Evocación de Carmen Balcells
Carmen Balcells rodeada por Gabriel García Márquez, Jorge Edwards, Mario Vargas Llosa, José Donoso y Ricardo Muñoz Suay en 1974. Foto: Archivo Balcells
El mundo literario es más complejo de lo que parece a primera vista. En la confección del libro no sólo intervienen el autor, el editor y el impresor, sino figuras como el agente literario, el crítico, la publicidad que lo rodea y hasta los diseñadores del libro y de las portadas. En los años cincuenta del pasado siglo la situación era muy distinta. El libro, en España con su censura a cuestas, había heredado el valor de la tradición clásica. Barcelona seguía siendo la capital editorial que había sido ya antes de la Guerra Civil, superando incluso a Madrid, y comenzaron a establecerse sustanciosas modificaciones en las reglas de juego de la edición. En ello estuvo Carmen Balcells.Coincidió en aquellos años un grupo de escritores y, a la vez, amigos. Carmen Balcells, incorporada a la ciudad, sin otros estudios que los de Comercio conoció al poeta Jaime Ferrán y a través de él al grupo que se organizó en torno a Carlos Barral: los hermanos Goytisolo, los hermanos Ferrater y José Mª Castellet, entre otros. Cuando Víctor Seix y Carlos se decidieron a montar una editorial literaria solicitaron la colaboración de Carmen, cuya experiencia se reducía en cuanto a intermediación de derechos de autor a una breve estancia en la agencia Acer, de Vintila Horia. Carmen se ocupó de negociar los derechos de los autores de Seix-Barral, también en el exterior, y más tarde amplió su abanico de intereses a cualquier autor español o extranjero que le parecía interesante.
Aquella muchacha llegada de la comarca de La Segarra (Lérida) dio un vuelco al mundo literario en lengua española. La conocí poco después, ya en los inicios de los sesenta, y mantuvimos durante años una estrecha relación. Se la recordará por haber contribuido a forjar los puentes -que ya habían existido con anterioridad- entre los editores españoles y los escritores latinoamericanos. Ella no creó el llamado "boom", pero se constituyó en una pieza esencial, el punto de referencia. Su labor más destacada se inició con su relación amistosa con Mario Vargas Llosa, que publicó y fue premiado por Seix-Barral, y siguió con Gabriel García Márquez. Su agencia literaria no se limitaba tan sólo a lograr contratos de edición favorables, sino que en ocasiones organizaba hasta la vida familiar de "sus" autores.
No fue Seix-Barral quien publicó Cien años de soledad, sino una editorial argentina. Sin embargo, cuando apenas había oteado la fama, llegó a Barcelona Gabriel García Márquez. Fue entonces cuando le conocí y cuando publicaba la crítica de una nueva novela suya me llegaba poco después un ramo de rosas amarillas, la flor preferida del escritor. Carmen me regaló la copia mecanografiada y ligeramente corregida, que le hizo llegar de la novela. La tuve en mi poder hasta que, poco antes de morir el maestro colombiano, me pidió que se la devolviera a la familia. Parece que ya era ejemplar único. Y así lo hice.
Con Carmen contribuí a la difusión de los maestros de América a través de una masiva colección de bolsillo de Salvat Editores, a la vez que las nuevas promociones de escritores españoles se integraban en el amplio abanico de una agencia que iba ampliándose. Barcelona fue, durante años, la capital literaria del mundo hispánico. Los nuevos editores y la Agencia Carmen Balcells ya ampliada en otro piso de la Diagonal contribuyeron decisivamente al fenómeno. Su mayor cualidad, a mi entender, fue no sólo la de saber escuchar, sino la de anticiparse incluso a los deseos o necesidades de sus autores. Era una mujer fuerte, pero generosa y eficaz en el mundo de los negocios.
Fue añadiendo a su extensa lista de representados escritores de la talla de Julio Cortázar, Pablo Neruda o Camilo José Cela. Alimentó en ocasiones el Premio Planeta con autores como Manuel Vázquez Montalbán, que acabó siendo muy próximo, pero Jaime Gil de Biedma depositó también en ella su obra inédita. Mantuvo profunda amistad con autores más jóvenes como Ana Mª Moix y su hermano, conocido como Terenci. Y supo mantener también excelentes relaciones con las viudas de los escritores que iban desapareciendo.
Pese a los achaques, porque en sus últimos años se desplazaba en silla de ruedas, nunca dejó de caracterizarse por su optimismo y su sentido del humor. Viajó constantemente a lo largo de toda su vida sugiriendo y creando espacios de edición en España y América, adaptándose a las nuevas condiciones del libro. La llamaron la "Mamá Grande". Y tuvo grandeza de espíritu.