Desaprendizajes

José Manuel Caballero Bonald

Seix Barral. Barcelona, 2015. 126 páginas. 17 €. Ebook: 9.99 €

Alentar a los jóvenes, exigir a los maduros, tolerar a los viejos. El aforismo de Juan Ramón Jiménez quizá explique la complacencia con la que se reciben los libros finales de los grandes poetas, aquellos en los que las voces potentes de otros días quedan muy jibarizadas, casi caricaturizadas, como si lo único que pretendiesen fuera agarrarse aún a la vida al precio que sea, sin que importe que se ponga en evidencia la devaluación irreparable de lo que fue una moneda fuerte.

Si piensa uno en el Guillén final o en el Alberti postrero, se encuentra con alguno de los más claros riesgos de la poesía de la senectud, una endeblez que, si conserva algo de la voz del poeta, la deforma en distintos grados que van de lo insignificante a lo ridículo mostrando una indiscutible pérdida de facultades o de la facultad primera que se puede esperar de cualquier autor grande: la autoexigencia. Pero también es cierto que hay casos en los que esos libros finales se nos presentan, no como un descenso cuyo principal interés es el de testimoniar la deflación de una voz que quiere seguir hablando, sino como la cumbre de una vida poética.

'Desaprendizajes' extiende y ahonda la obra poética de Caballero Bonald sin recurrir ni a la virguería 'pompier' ni a la fatigada repetición

Es el caso del Cancionero de Unamuno, de Juan Ramón Jiménez o de Luis Rosales. También el de JMCB, que cerca ya de cumplir los 90, y después de haber multiplicado en estos últimos años su obra poética, (Manual de infractores, La noche no tiene paredes, Entreguerras) publica ahora un nuevo conjunto de poemas en prosa -género que ya había cultivado en Laberinto de Fortuna (1984) si es que no es un gran poema en prosa su obra maestra, Ágata ojo de gato (1974)-. En el último Bonald, la vejez aparece de vez en cuando como tema o como lugar desde el que se habla -y desde el que se trata de agarrar lo vivido vivificando el recuerdo- pero no empaña ni hace temblar la voz o el pulso de quien está hablando.

Desaprendizajes extiende y ahonda la obra poética de JMCB sin recurrir, como suele pasar con aquellos que han alcanzado una voz tan personal y reconocible, ni a la virguería pompier ni a la fatigada repetición. Las marcas de la casa están bien visibles en todo el libro: el gusto por el “gran estilo”, asomado siempre al abismo de la grandilocuencia (“Oh tiempo que restaura las ignotas materias que aun perduran en estado larvario en la memoria, ¿cuándo, por qué se empiezan a reunir las fugitivas fases de ese azar que filtra lo vivido y contrarresta el caos?”), el lenguaje enjoyado, la gravedad barroca, el simbolismo. Señala la contracubierta que hay en estos poemas “un acento paródico”, “una subordinación sarcástica”, que colocan en el centro de la diana la “actualidad civil”, representada por una cohorte de figurones, “turbamulta de desalmados, ingente tropel imprecatorio”, “los usuarios del más indigno arengatorio de la tribu”, y por un crecimiento inevitable del cinismo que impide que “nadie pueda ya ser lo suficientemente crédulo como para escudarse en la inocencia”.

Pero más notable que ese acento paródico o esas puntas de ironía que se resuelven en collejas a la mezquindad y el cinismo contemporáneos (collejas, me temo, que no harán temblar a ningún cínico ni a ningún mezquino), resulta la indagación que hace el poeta en la propia necesidad de interpretar el mundo, agarrarlo a través de la poesía, ensalzarlo -lo absoluto- o desmentirlo -lo insuficiente-. Así precisamente comienza el libro: “Si te vales de los utensilios de la poesía para hacer tus propios diagnósticos de la realidad, ¿lograrás alguna vez lo más complejo: la concordancia entre lo insuficiente y lo absoluto?”. En ese “imposible vínculo” entre lo perdidizo y lo nunca encontrado se mueven los mejores momentos de un libro cuyo título procede de una línea de Heráclito: “La armonía de lo invisible es mayor que la de lo visible. Para llegar a saberlo hay que desaprender lo que se sabe”.

“El que soy y el que fui se juntan, se interfieren a menudo y fingen ser el mismo” comienza un poema. Esa tensión entre el uno y el otro es constante en toda la obra de JMCB, inyectada de memoria. La transfiguración de recuerdos -o sensaciones o brasas de emociones- analizados con una enérgica falta de complacencia, le empuja a esa operación alquímica que es meta de toda gran poesía: convertir el barro de lo que ya no es en el oro de un texto en el que reviva lo fugitivo. Pero como todo experimentado artesano que conoce bien los instrumentos con los que trabaja, JMCB no puede sino desconfiar de ellos. De ahí que algunas de las mejores reflexiones e imágenes del libro tengan como protagonista a la palabra, a la impotencia del lenguaje para arañar siquiera lo vivido, lo sentido o lo imaginado. Que esa impotencia sea analizada de forma potente es acaso la forma más eficaz de fijarla.

En un poema el poeta se ve, durante el duermevela, en ese “interregno que fluye entre dos hendiduras de realidad”, redactando largos textos prodigiosos, con un lenguaje que a veces se atasca “en sus equívocas gramáticas” y las palabras tienen un “ingrediente alucinatorio”. En otro poema se pregunta: “¿cómo usar palabras ya reconocibles para nombrar lo que sólo concuerda con lo no conocido?”. Y, aún en otro, el poeta, “en los lentos derrumbes sensitivos del insomnio”, escucha el ruido de las palabras, de todas las palabras, “juntándose para crear la gran palabra, la que decanta a las demás y las contiene y vivifica en una misma órbita de significaciones”. El poema se convierte a la vez en la oración que se eleva -o que se arroja- a un dios que es vínculo entre el verbo y la totalidad, y en templo donde esa oración se pronuncia.

Cuando JMCB publicó Entreguerras, anunció que no escribiría más. Pero aquí está este Desaprendizajes que no sé si será su último libro. En el caso de lo que fuera, pertenece a esa gran colección de “últimos libros” de nuestra poesía. Su poesía de senectud es también una poesía de exaltación: no de la realidad misma, sino de la posibilidad de interpretar la realidad de manera poética para así conquistar una realidad distinta, más honda, ajena a dogmas y verdades aprendidas que haríamos bien en empezar a desaprender.

Raya de la vida

En el trayecto que recorre Max Estrella entre la taberna y el portal de su casa están implícitos todos los caminos alegóricos de la vida. Los fracasos, las pérdidas subsecuentes, las frustraciones, las demasías etílicas, no son más que piedras refractarias contra las que rebota la ofuscación de la pobreza hasta hacerse magnánima. Max Estrella portaba en la mirada el caballeresco estandarte de la razón de la sinrazón y padecía con perseverante impiedad dolencias majestuosas. El alcohol flotaba entre él y don Latino como una bandada de pájaros necrófagos y la vida era una interminable sucesión de hermosuras menoscabadas por la desdicha. Murió porque no tuvo otra opción más dramática para proclamar quién era.