Belén García Abia

Errata Naturae. Madrid, 2015. 80 páginas, 9'50€

No debe pasar inadvertido un libro así. Es el primero de su autora, Belén García Abia (Madrid, 1973), una novela tan breve como intensa, tan llena de voces de escritoras mayúsculas (Duras, Lesssing, Oates, Yourcenar, …) entre las que funde la suya, que bien podía sentirse ahogada, o apagarse frente a la hondura y humanidad de los temas que invoca. Pero se crece contando su historia de mujer que no habla como tal, sino en nombre de su voz, entrecortada, impelida por la necesidad de dar salida a algo tan acuciantemente real como es revolverse en la paradoja de quien es educada en la "esperanza de engendrar" y se ve avocada al "dolor de no lograrlo".



No, no puede pasar desapercibido un "diario" sobre la "no maternidad", que representa una mirada aglutinadora de muchas otras, reflexiva, cargada con la emoción que tardó en aprender a contenerse y a encontrar la calma, y la halló, precisamente, en el proceso de la escritura necesaria, que duele y desgasta, que calma la rabia al servir para "contarse a bocajarro". Y no es esta la única razón de peso para detenerse en este relato que mira en el tiempo aquello que no tiene lugar, ni lo tendrá desde que un frío diagnóstico ("miomas") engulló los sueños de la mujer cuya voz reproduce la de otras muchas. ¿Recuerdan a Elizabeth Smart en aquella (también) primera novela En Grand Central Station me senté y lloré, intensa, inusual?



El cielo oblicuo es un acertado ángulo desde el que se enfoca la maternidad bajo la apariencia de una carta sin encabezamiento ni despedida, que tardó seis años en adquirir la forma que ahora revela una auténtica apuesta estilística: prosa sincopada, formas breves componiendo la gramática de un relato testimonial, salpicado de imágenes contorsionadas, impactantes, sobre el dolor contenido en "ser" mujer, y "estar" viva, y necesitar el cauce de la palabra para poner distancia con ella misma, elaborarlo, y revestirlo de una verdad incuestionable, nombrada, ahora sí, con la voz fluida y clara: el sufrimiento "pesa", y con el peso nos vamos doblando, nos vamos torciendo.



Y en este punto la poética del libro ensancha su significado al incluir como "epílogo" la voz de "Telmo", el hombre invitado a sumarse a ese ángulo desde el que esa mujer se explica. Su respuesta es un relato sobre su madre: su vida, su muerte, y el "peso de su ausencia". Cuenta en él que ella solía decir que hay un "cielo oblicuo" (hermosa idea, tomada de Clarice Lispector) donde solo pueden entrar los que se han ido "torciendo"de tanto (sentir, sufrir, vivir…,) llevar el peso del mundo en su espalda. Un lugar privilegiado, después de todo.