Foto: Berta Sánchez Casas
No es la primera vez que Marta Sanz (Madrid, 1967) se interesa por el mundo de la cultura; o el mundillo, como se dice: actores, escritores, artistas. Lo hizo en Daniela Astor y la caja negra, que iba de las representaciones, de cómo condicionan la realidad. Y lo ha hecho en su última ficción, Farándula, con la que ha ganado el Premio Herralde de la editorial Anagrama, sello en el que Sanz publica sus novelas desde 2010. "Aunque este libro continúa el hilo de Daniela Astor, el interés es otro", dice la escritora madrileña. Y niega que el tema de Farándula sea, en fin, la farándula: "Yo solo tomo el pretexto de la profesión de actor e intento hacer un diagnóstico del país, y probablemente de muchos lugares del mundo, en un momento de crisis".Se trata de una novela coral protagonizada por actores. Está el detestado Daniel Valls, a quien en su país no perdonan que, tributando y viviendo fuera, se atreva a opinar de la actualidad; está Ana Urrutia, una vieja estrella teatral que languidece entre montañas de basura; está Natalia de Miguel, una joven impresionable, ignorante y bella que termina realizándose en un reality show; está Lorenzo Lucas, el gran actor de La Elipa, ya de vuelta, que se termina enamorando de la atractiva Natalia: "Quería que el lector reconociese rasgos, actitudes, pero no personas", explica la autora de Vintage.
Sí que trae Sanz, en clave paródica, a Angelina Jolie, Matt Damon y George Clooney, embajadores universales de la caridad, de los que opina: "Por un lado, piensas: qué bien que sean tan solidarios. Pudiendo estar en su chalet de Los Ángeles, están haciendo del mundo un lugar mejor. Pero, si eres un poco más crítico, si vas más allá, te das cuenta de que muchas veces todas esas caridades y galas de beneficencia sirven para poner parche a los horrores, al sistema podrido en que vivimos".
Pregunta.- En la novela reivindica el derecho de los actores a participar en la vida pública. ¿Es que lo han perdido?
Respuesta.- Los actores, como personajes públicos, son capaces de recoger todo el amor y todo el odio. Esto se ve de manera muy clara en las redes sociales, en donde se les llega a desear todo tipo de atrocidades. Entiendo que el odio surge de una mala situación económica que provoca resentimiento, y que el resentimiento lo lanzas contra cualquier cosa. Y entiendo que la gente de la cultura se equivoca a veces en sus posiciones públicas. Pero hemos llegado a un punto en el que parece que los que nos dedicamos a la cultura somos los únicos que no podemos expresar nuestra opinión.
P.- Dice que los actores son una metáfora de la sociedad. ¿En qué sentido?
R.- En los actores se junta el glamour con la precariedad más absoluta. Gutiérrez Caba ha hablado de un 90% de paro durante la crisis. Es una imagen muy fiel de la sociedad en que vivimos, del primer mundo: una especie de brillo externo, espectacular, pero por dentro un sistema podrido, corrupto y asqueroso.
P.- El escritor, que ha de convivir por primera vez con las redes sociales, ha de hacerlo con el elogio y el insulto, con la adhesión y la censura ejercidos un modo directo e inmediato. ¿Cree que esto ya se deja notar en la literatura contemporánea?
R.- Por muy fuerte o cínico o vanidoso que un artista sea, eso afecta. Y a largo plazo afectará a la construcción de las novelas. Aunque no sé si los escritores acabarán haciendo lo que la gente pide. Esta especie de autocensura la propiciaba antes un mercado editorial fijo, y ahora empieza a estar relacionada con esa opinión descontrolada, que desde mi punto de vista no es democrática, sino demagógica, y confunde la cantidad con la calidad.
P.- ¿A usted cómo le afecta el ruido de las redes?
R.- A mí, más que por las opiniones o juicios que me llegan, me afecta el cambio de modelo. Estoy más despistada, más desconcentrada. Hay gente que puede escribir todavía entre sus pebeteros sagrados, con las persianas cerradas y sin conexión a internet. Pero lo normal hoy es hacerlo con el correo abierto, Google, el diccionario en línea. Estamos modificando nuestros esquemas cerebrales. Está dándose un cambio en el mundo, y en nuestra sentimentalidad, y en nuestra manera de entender la literatura. No podemos ser ingenuos. Farándula también va de ese cambio de modelo y de cómo determinados individuos sienten pavor a perder su sitio.
P.- Sobre el relevo generacional. Hace poco Alberto Olmos hablaba de "la dictadura de la consagración" en un artículo sobre Muñoz Molina. Y aludía al tapón que, según él, ejercen los escritores que comenzaron a publicar en los ochenta. ¿Está de acuerdo?Cualquier persona que toma la palabra en un contexto público, en una comunidad, se está comprometiendo"
R.- Yo, a diferencia de Alberto Olmos, soy muy muy crítica con mi generación, la de los nacidos en los sesenta y principios de los setenta. Creo que tenemos nuestra responsabilidad. Fuimos detrás de los de la Nueva Narrativa, que ocupaban todos los espacios: el prestigio, la prensa. E hicimos poco por construirnos contra ellos. Asumimos de una manera acrítica su visión de la literatura: el entretenimiento, la prevalencia de las tramas, eso que se llama escribir bien y que, con el tiempo, hemos visto que significa estar conforme. Esos escritores dibujaban una visión de España muy estupenda, la España de la democracia, el postfranquismo, la España de las libertades, de las burbujas, de las novelas protagonizadas por escritores, por cantantes de ópera... Los autores que vinieron después vieron que su mundo que no está bien hecho, que está acosado por la crisis, y ellos han podido poner en tela de juicio todas las formas literarias que reafirmaron el estado de la cuestión política y social. Y en medio estuvieron los mañas, las lucíaetxebarrías, los raylorigas, los escritores recopilados en Páginas Amarillas. ¿Qué pasó con ellos? Muchos acabaron siendo juguetes rotos, por culpa, sobre todo, de que se vendió de ellos una falsa rebeldía.
P.- ¿Hasta qué punto influye en el compromiso de los artistas la precariedad económica? Parece difícil ser crítico con el poder si tu economía depende de que ese poder te dé un premio o te invite a un bolo pagado.
R.- La precariedad económica te obliga a menudo a hacer cosas con la nariz tapada.Lo admirable es atreverse a decir realmente lo que piensas, a disentir de lo previsible, a sabiendas de que te van a caer palos por todas partes y que es muy probable que te quedes sin trabajo. A mí que esas posturas no se consideren admirables, sino reprochables, es algo que me llama mucho la atención. Luego están quienes no se manifiestan porque consideran que su arte está por encima del bien y del mal: a mí me recuerdan a las folclóricas del franquismo, que se declaraban apolíticas y luego bailaban al son del Caudillo.
A los que hacemos literatura política se nos acusa de panfletarismo. Pero yo cuido mucho la forma: la manera de decir las cosas es lo que se está diciendo"
R.- Para nada. Cualquier persona que toma la palabra en un contexto público, en una comunidad, se está comprometiendo. Tu discurso está enmarcado en otra red de discursos. Así que lo que resulta imposible es no posicionarse. La poeta Ángela Figuera decía en la época de la guerra que escribir poemas a la rosa, poemas netamente literarios con la que estaba cayendo, naturalmente que reflejaba una forma de compromiso político. Cuando hablas en público eliges de lo que quieres hablar y en esa elección hay un posicionamiento ideológico.
P.- ¿Por qué elige la sátira para escribir Farándula?
R.- Esta novela enlaza con Animales domésticos, en su carácter coral, polifónico y en el sentido del humor como herramienta de diagnóstico no complaciente de la realidad. Es un humor que busca una sonrisa de esas en que te rechinan los dientes. Para esta historia necesitaba ese punto de vista y también radicalizar la forma, por ejemplo con las enumeraciones, que quieren expresar un bombardeo de cosas inasumibles y esa incertidumbre de la que hemos hablado.
P.- ¿Es su obra más radical en el aspecto formal?
R.-Trabajo mucho formalmente todas mis novelas. Es curioso, porque a los escritores que hacemos literatura de intervención o literatura política se nos suele acusar de lo contrario, de panfletarismo. Yo considero que la manera de decir las cosas es lo que se está diciendo, por lo menos en literatura.
P.- ¿Desconfía nuestro país, como el personaje de Natalia de Miguel, de "las alturas intelectuales"? ¿Se ha desintelectualizado y vulgarizado el discurso cultural?
R.- Yo creo que en este país se hace permanentemente el elogio de la ignorancia. Y se demonizan, con el marbete del frikismo o del elitismo, los conocimientos de las personas. De eso es muy responsable el cambio de modelo del que hablábamos.
P.- ¿Hasta qué punto la cultura tiene que ser democrática? ¿No es toda cultura, por principio, elitista?
R.- Ahí me tocas mi gran callo, mi gran contradicción. Yo no creo que la cultura tenga que ser elitista, pero tampoco populista. No creo que tenga complacer permanentemente las expectativas de un lector rebajado a cliente por el esquema neoliberal de la cultura. La cultura tiene que ser democrática, que no es lo mismo que demagógica, ni complaciente. No tiene nada que ver con lo hermético, con lo inaccesible, aunque nos intenten hacer creer que sí. Como si la única cultura que es popular y asumible por parte de todo el mundo es una cultura de entretenimiento que la mayoría de las veces es anestésica.
P.- Un personaje llega a la conclusión de que "aprender no siempre produce la felicidad". ¿Conduce la cultura al pesimismo o esto forma parte del estereotipo del intelectual amargado?La cultura tiene que ser democrática, que no es lo mismo que demagógica, ni complaciente. Y nada tiene que ver con lo hermético, con lo inaccesible"
R.- Es verdad que ahí hay un estereotipo, pero yo cuando escribía tenía en la cabeza otro estereotipo: el de esas personas que se resisten a saber mucho, o a mirar mucho los periódicos, para no amargarse la vida. Esto es muy viejo. Erasmo de Rotterdam en Elogio de la locura lo que quería hacer era el elogio de la ignorancia. Es decir, si tú quieres ser una persona razonablemente feliz, no veas demasiadas cosas ni leas demasiados libros. Esto es el personaje de Natalia de Miguel. Y hay otros personajes, como su mentora, Valeria Falcón, que se da cuenta de esto y entonces piensa hasta qué punto tiene derecho a robarle su felicidad a Natalia de Miguel.
P.- La cultura es buena y produce felicidad, nos dicen, del libro sale uno mejor, pero ¿es posible explicar por qué?
R.- ¡Es que tenemos un concepto cultural tan ñoño! Se ve, claro, en esas campañas de fomento de la lectura en la juventud. A lo mejor leer no te va a hacer mejor persona, a lo mejor es todo lo contrario. A lo mejor cuanto más leemos y conocemos lo pasamos peor, pero al mismo tiempo tenemos más capacidad para reparar los daños. Esta concepción cultural arcangélica, ñoña, rosa, buenrollista creo no solo que no vale para nada, sino que además es contraproducente.
P.- En un artículo reciente decía que lo que se vende con el marbete de "literatura femenina" es la literatura reaccionaria de hoy, con el ejemplo de las sombras de Grey. Pero ¿tiene sentido hablar todavía de literatura masculina y femenina?
R.- Tiene sentido hablar de literatura escrita por mujeres. La literatura femenina se convirtió en un género muy convencional que partía de la novela rosa y se ha ido erotizando explícitamente, aunque ese erotismo ya estaba en la novela. Eso es lo que se vende hoy, y se vende muy bien, como literatura femenina. Esto a mí no me interesa. Me interesa la literatura escrita por mujeres porque visibiliza una serie de voces que, por el peso de la cultura, han sido invisibilizadas durante mucho tiempo. Yo, como mujer que escribe, sé que escribo con un lenguaje que por una parte es mío y por otro no. Y no voy a renunciar a Tolstoi, ni a Henry James, ni a Homero. No voy a renunciar a los escritores que me han formado. Pero sé que las mujeres tenemos que indagar en un lenguaje propio. Hay muchas escritoras jóvenes que lo están haciendo muy bien en ese terreno.
P.- ¿Como quiénes?
R.- Me gusta mucho Sara Mesa, me gusta Mariana Dimópulos, Belén García Abia, que ha escrito un libro estupendo en Errata Naturae. Todas hacen literatura intrépida con un reconocimiento del género, del lenguaje como cuerpo y el cuerpo como lenguaje.
@albertogordom