Image: Nikolaus Wachsmann: Cuando comenzó el Holocausto, toda la maquinaria nazi estaba lista

Image: Nikolaus Wachsmann: "Cuando comenzó el Holocausto, toda la maquinaria nazi estaba lista"

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Nikolaus Wachsmann: "Cuando comenzó el Holocausto, toda la maquinaria nazi estaba lista"

30 octubre, 2015 01:00

Nikolaus Wachsmann. Foto: Gerald von Joris

Diez años ha estado Nikolaus Wachsmann (Munich, 1971) investigando toda la documentación disponible sobre el infierno de los campos de concentración nazis. "Está todo registrado. En Auschwitz, los médicos de las SS llegaron a quejarse a sus superiores porque tenían calambres de firmar certificados de defunción", dice el historiador a El Cultural. El resultado es una obra de más de 1.000 páginas, incluidas notas, titulada KL. Historia de los campos de concentración nazis (Crítica), que constituye el primer estudio global sobre la evolución del sistema de campos y un estremecedor coro de voces sobre el horror y el asesinato en masa.

En mayo de 1933, tres meses después del ascenso de Hitler a la Cancillería de Alemania, Hans Steinbrenner, soldado de las SS en Dachau, entró en la celda del prisionero Hans Beimler. "Te quedan doce horas de vida", le dijo. Y añadió que volverían a por él la mañana siguiente; si para entonces no se había ahorcado, lo ejecutarían. Steinbrenner rasgó una manta, fabricó una cuerda y le dio instrucciones al recluso. "¡Fíjate bien! ¡Aprende cómo se hace! Solo tienes que meter la cabeza aquí dentro y atar el otro extremo a la ventana. Y ya lo tienes. En dos minutos habrá terminado todo".

La detención de Beimler, conocido miembro del Partido Comunista Alemán (KPD), había llenado de júbilo a los guardias de las SS. Steinbrenner recordaría más tarde el aire "electrizado" que se respiraba en Dachau cuando el camión que transportaba al preso atravesó la entrada del campo de concentración. Ese alborozo enseguida se tranformó en ímpetu vengativo y Beimler hubo de soportar, durante días, palizas y torturas con las que los guardias pretendían inducirle al suicidio.

Lo extraordinario de esta historia (que demuestra una vez más que la violencia estaba bien arraigada en los campos desde años antes del comienzo de la Solución Final) es que, en algún momento de su última noche, Hans Beimler escapó. A la mañana siguiente, al ver su celda vacía, las SS clamaron contra los enemigos de Alemania, encendieron las sirenas, ejecutaron prisioneros, desplegaron equipos de búsqueda y alertaron a la población sobre el peligro bolchevique que se cernía sobre el país si Beimler continuaba en libertad. Sus compañeros del partido, tras ocultarlo en algún piso franco, le ayudaron a cruzar la frontera checa, desde donde el fugado mandó una zumbona postal al comandante de Dachau: "Bésame el culo".

Llegó a la Unión Soviética y desde allí ofreció el primer testimonio por escrito de los campos de concentración nazis, que pudo leerse en países como Suiza, Reino Unido y la misma U.R.S.S., y que recorrió clandestinamente Alemania. "La historia de Beimler aglutina muchos aspectos cruciales de los primeros campos", dice Nikolaus Wachsmann, profesor de Historia alemana en la Universidad de Londres y autor de KL. Historia de los campos de concentración nazis (Crítica). "La violencia motivada por el odio a los comunistas, el ensañamiento con los presos conocidos o la improvisación de los primeros años, evidente en el uso que las SS hacían de la destartalada fábrica de Dachau", añade. Durante mucho tiempo, además, Beimler sería el único preso que había logrado escapar de aquel primer y rudimentario campo, puesto que, tras su fuga, las SS reforzaron la seguridad.

Los campos nazis, explica Nikolaus Wachsmann, no fueron mecanismos perfectamente engrasados desde su origen, ni mucho menos las eficacísimas máquinas de terror y crimen masivo que llegaron a ser durante la guerra. El libro arranca en 1933, precisamente en Dachau, el primer campo, cuando la prioridad del recién instaurado régimen era barrer a la oposición (es emblemática una fotografía de agosto de ese mismo año en la que aparecen cinco diputados socialdemócratas, perfectamente trajeados, a su llegada al recinto de Oranienburg). "Se puede comprender la evolución del nazismo en paralelo a la evolución de los campos de concentración -explica el historiador alemán-. Estos reflejaban sus cambiantes objetivos, ambiciones y obsesiones: desde la erradicación de los opositores políticos y los marginados sociales (como mendigos y delincuentes) antes de la guerra, a la conquista, el genocidio y el trabajo esclavo durante la misma". Lo mismo que se observa en el entramado del sistema: en 1939 sólo existían seis campos principales con unos 20.000 prisioneros; unos años más tarde, en pleno apogeo bélico, eran cientos de miles los reclusos repartidos en cientos de campos de toda Europa, de las Islas del Canal a los países bálticos.

Los primeros campos de concentración nazis eran versiones perfeccionadas de las llamadas "casas de la SA", viviendas particulares o tabernas que, a partir de febrero de 1933, continuaron funcionando como centros de tortura para enemigos de la nueva Alemania. "Los nazis construyeron sus primeros campos en viejos castillos, barcos, restaurantes y fábricas abandonadas y variaba mucho, entre unos y otros, el tratamiento que se daba a los prisioneros. Algunos guardias torturaban a los presos, como en Dachau, pero otros no". Según Wachsmann, sólo cuando las SS del Reichsführer Heinrich Himmler tomaron el control absoluto, "la crueldad y la violencia se institucionalizaron".

El loco de Dachau

Para dirigir Dachau, Himmler buscó el perfil muy concreto de un verdadero psicópata: Theodor Eicke, a quien localizó en un centro de salud mental. Hombre grueso y campechano, su buen hacer (y su diligencia en "La Noche de los Cuchillos Largos": él fue quien mató, junto a Michel Lippert, al líder de la SA Ernst Röhm) lo auparía hasta la cúpula de mando del sistema de campos de concentración. Eicke fue el responsable de la transformación de Dachau, y el primero que, según Wachsmann, puso en práctica las enfermizas ideas que, a un nivel más global, tenía Himmler. "Mientras Himmler decidía el rumbo general del posterior sistema de campos de las SS, Eicke se convertía en su poderoso motor", explica.

Los soldados de las SS, muchos de ellos jóvenes desempleados que ni siquiera habían participado en la guerra, adquirieron en aquellos años una "experiencia asesina" que irían extremando con el tiempo. "Los guardias se fueron acostumbrando a la violencia extrema: el sistema de los campos fue un transformador brutal de valores y su historia es la de aquellas mutaciones, que normalizaron la violencia, la tortura y el asesinato. Con cada nuevo ultraje iban más lejos y los perpetradores iban llevando a cabo actos que habrían sido impensables apenas unos días antes". Da un ejemplo: un médico de las SS vomitó y se desplomó cuando asistió por primera vez a una selección de prisioneros judíos para las cámaras de gas de Auschwitz. Muy poco tiempo después era él mismo el encargado de hacer esa selección. Y cumplía con el mayor celo.

Años después, durante la guerra, los guardias completarían algo así como un grado superior en sadismo: "Aprendieron a engañar a sus víctimas, a las que hacían creer que iban a ducharse cuando en realidad iban directas a las cámaras de ejecución; aprendieron a utilizar gases venenosos como el Zyklon B, que fue utilizado por primera vez para matar a los prisioneros de guerra soviéticos; y aprendieron a distinguir a los internos, a su llegada, entre los que debían ir directos a la muerte y los que estaban capacitados para trabajar hasta que les llegara el momento de morir también. Así que cuando comenzó el exterminio sistemático de los judíos europeos, todo estaba listo".

Burocracia del terror

La pregunta ha obsesionado a los estudiosos durante los últimos setenta años: qué cortocircuito humano propició el Tercer Reich. El libro de Wachsmann, por supuesto, se abstiene de responder semejante cuestión. Pero el autor destaca un hecho que le parece extraordinario, al menos en lo que se refiere a los campos. Tuvo lugar en los primeros meses del nazismo. "Después de destruir a la mayor parte de la oposición política, casi todos los presos fueron puestos en libertad. Esto hizo pensar que los campos ya no tenían sentido, y que podrían desaparecer para siempre. Pero entonces Hitler reparó en los beneficios del terror fuera de la ley y apoyó la creación de un sistema de campos permanente bajo el gobierno de las SS. Fue entonces cuando se creó la enorme burocracia del terror". El resultado fue un sistema de crimen industrializado, "producto en parte de la modernidad", por el que, en doce años, pasaron alrededor de 2,3 millones de hombres, mujeres y niños, de los cuales 1,7 millones murieron; más de la mitad eran judíos y perecieron en Auschwitz.

Hace algo más de una semana, en Jerusalén, en una manifestación de judíos por la paz entre Israel y Palestina, un joven gritó a los manifestantes: "¡Sois unos ingenuos! ¡Y por ser ingenuos acabamos en Auschwitz!". Ese joven no dijo Shoah, ni Holocausto: recurrió a su más elocuente imagen, a los cadáveres apilados, los hornos crematorios y las cámaras de gas. Al más letal de los campos de exterminio nazis. Wachsmann dedica muchas páginas a Auschwitz. Su excepcionalidad, dice, complica la tarea del historiador: "Desde 1942, Auschwitz fue un híbrido inusual: campo de esclavos para los prisioneros y campo de exterminio para los judíos. Pero siempre estuvo integrado en una red de campos mucho más amplia, y fue construido, y puesto en marcha, gracias a la experiencia de los campos más antiguos". A Auschwitz iban los alumnos aventajados del Tercer Reich. Como el primer comandante, Rudolf Höss, que aprendió a ejercer su siniestro oficio en "la mayor escuela de violencia para las SS, que era Dachau".

Desmitificar Auschwitz

Aunque insiste en "el papel inequívocamente destructivo" de Auschwitz, Nikolaus Wachsmann recomienda "desmitificar este campo como un equivalente del Holocausto". La razón es que Auschwitz, "creado con el fin de destruir a la oposición polaca y establecer una relación más estrecha con la industria", fue el Holocausto, pero el Holocausto, al mismo tiempo, fue mucho más. "En ninguna otra parte los nazis asesinaron a más judíos", termina el historiador alemán. "Pero la mayoría de los judíos murieron en otros lugares, fueron tiroteados en los bosques y enterrados en zanjas de toda la Europa ocupada del Este, o gaseados en otros campos de exterminio como Treblinka".

@albertogordom

El Gulag

Los campos de concentración no fueron un invento nazi: la revolución rusa supuso también la creación del Gulag, los terribles campos de trabajos forzados soviéticos que impusieron el terror desde 1917 hasta 1991. Al principio acabaron allí enemigos de la guerra civil, aristócratas y terratenientes, campesinos, así como oficiales acusados de corrupción o sabotaje. Luego llegaron los disidentes (reales o no). No se sabe con certeza cuántos acabaron purgando su "traición" a la U.R.S.S. en Siberia, aunque el historiador Robert Conquest asegura que no fueron menos de catorce millones de personas. Anne Applebaum, premio Pulitzer por Gulag: a History, revela que el número de presos del Gulag entre 1929 y 1953 fue de 18 millones, mientras que otros 7 millones fueron deportados, por lo que sólo en esas dos décadas pudieron rondar los 25 millones. No sufrieron un plan de exterminio sistemático, pero los malos tratos y las penosísimas condiciones de vida (hambrunas y temperaturas de menos 50 grados incluidas) acabaron con millones, mientras los intelectuales europeos negaban el horror. Con todo, para Hannah Arendt "los campos soviéticos eran el purgatorio; los nazis, el infierno", porque, como señala Wachsmann, el 90% de los presos del Gulag sobrevivió, frente al 40-50% de los internos en los campos nazis.