Gonzalo Suárez. Foto: Gonzo Suárez.

Gonzalo Suárez estuvo a punto de arrojar al mar aquel libro de 500 páginas desde lo alto de un acantilado. Cincuenta años antes, cuando volvió de París, su mujer y él lanzaron una moneda al aire para decidir si vivirían en Madrid o en Barcelona. El azar dictaminó que se instalaran a orillas del Mediterráneo y el autor se propuso escribir "una obra maestra", gruesa y ambiciosa. La guillotina de la censura cayó implacable sobre el manuscrito y Suárez se alegró: no estaba nada satisfecho con la novela, que anduvo perdida medio siglo hasta que volvió, hace algunos años, a las manos de su autor. Volvemos, pues, al momento en que Suárez sujeta el tocho al borde del risco -real o ficticio, da igual- y, en el último momento, la indulgencia se apodera del escritor y cineasta: "Quizá podría usarla como contexto para otra novela. Como si fuera a rodar una película y me encontrara con el decorado abandonado de otra", piensa.



El nuevo libro, que acaba de publicar Penguin Random House, se titula Con el cielo a cuestas y el escenario reciclado es la Francia que Gonzalo Suárez vivió a mediados de los cincuenta, durante el tiempo que le duró el pasaporte de turista: los astilleros de La Seyne-sur-Mer, cerca de Marsella, trabajos precarios aquí y allá, la tensión cotidiana generada por la guerra de Argelia, los atentados del FLN y la tortura de la policía a los sospechosos, y un París que, "visto desde la sordidez del franquismo, era glamouroso, un deseo, pero también tenía una cara oscura en la trastienda", recuerda el autor de El síndrome de Albatros.



"El contexto siempre me constriñe, me fastidia tener que describirlo y, paradójicamente, me aleja de la realidad", confiesa Suárez, que disfruta más con el meollo de la trama. La que presenta Con el cielo a cuestas tiene como protagonistas a tres personajes: Lorenzo Massaní, Frederica Gallet y Nora.



Massaní es un español que consigue huir a Francia tras la guerra civil, en la que combatió con sólo 16 años. Arrastra una herida carnal y dos morales. Un día, mientras se baña en el mar, le roban su cazadora, un hecho trivial y aleatorio que le complica la vida hasta extremos delirantes, "como si estuviéramos siempre en una guerra en la que un simple movimiento puede costarte la vida, la tuya o la de los demás", pone Suárez en boca de su personaje. En su vida entran Frederica, una mujer de belleza escultural y genitales masculinos, sofisticada, manipuladora y devastada psicológicamente por su intersexualidad; y Nora, una pintora noruega encadenada a Frederica por una tóxica y ambigua relación y el conocimiento de su secreto. Entre las dos enredan a Massaní en una trama desquiciada de celos, secretos, mentiras, usurpaciones de identidad y asesinatos.



Otro personaje importante de la novela es Rida y está calcado, hasta el nombre, de la realidad: era un compañero de Suárez en uno de sus trabajos en Francia, que consistía en instalar tuberías que conducían combustible hasta las gasolineras. "Era un gigante argelino y el intelectual del grupo, el que decía por dónde cortar y cómo ensamblar los tubos". Al igual que en la novela, aunque decía que mandaba dinero a su madre en Argelia, Suárez sospecha que en realidad se lo enviaba al FLN.



"El FLN puso algunas bombas en París, pero también hubo masacres de argelinos por parte de la policía". Aunque ya había vuelto a España, el escritor sintió cercana la masacre de París de 1961, cuando la policía reprimió brutalmente una manifestación en la que miles de argelinos y franceses exigieron la descolonización de Argelia. Se calcula que murieron entre 70 y 200 manifestantes. "Se llegaron a lanzar cadáveres al Sena", recuerda con horror el escritor. "Hasta la nefasta junta militar argentina aprendió a torturar en la Francia de la supuesta libertad. Es tremendo descubrir esto detrás de la seducción de un París donde vivían los mitos que yo admiraba: Camus, Brassens, Sartre, Edith Piaf...".



Al contrario que otros autores, Suárez no reniega de la etiqueta "novela negra". Considera que "la mayoría, no todas", encajan bien dentro del género, y se confiesa profundamente influido por maestros como Raymond Chandler y Dashiel Hammett y por el británico Peter Cheyney. Pero apenas lee novela negra actual: "Cuando estoy escribiendo, me resulta difícil salirme de mi historia para meterme en otra, por eso leo más ensayos y biografías que ficción. Ahora, aunque parezca una pedantería, estoy leyendo a Diógenes Laercio", explica el autor de Trece veces trece.



Doble Dos: Franco lo sabía

El lanzamiento de Con el cielo a cuestas coincide, además, con la reedición, también en Random House, de Doble dos, originalmente publicada en Planeta en 1974. En su día, Julio Cortázar dijo de ella que "Hammett o Chandler habrían apreciado ciertamente esta novela de espionaje, donde uno de los personajes es nada menos que el generalísimo Franco", y Ray Bradbury la consideró "el Fahrenheit 451 de la política ficción". Además, Sam Peckinpah se basó en ella para escribir junto al propio Suárez un guion cinematográfico que nunca llegó a rodarse.



Como en otras obras del autor, incluida Con el cielo a cuestas, realidad y ficción se mezclan en Doble dos, en una trama empapada de humor negro que gira en torno a un posible atentado contra el presidente estadounidense Eisenhower en Madrid. Nadie tiene información fiable de la operación salvo Franco, convertido en un personaje central de la novela y sutilmente caricaturizado. En contra de lo que cabría esperar, la novela no fue censurada: "Lara tenía trato directo con Franco. Le llevó un ejemplar, le dijo que era un libro muy interesante y Franco le creyó. No creo que lo llegara a leer. Al ver que no puso ninguna objeción, ningún censor se atrevió a meterle mano al libro", recuerda Suárez divertido y aún asombrado.



Antes de acabar la conversación, le preguntamos al autor si se reconoce en las palabras de Javier Cercas: "Suárez es siempre el mismo porque siempre es distinto", a lo que responde: "Uno no puede abstraerse de sí mismo para verse con objetividad, pero es cierto que cuando quiero huir de mí mismo siempre me reencuentro. Como dijo José Bergamín, el niño que hemos sido siempre nos alcanza".