David Graeber. Foto: Planeta México

Traducción de Joan Andreano Weyland. Ariel. Barcelona, 2015. 292 páginas, 19'90€ Ebook: 12'99€

Los ensayos que componen este singular volumen se articulan sobre un hecho que, en opinión del autor, nadie quiere reconocer en todas sus dimensiones. Algo que está cada vez más presente en la sociedad global. Una profunda decepción en torno al mundo que vivimos. Una sensación de juramento quebrantado. Una promesa solemne que nos hicieron cuando éramos niños acerca de cómo sería el mundo cuando fuéramos adultos, una promesa falsa, rota. La realidad ya no es como se nos había presentado y quienes están en la zona álgida de la vida, entre los cuarenta y los sesenta años, sufren con mayor crudeza el punto de inflexión marcado por la globalización.



El supuesto de este libro radica en afirmar que vivimos en una sociedad que a fuerza de haberse ido burocratizando nos ha convencido de que la burocracia es buena y necesaria. Los ordenadores han tenido un papel crucial en esta transformación. Si la invención de nuevas formas de producción industrial en los siglos XVIII y XIX tuvieron el efecto de transformar a un gran número de personas en trabajadores a jornada completa, el software pensado en principio para aliviarnos de las responsabilidades administrativas nos ha convertido en administrativos cada vez más ocupados en "múltiples papeleos". Esta sobreocupación del tiempo en infinitos trámites deriva en múltiples problemas pero desde luego en una menor dedicación a los procesos creativos y de innovación.



Nacido en Estados Unidos en 1961, David Graeber se autodefine en estas páginas como antropólogo y anarquista. Fue profesor de Antropología en la excelente Universidad de Yale hasta que en 2007 la autoridades académicas le pusieron en la calle. Desde entonces sigue enseñando Antropología en el Goldsmiths College de la Universidad de Londres. Académico doblado de activista, Graeber se distinguió en su lucha contra el Foro Económico Mundial celebrado en Nueva York en 2002. Es miembro de la organización sindical Trabajadores Industriales del Mundo, uno de los líderes del movimiento Occupy Wall Street y una de las personas que acuñó el eslogan: "Somos el 90 por ciento".



Con dicho título, el sello español Capitán Swing tradujo en 2014 el volumen que un año antes había aparecido en Estados Unidos narrando los sucesos y las consecuencias derivadas del 26 de abril de 2012. En esa fecha, unos treinta activistas de Occupy Wall Street se congregaron en las escalinatas de mármol del Federal Hall de Nueva York, situadas frente al edificio de la Bolsa. Tal acción despertó, sobre todo los primeros meses, una ola de entusiasmo que se veía capaz de introducir cambios. A partir del significado creado por Occupy, Graeber examina la democracia en Estados Unidos y la imaginativa y radical apertura de unas gentes decididas a crear una nueva cultura democrática en la que sería posible un trabajo de mayor calidad que el actual.



Del resto de sus publicaciones, el lector puede encontrar en español y en "creative commons" debido a Virus Ed. (2011), su libro de 2004, Fragmentos de antropología anarquista, donde deja ver su gusto por el rancio estructuralismo de los años 60 y su tendencia a simplificar el análisis social bajo la presión intelectual de la interpretación francesa de Marx. Con todo, el volumen que ha sido traducido a numerosos idiomas y le ha puesto en el cuadro de honor del activismo mundial es En Deuda. En 2011 vio la luz una primera versión y en 2014 salió a librerías de la mano de Ariel. Con el viento a la espalda de la Gran Recesión y los miles de desahuciados por la crisis iniciada en 2008, Graeber presenta un análisis histórico del capitalismo en el que muestra que a lo largo de 5.000 años todas las sociedades habían sido capaces de establecer mecanismos de protección a los deudores. Todas, excepto la actual sociedad globalizada, incapaz de "limpiar la pizarra de deudas".



El subtítulo de La utopía de las normas avanza al lector su contenido: De la tecnología, la estupidez y los secretos placeres de la burocracia nos asoma al abismo de lo que su autor reclama como la ley de hierro del liberalismo. Cualquier reforma del mercado, cualquier iniciativa gubernamental que pretenda reducir el papeleo y las gestiones inútiles y promover las fuerzas del mercado, tendrá como último efecto incrementar el número total de normas regulatorias, las idas y venidas y, en definitiva, el número total de burócratas empleados por el gobierno.



Estamos por tanto ante un volumen que gira en torno al problema creado por la hipertrofia de la burocracia capitalista. Un planteamiento que no es nuevo: lo novedoso es que Graeber afirma que la izquierda no tiene una verdadera crítica de la burocracia frente a una derecha que siempre ha sentido a los burócratas como servidores del Estado. En realidad, el término burocracia tiene un origen reciente y peyorativo. En el XIX, los liberales sometidos a regímenes absolutistas lo utilizaban para desacreditar el comportamiento despótico de los funcionarios. Desde entonces, ha seguido designando la torpeza, la lentitud o la incompetencia de la gente al servicio de los gobiernos o de las grandes organizaciones. Tras la Segunda Guerra Mundial, países como Alemania o Estados Unidos conformaron espacios organizativos en los que la llamada Ley de Parkinson, "el número de funcionarios crece en razón inversa al trabajo a realizar", llegó a parecer una evidencia.



Pese a esta carga negativa que seguramente arranca de los viejos imperios burocráticos como el antiguo Egipcio, el Imperio Romano o la China antigua y medieval, a lo largo de estas páginas sobresale el concepto weberiano del término. Max Weber, un pensador de la Alemania bismarckiana, planteó la burocracia como una relación entre autoridades legalmente establecidas y funcionarios sometida a derechos y deberes regulados por escrito. Los movimientos de reforma de la función pública en la segunda mitad del siglo XX tanto en Inglaterra como en Estados Unidos han ido en esa dirección y han arrastrado a numerosos países.



Aunque anarquista, Graeber sí entiende el papel de la burocracia y muestra de modo convincente las "puertas giratorias" que comunican y fusionan el poder político y el privado. No tolera su desmedido crecimiento ni su falta de capacidad para aceptar la diferencia. "El conocimiento burocrático -escribe- trata esencialmente de esquematización". La misma masificación se convierte en un serio obstáculo a la hora de plantearse la vieja cuestión revolucionaria: ¿cómo se consigue un cambio fundamental en la sociedad sin poner en marcha un proceso que acabe con la creación de una nueva burocracia? ¿Es posible en el siglo XXI cambiar el mundo? ¿"O es que la noción de revolución posee un fallo inherente"?



En los tres ensayos centrales de este volumen, enjaretados entre una introducción y un apéndice, se unen fascinantes ideas con serios propósitos de mejorar la sociedad y, al mismo tiempo, se pone de manifiesto un fuerte desencanto con la transformación que el Estado de Bienestar ha sufrido en los últimos años. Leer a Graeber es dar alas a la imaginación de una sociedad mejor. Ese es el lado potente y cautivador de su obra. Otra cosa es su faceta hiperbólica y la sensación de frontera que transmite entre lo que es análisis social desde una perspectiva antropológica y el activismo político. Por último, conviene señalar que este maestro en el arte de abrir el pensamiento al debate introduce al lector en los supuestos ideológicos y políticos presentes en un modo de entender la política y la sociedad que ha crecido en la segunda década del siglo XXI.