Ricardo Senabre fue mi maestro como lo fue de tantos compañeros que imparten hoy docencia en diferentes puntos de nuestro país y del extranjero, en áreas de conocimiento tan diversas como la Historia de la lengua, la Literatura, la Lengua española o la Teoría de la literatura. Me resulta extraño hablar de él en pasado. Contamos con la muerte pero de manera inconsciente, como algo ajeno que nunca fuera a afectarnos aunque hayamos sufrido ya su zarpazo desgarrador. He mantenido mi amistad académica con él hasta el último momento y me siento honrada por ello; también orgullosa. Me enseñó, como a tantos, muchas de las cosas que sé y no sólo en el campo de la Filología. Me refiero a cosas que de verdad importan como el respeto a los alumnos, la intensidad en la docencia, el valor de la vocación y de la pedagogía, la necesidad de la independencia y un modo ético de comportamiento en el aula, porque él era, esencialmente, un profesor.
Defendió siempre un modelo académico basado en la lectura de los textos en sí de forma atenta y minuciosa, y vivió alejado de culturalismos, posmodernidades y excesos teóricos de los que tanto abundan en Teoría de la literatura, área en la que se jubiló de catedrático. Al profesor Senabre se le entendía, en una palabra, eso tan difícil en un ámbito como el nuestro. Él era un magnífico docente que conseguía transmitir una pasión por los libros que no disminuyó con el paso de los años. A ello contribuyó su profundo conocimiento de la literatura, del arte, de la historia, del cine, su vastísima cultura en general y una acerada inteligencia que le permitía diseccionar las obras para después recomponerlas y explicar su sentido de forma cabal. Y su amor por la lengua bien escrita, por la expresión elegante, por el estilo impecable. De todo ello pueden dar cuenta centenares de alumnos sobre los que ejerció su magisterio durante cuarenta y ocho años, los veintidós últimos en la Universidad de Salamanca pero también en las de Granada o Extremadura, de la que fue fundador.
Ricardo Senabre era, además, un investigador pulcro, diligente y aplicado que conocía tan bien las Odas de Fray Luis o la literatura de Cervantes y Gracián como la novela de Galdós y Baroja, la obra de Unamuno o la poesía de Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado y Blas de Otero, por poner sólo algunos ejemplos. Así lo atestiguan sus más de doscientos cincuenta trabajos -artículos en revistas especializadas, introducciones, prólogos, etc.- y sus numerosos libros, algunos como Lengua y estilo de Ortega y Gasset, Literatura y público o Metáfora y novela realmente importantes.
El profesor Senabre, además, creía con Ortega que es primordial enseñar en la plaza pública, realizar una labor educativa fuera del mundo académico para llegar a un auditorio más amplio. Por eso se expresó desde la tribuna del periódico durante los últimos treinta años. Ejerció la crítica desde el compromiso, la independencia y el rigor -inicialmente en las páginas de ABC Cultural y después en El Cultural de El Mundo- hasta convertirse en uno de los críticos más competentes y más respetados de nuestro país.
Como recompensa a su admirable trayectoria, fue galardonado con la Encomienda de Alfonso X el Sabio, la Medalla de Extremadura, la Medalla de Oro de esta Universidad y la Medalla de Honor de la Universidad Menéndez Pelayo, fue miembro permanente del jurado del Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades y doctor honoris causa por la Universidad de Las Palmas, aunque su mayor gratificación -me consta- fue enseñar a otros. Magister, sit tibi terra levis.
Ascensión Rivas fue una de las mejores alumnas de Ricardo Senabre en la Universidad de Salamanca
Defendió siempre un modelo académico basado en la lectura de los textos en sí de forma atenta y minuciosa, y vivió alejado de culturalismos, posmodernidades y excesos teóricos de los que tanto abundan en Teoría de la literatura, área en la que se jubiló de catedrático. Al profesor Senabre se le entendía, en una palabra, eso tan difícil en un ámbito como el nuestro. Él era un magnífico docente que conseguía transmitir una pasión por los libros que no disminuyó con el paso de los años. A ello contribuyó su profundo conocimiento de la literatura, del arte, de la historia, del cine, su vastísima cultura en general y una acerada inteligencia que le permitía diseccionar las obras para después recomponerlas y explicar su sentido de forma cabal. Y su amor por la lengua bien escrita, por la expresión elegante, por el estilo impecable. De todo ello pueden dar cuenta centenares de alumnos sobre los que ejerció su magisterio durante cuarenta y ocho años, los veintidós últimos en la Universidad de Salamanca pero también en las de Granada o Extremadura, de la que fue fundador.
Ricardo Senabre era, además, un investigador pulcro, diligente y aplicado que conocía tan bien las Odas de Fray Luis o la literatura de Cervantes y Gracián como la novela de Galdós y Baroja, la obra de Unamuno o la poesía de Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado y Blas de Otero, por poner sólo algunos ejemplos. Así lo atestiguan sus más de doscientos cincuenta trabajos -artículos en revistas especializadas, introducciones, prólogos, etc.- y sus numerosos libros, algunos como Lengua y estilo de Ortega y Gasset, Literatura y público o Metáfora y novela realmente importantes.
El profesor Senabre, además, creía con Ortega que es primordial enseñar en la plaza pública, realizar una labor educativa fuera del mundo académico para llegar a un auditorio más amplio. Por eso se expresó desde la tribuna del periódico durante los últimos treinta años. Ejerció la crítica desde el compromiso, la independencia y el rigor -inicialmente en las páginas de ABC Cultural y después en El Cultural de El Mundo- hasta convertirse en uno de los críticos más competentes y más respetados de nuestro país.
Como recompensa a su admirable trayectoria, fue galardonado con la Encomienda de Alfonso X el Sabio, la Medalla de Extremadura, la Medalla de Oro de esta Universidad y la Medalla de Honor de la Universidad Menéndez Pelayo, fue miembro permanente del jurado del Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades y doctor honoris causa por la Universidad de Las Palmas, aunque su mayor gratificación -me consta- fue enseñar a otros. Magister, sit tibi terra levis.
Ascensión Rivas fue una de las mejores alumnas de Ricardo Senabre en la Universidad de Salamanca