Vicente Aleixandre y Miguel Hernández

Vicente Aleixandre. Edición de J. Riquelme. Espasa. Madrid, 2015. 648 páginas, 39,90 €

Todos los que fuimos bastantes años íntimos de Vicente Aleixandre (1898-1984) sabíamos que Vicente era muy amigo de Miguel Hernández y que esa amistad no era en absoluto compartida por Lorca, que detestaba al oriolano. Sabíamos también que por cortesía con Miguel (que estaba en casa de Vicente) este dejó de oír La casa de Bernarda Alba de boca de su autor, porque Federico se negó a leerla delante de Miguel Hernández. También sospechábamos -y este gran tomo viene a corroborar una mínima parte- que Aleixandre era un infatigable y generoso escritor de cartas y que si algún día (no parece fácil) se acopiaran las que queden, y muchos tenemos nuestro montón, el tomo resultante sería una de los grandes epistolarios de la literatura española…



Ahora -tras el buen prólogo literario de J. Riquelme- ven la luz las cartas que desde 1935 a 1984 Aleixandre envía primero a Miguel Hernández (sin duda las cartas mejores en el más amplio sentido) y luego las que envía a Josefina Manresa, ya mujer de Miguel y madre de su hijo, cuando Miguel vive pero está en la cárcel y a la postre enfermo, y luego de 1942 las que -al inicio más formalmente- Aleixandre sigue enviando a Josefina, viuda ya, asesorándole en muchas cosas, intentando ayudarle en todo (como ya había hecho con Miguel encarcelado) y siempre interesándose por "Manolín" como casi siempre llamó al hijo de la pareja.



La primera carta conservada es de julio de 1935, cuando ya ambos poetas se conocen y está claro que intiman. Miguel se había acercado a Aleixandre (doce años mayor) por la fascinación que sintió por uno de los grandes libros superrealistas de Aleixandre, La destrucción o el amor publicado en 1934. Que la amistad tuvo mucho de fulgurante y tierna se desprende del intimismo de las cartas, y de los nombres con que Vicente se dirige a Miguel Hernández (1910-1942) que en esos momentos andaba por sus 25: "Miguelito", "Miguelillo", así como de frases del estilo de "te recuerdo muchísimo, y me sonríe con alegría la idea de que el invierno próximo lo pasaremos juntos. Te abraza muchas veces. Vicente". No puede faltar la idea (probablemente no real) de que al homosexual Aleixandre no le disgustaba Hernández ni como poeta ni como persona, pero cualquiera que sepa algo de la vida de Aleixandre, concluirá en que ese proclive se quedó en amistad, no sólo porque Hernández era heterosexual, sino porque Aleixandre que sin duda confesó a Miguel sus tendencias en el sexo, le habla de quien por entonces era su amor real, Andrés Acero. "Andrés está todavía curándose de su herida, está en Valencia y deseando volver a su destino -la carta es de 1937- . No le veo desde fines de noviembre. Nunca he estado separado de él tanto tiempo. Si algún día nos reunimos me ha de parecer un imposible logrado."



Poco después, ese mismo año, Aleixandre escribe al recién casado Hernández: "He tenido dos alegrías íntimas muy grandes. La primera, que un día se abrió la puerta de mi cuarto y apareció Andrés. Cuatro meses hacía que no le veía. Pasé sólo una hora con él, pero todavía me parece mentira." Luego Vicente confirma la cercana amistad que con Miguel le une, al decirle: "Eres la persona en quien yo siento la más profunda confianza; el amigo que más se acerca a la naturaleza. Qué curioso que siendo tan distintos en cosas diferentes (probablemente accesorias) yo sienta contigo como con nadie la inspiración profunda de la verdad del pecho". Sé que es difícil -siendo tan cuidadoso como Aleixandre era con su intimidad, aunque lo sería más en general después de la guerra perdida- hablar a alguien no "epéntico" (el término es lorquiano, por gay) con tan evidente cercanía verdadera. Ello hace que las cartas a Miguel Hernández -la última publicada es de diciembre de 1940- sean con mucho las más ricas del conjunto.



Luego, cuando -encarcelado Miguel- Vicente escribe a su mujer Josefina, aunque se mantiene la cordialidad y la firma "Vicente" se hablan inicialmente de usted, y a Vicente parece interesarle sobre todo ayudar a la mujer y al hijo de su amigo preso. Se preocupará mucho de ellos, los enviará giros postales (de 125 pesetas) y hasta hará que otros amigos que no tienen falta de dinero, como el malagueño Muñoz Rojas, también hagan lo propio. Se interesa por la salud -deteriorada- de Miguel e intenta que por medio de otros amigos lo trasladen de la enfermería de la cárcel a un sanatorio para tuberculosos. No lo logra.



Muerto Miguel en 1942 (con 31 años) Vicente sigue escribiendo a la viuda extendiendo ahora la ayuda monetaria -al inicio- con la ayuda que permita a Josefina, que quizás no sabe mucho de eso, cuidar la obra de Miguel y divulgarla. Le dice, por ejemplo, quién es un editor italiano o alemán que se interesa por traducir a Hernández (parece que Aleixandre es como el consultor de Josefina) y llega a decirle, incluso ya en 1971, lo que debe pedir: "Debo advertirte que estos marcos son de la Alemania comunista y debes consultar en el banco, pues puede que no se hayan dado cuenta y crean en el banco que se trata de marcos de la Alemania occidental. Estos son 19 o 20 pesetas, pero no sé cuánto es cada marco comunista, o sea, oriental. Quizá sea menos". Todos esos y otros muchos cuidados y consejos no obstan para que el cierre de la carta sea siempre afectivo (y a veces con recuerdos de Conchita, la hermana de Vicente) tipo: "Recuerdos y siempre con cariño, Vicente".



Aunque las cartas a Josefina nos proporcionen datos literarios y humanos y sobre todo dejen ver el alto concepto aleixandrino de la amistad, que no se eclipsa con la muerte de Miguel, con todo -obviamente- el tono y los contenidos son muy distintos. Pasamos de cartas de pura y quemante cercanía a cartas de cordialidad, consejo y buenos propósitos, pero que jamás decaen, incluso cuando en sus últimos tiempos Aleixandre te dictaba alguna carta (aprovechando tu visita) que él se limitaba o oír y firmar. La última carta que le escribe a Josefina es de junio de 1984 (Vicente moriría en diciembre de ese mismo año) y se esfuerza para darle el pésame: "Por mis ojos, que hoy están menos que medianos, tengo que dictar estas líneas". Era el caso que Manuel Miguel (el "Manolín" de otras misivas, el hijo de Miguel y Josefina) había fallecido en mayo de ese año de una embolia pulmonar. "Me acuerdo del padre y del hijo y de ti con ellos. Para mí, los tres en uno". Y se despide: "Te envío, con el recuerdo de Conchita, mi abrazo del corazón, Vicente". Para casi todos se ha acabado la historia. Josefina Manresa murió en Elche, con 71, en febrero de 1987.



Las cartas (algunas muy notables) dan fe de una larga amistad en dos ramas, y de la calidad epistolar deVicente Aleixandre (y su gusto por la epístola) por si algún día llega a hacerse un epistolario completo o casi, que mucho valdría la pena.