Antonio Muñoz Molina (Úbeda, Jaén, 1956) acabó sus estudios de Historia del Arte en la universidad de Granada y le tocaba empezar la mili después de aquel verano de principios de los ochenta. La inminencia de la tediosa obligación que durante catorce meses le impediría dedicarse a escribir era para él como el cierre de un telón, así que dedicó todo el verano a darle cuerpo a su primera novela, Beatus Ille. Algún tiempo después la tenía casi acabada cuando un amigo le dio a Pere Gimferrer, de visita en la ciudad, un ejemplar del primer libro de Muñoz Molina, El Robinson urbano, que reunía sus artículos en el Diario de Granada. Al escritor y editor de Seix Barral le gustó y le preguntó si estaba escribiendo alguna novela. Fue entonces cuando el escritor remató el libro y se lo entregó a Gimferrer, que tomó junto al director general de la editorial, Mario Lacruz, la decisión de publicarla.



Han pasado 30 años de aquel golpe de azar y Seix Barral ha publicado una edición especial de la novela, en cuyo prólogo explica el autor estas circunstancias que rodearon su escritura. Su publicación supuso el comienzo de una carrera literaria plagada de reconocimientos, entre los que destaca el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2013, aunque el escritor, poco dado al exhibicionismo y a la pompa, reconoce que le hizo más ilusión el Premio Ícaro por Beatus Ille, el primero que le concedieron.



Además, en 2016 Muñoz Molina y sus seguidores celebran otra efeméride redonda: se cumplen 25 años de la publicación de El jinete polaco, la novela que le valió el Premio Planeta en 1991 y su segundo Premio Nacional de Narrativa en 1992. El primero lo ganó en 1988 con El invierno en Lisboa.



En este vídeo grabado en su casa de Madrid, donde vive la mitad del año (la otra mitad, en Nueva York), hablamos con Muñoz Molina de aquellos años de formación, búsqueda de un estilo propio y éxito temprano. Durante la charla, más amplia que el fragmento que aparece sobre estas líneas, también nos habló de sus impresiones sobre España en un diagnóstico algo más esperanzado que el que trazó en 2012 en Todo lo que era sólido. "Ahora, por lo menos, la tolerancia del ciudadano hacia la corrupción ha desaparecido", señala. Pero en seguida vuelve a la carga: "En España, como hay tanto desprecio por el conocimiento y el saber, se supone que cualquiera que se dedique a estas cosas tiene que vivir miserablemente porque es el castigo que merece por dedicarse a estas tonterías. Lo estamos viendo por las cosas que hace el Ministerio de Empleo y Seguridad Social con escritores jubilados que tienen pensiones de 600 euros".



Esta actitud que el autor considera tan española la sufrió él mismo al principio de su carrera, cuando algunos columnistas de peso lo situaban entre "los ciento cincuenta novelistas de Carmen Romero", la esposa de Felipe González. Muñoz Molina aún se molesta en contradecir aquellas acusaciones: "A mí se me presentó la posibilidad de dedicarme a la literatura no porque tuviera conexiones con el gobierno ni nada de eso, sino porque tuve la suerte de que muchos lectores comprasen mis libros. En España hay que explicar esas cosas. Un autor se lleva como máximo el 10% del precio de venta de un libro, no se lo está robando a nadie. Es curioso que un banquero no tenga que explicar [sus ingresos], ni un futbolista, un abogado, un psiquiatra o un dentista. Pero, por desgracia, en España cualquiera que se dedique a trabajos creativos está bajo sospecha".



@FDQuijano