Lorenzo Silva: "La sociedad no premia el talento ni el sacrificio"
Lorenzo Silva. Foto: Araba Press
La historia es tan antigua como nuestra huella en el mundo. Un hombre y una mujer se conocen y se enamoran. No son especialmente guapos, no les va demasiado bien, apenas se parecen... pero suena la música y, de pronto, ocurre. We are ugly, but we have the music. El verso de Leonard Cohen resume la peripecia amorosa que sirve de columna vertebral a Música para feos, la última novela de Lorenzo Silva. Protagonizada por una periodista precaria al borde de la treintena, y del fracaso, y por un militar destinado en Afganistán, la actualidad la atraviesa. También la felicidad y la tragedia.
-Veinte años sin escribir una historia de amor. Y de pronto...
-Lo que llevaba todo ese tiempo sin escribir, para ser más exactos, es una novela en la que una historia de amor fuera el eje central, porque historias de amor sí que hay en libros no tan lejanos. Digamos que desde hace algún tiempo venía acariciando la idea de apostarlo todo (o casi todo) a ese argumento en una novela. Así que lo último que puedo decir es que haya caído en él por inadvertencia o por accidente. Me apetecía explorar a fondo el sentimiento amoroso en un contexto contemporáneo que no lo favorece.
-¿Es difícil vérselas con un género tan marcado?
-La experiencia amorosa es difícilmente transferible; el enamorarse es un lance individual, cuyas claves ni siquiera el enamorado domina por completo, y que resulta muy complejo contar o trasladar a otro de un modo convincente. Quizá por eso en el relato amoroso se tiende a los excesos: líricos, melodramáticos y últimamente pornográficos. Para mí, el desafío era contar una historia de amor capaz de emocionar pero hacerlo con contención y sin brochazos, buscando más la síntesis que la acumulación, la desnudez que el adorno o la pirotecnia.
Seres descartados
-El arranque es clásico: dos errantes que nada tienen en común salvo su desesperanza. ¿Cómo prendieron Mónica y Ramón en su cabeza?El periodismo se jodió en el momento en que perdió la independencia que le permitía ser molesto"
-Desde el principio tuve claro que ambos compartirían una condición: la de seres en cierto modo descartados, en una sociedad que no recompensa el talento ni el sacrificio; donde se premia con largueza a oportunistas, especuladores o simples parásitos y en cambio se defrauda una y otra vez las expectativas de gente con carácter y capacidad de entrega. Digamos que esa es la frecuencia en la que ambos sintonizan, porque en todo lo demás son en efecto muy diferentes. A partir de ahí se trata de narrar el milagro, ese acontecimiento portentoso que es sentir, y sentirlo con nitidez, que ese extraño (o extraña) es justo lo que quieres y necesitas. Su carácter los predispone a ambos a generar ese chispazo.
-Cuando el sexo llega, no lo vemos. Y Mónica ensaya una defensa que es toda una enmienda contra nuestro tiempo, donde la pornografía queda a un click de distancia. ¿El sexo omnipresente ha dejado de ser literario?
-Onetti, preguntado sobre por qué lo velaba siempre en sus novelas, decía (lo cito de memoria y aproximadamente) que entrar a narrar las menudencias fisiológicas del acto sexual era algo innecesario y poco elegante. Estoy bastante de acuerdo, aunque no en términos absolutos: puede haber algún caso excepcional en el que sea preciso (en 35 años yo he necesitado hacerlo una vez, en Carta blanca). Fuera de ahí, se trata de un plato indigesto que ahora es verdad que se sirve demasiado a mansalva, que muy pocos saben cocinar bien (cuando no se les va el picante se les va el azúcar) y con el que es muy fácil caer en la comicidad involuntaria. Yo me he reído (por no llorar) con algunas descripciones sexuales que no creo que buscaran provocar ese efecto. No quería nada de eso para Mónica y Ramón.
-Mónica roza la treintena y es una periodista mileurista de un infame reality que desprecia. Un estatus que hoy, desgraciadamente, tanto periodista en paro envidiaría. ¿En qué momento se jodió el periodismo?
-En el momento en que perdió la independencia, que es lo que le permite ser molesto, es decir, sumergirse lo suficiente en las historias para emerger con algo de verdad significativa entre los dientes. La verdad de esa especie siempre fastidia a alguien. Lo demás es propaganda.
-Usted alterna novela y periodismo con promiscuidad. ¿Cómo evita los malentendidos?
-En realidad soy un novelista al que, a partir de las novelas, se le ha ofrecido y permitido hacer periodismo. Quienes me invitaron a hacer reportajes algo debieron de ver en mi literatura que les hizo pensar que me basaba en una observación de la realidad con potencial periodístico. Pero procuro deslindar, y tener una cosa bien clara: como periodista, mandan los hechos contrastados y ni aun estos son todos publicables (por diversas razones, por ejemplo, la protección de una fuente). Como novelista, en cambio, los mismos hechos admiten más libertad narrativa, y todo puede publicarse, bajo la capa de la ficción. A veces hay más verdad y más información en la novela, pero el desafío de llegar al máximo con la limitación del periodista es apasionante.
-A Ramón sí le gusta su profesión. Y sin embargo se trata de un oficio tabú que debe ocultar: es militar. ¿Nuestro pacifismo tiene algo de injusto?
-Tiene algo de ceguera, y de ventajismo biempensante, dar la espalda al hecho de que en el mundo existe violencia con la que no hay posibilidad alguna de transar. Frente a ella se hace necesario disponer de unos administradores profesionales de violencia sometidos a un código moral (los que no lo tienen son simples criminales) y dispuestos al sacrificio personal cuando así se les demande por quien dispone de legitimidad. Esa gente está ahí, entre nosotros, con verdadera vocación de defender a sus conciudadanos, y ha dado su vida una y otra vez. Pero para algunas mentes acomodadas es más sencillo despacharlos como simples esbirros. Yo no he querido jamás caer en esa comodidad.
Don Quijote en Herat
Lorenzo Silva en Herat, junto a las tropas españolas en el verano de 2014
-Y antes de eso en mi barrio de infancia, y en mi familia, donde había uniformados que, entre otras cosas, son responsables de que yo sea lector y me haya acabado convirtiendo en contador de historias. Pero sí, tanto en Herat como en Rabasa, donde tuve ocasión de convivir y hablar con militares con dilatada experiencia en misiones en el exterior (incluida de combate), encontré gente que apreciaba el matiz y el cariz de los acontecimientos a los que se enfrentaban, y que había reflexionado sobre ellos, con bastante más hondura que algunos presuntos sesudos analistas.
-¿Qué esquemas preconcebidos se le rompieron entonces?
-Me gustaría pensar que no me quedan prejuicios al respecto, pero nadie está cien por cien exento de verse condicionado por ciertos estereotipos. Quizá puedo compartir la sorpresa que le produce a uno hablar con un infante poeta, o con un capitán que dirige un equipo de tiradores de precisión y que lee libros sobre psicología y moral aplicadas al combatiente, o con una guardia civil trilingüe que se empeña en convencer a los afganos a los que le toca entrevistar (para descartar que sean talibanes infiltrados) de que no vendan a sus hijas.
-Sus Bevilacqua y Chamorro rompieron moldes. Ahora son personajes asentados pero, ¿cómo fue recibido al principio que eligiera como protagonistas a dos guardias civiles?
-Supongo que con una enmienda a la mayor: si escribe sobre guardias civiles sólo puede ser facha. En fin, es comprensible en un país en el que la ignorancia histórica es tan sistemática como para desconocer que los gobiernos que más han apostado por la Guardia Civil (aumentando su plantilla y mejorando sus condiciones) han sido justamente los progresistas o de izquierdas: desde el que salió de la revolución de 1854 (apenas diez años después de la fundación del cuerpo) hasta los del PSOE posteriores a 1982, pasando por los de la II República, a la que, dicho sea de paso, fueron leales en julio de 1936 la mayoría de los guardias civiles y todos sus generales (salvo uno). Yo elegí no arredrarme por esa ignorancia, y me alegro. El tiempo ha recompensado mi audacia generosamente.
-Música para feos transcurre ahora mismo. ¿La actualidad es su primera vivienda literaria?
-Me gusta escribir de mi tiempo y mi lugar: es lo que mejor conozco y lo que más me concierne. Además, la encrucijada en la que nos hallamos está infestada de historias y personajes fascinantes. El reto es hacer con esos mimbres algo que tenga proyección más allá del lugar y el momento donde uno los recoge. Cuando alguien me dice que La flaqueza del bolchevique, escrita hace 20 años, sigue reflejando la dualidad del mercado laboral español, es triste, por el hecho, pero muy gratificante para el escritor.
-¿Y por qué, siendo tan distintas, oímos el eco de aquella obra crucial en Música para feos?
-La flaqueza del bolchevique fue la llave que abrió la puerta cerrada que todo escritor se encuentra, y que yo no contaba con abrir. Contaba con morirme trabajando como abogado y escribiendo como pudiera, porque era mi vocación y no le exigía que me reconocieran o me pagaran por honrarla. La flaqueza del bolchevique me trajo la felicidad de poder hacerme lo que era. Quizá ese eco sea mi declaración de gratitud, en su vigésimo aniversario.
-Como escritor de su tiempo, ¿cuánto ha perdido nuestra democracia tras el mazazo de la crisis? ¿Qué urge recomponer?
-La pérdida vino antes, hace diez o quince años, cuando el dinero se dilapidaba a espuertas, sin control, cuando la corrupción se había convertido en modus operandi y sueldo (o sobresueldo) de tantos, cuando eran ya patentes la desidia suicida con que gestionamos nuestro sistema educativo y el desprecio del talento en beneficio de la especulación. Lo ocurrido desde 2009 es la concatenación de desastres inexorables, y en cierto sentido es positivo, porque ha aflorado la verdad. Lo que para mí urge recomponer es el sentido de la responsabilidad cívica.
Responsabilidad cívica
-Se habla mucho de la "nueva política". ¿Usted cree en ella?-Sí y no. Sí, en la parte en que tiendo a presumir la buena fe de las personas que dan un paso al frente, proclaman unos ideales de regeneración y están dispuestos a sacrificarse por ellos. No en lo que toca a los astutos (alguno ya enseñó la patita) que se incrustan en los movimientos para moldearlos para sus intereses. Es tiempo de apostar, porque la vuelta a la responsabilidad cívica que mencionaba antes pasa por una reforma constitucional, una reescritura de las reglas del juego que se han revelado inoperantes o incluso nocivas. La "nueva política" es motor natural de esa transformación (inviable, dicho sea de paso, sin incorporar al proceso a la vieja política). Pero reclamo mi derecho, basado en la experiencia, a no extenderle a nadie cheques en blanco.