Cristina Fernández Cubas. Foto: Jordi Soteras
La habitación de Nona, el nuevo libro de cuentos de Cristina Fernández Cubas (Barcelona, 1945), me ha parecido irregular. Y eso que el conjunto tiene una coherencia estilística, temática y hasta anímica indudable. El fetiche de la cita de apertura se revela en este caso del todo oportuno, porque cuando la autora recuerda que Einstein calificó la realidad como una "ilusión persistente" está dándonos la clave del conjunto e insinuando dos ramificaciones curiosas: que la condición ilusoria de la realidad no la hace menos sólida, sino al contrario; y que la ficción no es ni un mimetismo ni una réplica de esa realidad, sino otro de sus vericuetos. Las intenciones generales de Fernández Cubas, narradora redomada, están a la altura de sus recursos cultos y depurados (depurados y antipedantes en virtud de su cultura, quiero decir). Pero los resultados concretos muestran un poco de todo, y en todo caso no creo que La habitación de Nona sea un libro realmente memorable salvo en tramos concretos.El relato más flojo, "Hablar con viejas", no es un cuento fallido sino uno cuya base y diseño son tan débiles que ni siquiera una escritura que se las sabe todas logra levantarlo: en su tránsito de realismo coyuntural (rozando lo oportunista por lo amorfo de su tratamiento del tema de los desahucios) a pesadilla de sórdido hermano Grimm, Fernández Cubas logra varios golpes de efecto técnicamente eficaces pero que no salvan la sensación general de puerilidad, mayor cuanto más se intente darle una explicación psicológica o simbólica o encantada a su resolución. También "La nueva vida" parte de un planteamiento fácil (un cruce de dimensiones temporales en plena calle madrileña; alguien enfrentado a su propia juventud, o mejor, a su propio presente), pero es cierto que aquí la sutileza de la narradora, su voz en tono confidente y la naturalidad en el detalle, sí consiguen emocionarme en varios momentos. "Días entre los Wasi-Wano" tiene como protagonistas a una pareja libre de costumbres pero no de pasado, y con ellos (con su caracterización bohemia y sus conflictos en sordina) me balanceo entre el reconocimiento, que es una circunstancia feliz, y el sabérmelos de memoria, que sería todo un desastre.
En el lado notable, "El final de Barbro" tiene una voz narradora sutil, más ambigua de lo que pueda parecer, y que le depara un final perverso y elegante a esa historia de unas hermanas del Sur enfrentadas a una madrastra del Norte. Abriendo el libro está la pieza que le da título, "La habitación de Nona", variante infantil muy bien contada del clásico subgénero "¡era yo!", y no digo más. Y si el libro incluye un cuento realmente a la altura del prestigio de Cristina Fernández Cubas en esta disciplina, se trata sin duda de "Interno con figura", que al contrastar dos entidades tan equívocas y misteriosas como una niña y una obra de arte logra provocar momentos verdaderamente angustiosos, de inteligencia perfecta y un aire fatídico tan denso que casi agota físicamente al lector. Aquí se nos imponen de pronto cuatro, cinco, seis páginas magníficas y de un terror casi tan persistente como la realidad, sólo que intangible. Luego el relato se alarga (menos brillantemente) en un deambular desconcertado de la narradora, que terminará haciendo "lo único que puedo hacer. Escribo un cuento". La escritura como vericueto alternativo, pues.
Sometido a mi propia jerarquía lectora, ese es el repaso pieza a pieza de La habitación de Nona. Pensado el libro en conjunto, resulta atractiva la mirada a punto de crepúsculo de Fernández Cubas, cuya madurez no se traduce tanto en desengaño como en una convivencia desencantada con la sombra. Y es hermoso el modo en que los distintos planos (interior y exterior, pasado y presente, realidad y ficción…) convergen y se alejan, se necesitan y condicionan. En este libro hay elegancia y desde luego oficio, puestos a usar un cliché que explica de sobras por qué uno no se aburre nunca con su lectura. Pero luego la imaginación tiene que cuajar, y en este caso no siempre lo logra.