Cristian Crusat. Foto: Archivo

Han pasado casi diez años desde que Cristian Crusat (Marbella, 1983), miembro de la segunda promoción de la Fundación Antonio Gala, se diera a conocer con el libro de relatos Estatuas (2006). Después vendrían Tranquilos en tiempos de guerra, Breve teoría del viaje y el desierto; el premio Europeo de Literatura 2013 y el Málaga de Ensayo 2015 por Vidas de vidas. Una historia no académica de la biografía.



Solitario empeño, su último libro de cuentos, confirma el porqué de tanto reconocimiento y tanto premio: Crusat es uno de esos jóvenes narradores a los que hay que leer, ya que posee un mundo propio fascinante, repleto de esquirlas y espejos rotos. Los protagonistas de estos ocho relatos se mueven entre sombras, sin certezas, desarraigados del mundo en una Europa finisecular en la que ni familia, ni trabajo, ni amigos ni creencias tienen ya contornos firmes. Y, sin embargo, no hay llantos ni victimismo en sus páginas, en las que no faltan sueños serenamente aterradores, leyendas esquimales y mitos del medievo, tamizados por el eco de los mejores relatos de Cheever y Tabucchi, al que Crusat rinde explícito homenaje en el metarrelato "Conductos".



Entre sueños y dudas, los héroes de Crusat se aventuran a vivir sabiendo que la realidad, como "un cuento a veces es centro y a veces vacío", y que lo que sentimos acaba por convertirnos en algo nuevo que escapa a nuestro control, pero también a "cualquier resentimiento o anhelo". Al autor (y al lector) sólo le queda resistir con la esperanza que vivir para escribirlo.