que olvidar que mis 74 años, muy mal llevados, van acompañados de congestiones, mareos, amnesias y otros alifafes.

Claro es que, sobreponiéndome heroicamente a mis dolores, podría aun ilvanar [sic] premiosamente algún mediocre discurso.

Mas ¿para qué? Mi congestión cerebral permanente me vedaría asistir a las sesiones; y, francamente, ingresar en una Corporación tan prestigiosa como la Academia de la Lengua para no prestarle ningún linaje de concurso, téngolo por informal y poco digno.

Ello acusaría, más que noble ambición, irrefrenable vanidad.

No, amigo Cortezo; quede mi vacante para persona más joven y menos fatigosa y senil; que yo harto tengo con emplear los últimos años o meses de mi vida en salvar para España, vertidos a lenguas extranjeras, muchos descubrimientos de mis discípulos y míos; porque, contra todo lo imaginado por nuestro candoroso optimismo, los sabios -no aludo a los artistas y literatos- ignoran casi todos el español.

Pero de esto podría hablar largo y tendido y no vendría a cuento.

Dispénseme esta lata y enojosa epístola, en gracia del fervor de mi amistad y de mi incondicional agradecimiento y admiración.

S. Ramón Cajal