Jorge Bustos. Foto: Olmo Calvo
El treintañero Jorge Bustos (Madrid, 1982) tiene como bagaje principal un columnismo reflexivo, sin prejuicios, nada estridente y pertrechado con saberes humanísticos raros en nuestros días. A ello se suma el crítico literario de muchas lecturas, templado y sólido. Ambos rasgos confluyen en La granja humana. Fábulas para el siglo XXI, un sabroso rosario de artículos periodísticos de carácter unitario que hacen una interpretación moral de nuestro inquietante presente político; tan actual que en el libro encontramos tanto los imprescindibles dii maiores, los Mariano Rajoy, Pedro Sánchez o Pablo Iglesias, como los comparsas de la picaresca nacional, Bárcenas o el pequeño Nicolás. En sus páginas aparecen la derecha y la izquierda en su impronta más reciente, la vieja política (en epígrafe de obvia resonancia orteguiana) y la política atenta al futuro, los trujimanes del bipartidismo y los "Robespierres posmodernos". A todo ello el autor da un agudo repaso bajo un ingenioso paraguas: aprovecha la fabulística clásica (Esopo, Fedro, Samaniego, Iriarte...) y moderna (Monterroso, Kafka, Schopenhauer...) para iluminar por analogía los comportamientos contemporáneos.Bustos rescata las populares historias de la lechera, la cigarra y la hormiga, las ranas que piden rey, la zorra y la liebre, el león y el ratón, la zorra y las uvas, la liebre y la tortuga, el burro flautista, y otras hasta medio centenar largo, y establece ilustrativos paralelismos con fenómenos públicos actuales. Arranca con un repaso a manifestaciones varias de la demagogia. Sigue un examen de la corrupción en su magnitud política pero también como forma común de degeneración moral. Continúa analizando la crisis del bipartidismo derivada de un mal estilo de hacer política. Habla a continuación de los deberes de los ciudadanos. Y cierran el bestiario apuntes no políticos que se fijan en la cultura o el propio periodismo.
El primer mérito de Jorge Bustos es la valentía de abordar los espinosos asuntos que entran dentro de un programa de reflexión social tan amplio. Su postura general es la de un ejercicio de ecuanimidad que se autoexige contemplar las razones a favor y en contra del motivo enjuiciado y aducir la consecuente postura personal. Dos notas definen su actitud independiente. Una reside en ignorar la trampa de lo políticamente correcto. Así lo hace en cuestiones tan delicadas como el feminismo o el debate entre libertad e igualdad. La otra, auténtico sostén de su pensamiento, es una desafección clara de la postmodernidad, a la que atribuye un relativismo moral en las antípodas de la sociedad regida por sólidos principios que él respalda. A partir de estos criterios reparte zurriagazos sin cuento, denuncia incongruencias de la vida pública y censura cegueras y egoísmos, pero siempre sin hacer sangre, con ironía y desparpajo.
El orwelliano título del libro anuncia una visión del mundo inquietante. El autor cree que los humanos tenemos "poco arreglo en general", pero apuesta por intentarlo. En esta dirección regeneradora inciden sus artículos políticos, herederos del costumbrismo crítico de Larra. Con ese propósito evita los planteamientos abstractos y presenta su candente problemática como un repertorio de situaciones de moral práctica concebidas para incitar en todo momento al lector a la reflexión. Se agradece que esta mirada moral sin moralismo expreso vaya envuelta con las galas de una escritura amena, desenfadada, de estilo exigente y de buen pulso narrativo.