La Costa da Morte tiene una carga enorme de resonancias. Se asocia al misterio, la tragedia y los insondables secretos de la vida. A aquella geografía ligada también a lo espectral, a Punta Caliente, un pueblecito a tiro de piedra de Fisterra, lleva Víctor del Árbol (Barcelona, 1968) la mayor parte de la acción de La víspera de casi todo porque ha debido de parecerle que era el mejor escenario posible para emplazar una historia sangrienta que recuerda los dramas rurales. Solo que en este viejo género los personajes eran lugareños que daban rienda suelta a sus instintos primitivos y a la barbarie debida a la incultura y al aislamiento de la civilización.
Los protagonistas de los tremendos sucesos que se cuentan en el libro son, en cambio, algunos sensibles y todos forasteros que han recalado en el lugar huyendo de sus dramas personales y queriendo borrar el pasado para encontrar nuevo rumbo a sus torturadas existencias. Parece que Víctor del Árbol los junta como ejemplos de una inconmovible determinación de rectificar su calamitoso pasado, pero peca de artificiosidad que roza la inverosimilitud, pues nada justifica que todas esas gentes hayan ido a parar a tan recóndito lugar.
Este rebuscamiento se acompaña de un auténtico tour de force en la selección de esos personajes y de sus respectivas historias preliminares. La novela acumula un muestrario nada probable ni creíble de situaciones personales. Un justiciero policía, Ibarra, que ha matado al asesino de una niña, Amanda, y cuida de su hijo Samuel, enfermo del síndrome de Williams. La madre de la niña, Eva (o Paola), acaudalada heredera, drogadicta, que se enamora del esquizofrénico Daniel. Este adolescente, que cree hablar con la amiga a la que mató de niña, Martina, y lleva además a cuestas una historia de horrores, tortura a su amante y se suicida. Una exilada portuguesa, Dolores, madre de Martina, en cuya casa alberga a Eva. Un huido de la represión argentina, Mauricio, que cuida del nieto, Daniel, único superviviente de las atrocidades cometidas contra él y su familia por un amigo del alma, Oliverio, esbirro de la Junta militar, a quien visita en Barcelona para ajustar cuentas. Y no añado más traumas, que los hay.
La amalgama efectista de psicologías perturbadas y de bárbaras crueldades se ahorma en una trama de intriga. El suspense, sin embargo, se convierte en un rompecabezas que hace durante muchas páginas poco inteligible lo que sucede. La anécdota se adoba con referencias culturales pegadizas (o forzadas, como las abundantes citas del poeta argentino Juan Gelman). La narración tiende a las hipérboles. Los personajes gastan expresiones grandilocuentes de presunta profundidad. El estilo resulta envarado y busca adornarse con imágenes pretenciosas. La suma de tantas negligencias, y una equivocada concepción de qué sea la literatura, convierten La víspera de casi todo en una corriente novela de consumo, una de tantas.