Louise Erdrich. Foto: Persia Erdrich

Traducción de S. de la Higuera. Siruela. Madrid, 2016. 513 páginas, 29'95€, Ebook: 9'99€

Inicia Louise Erdrich (Little Falls, Minnesota, 1954) el breve Prólogo introductorio de esta colección de relatos con la siguiente confesión: "Siempre que escribo un relato corto, tengo la certeza de que he llegado al final. Ya no hay más. Pero las historias raras veces terminan conmigo. Cobran fuerza, peso y complejidad". Y verdaderamente eso ocurre con algunos de sus cuentos, como "El descapotable rojo" que presta su título al volumen y apareció originalmente como parte de su novela más importante, Love Medicine (estructuralmente muy similar a la canónica Winesburg, Ohio, de Sherwood Anderson).



También "Báscula" y "El mejor pescador del mundo" incluidas en la mencionada novela vuelven a aparecer en este volumen. La primera de ellas narra el nacimiento de Jason, hijo de un gigantesco nativo fugado de la justicia y Dot, la verdadera protagonista, que se gana la vida comprobando el peso de los camiones en una autopista. La "inocente" Dot pretende pesar a su bebé en la báscula de los camiones. En la segunda una familia se reúne porque uno de sus miembros ha fallecido y viejos fantasmas vuelven a resurgir. Estas dos historias resultan ser buenos ejemplos del universo narrativo de Erdrich, una autora de la tribu Ojibwe, reivindicada tanto por la crítica feminista como nativo-americana. La narración en primera persona -generalmente una mujer-, el "zeitgeist" nativo, un simbolismo tan sutil que en ocasiones puede pasar desapercibido, la presencia continua de la vida y la muerte, la recurrencia a personajes intrascendentes que viven historias cotidianas e incluso anodinas... conforman el mosaico donde cada una de los treinta y seis relatos, en su propia autonomía, recrea un novedoso sentido histórico de la realidad nativo-americana muy en la línea de Sherman Alexie.



No se trata de magnificar la realidad nativa, tampoco de lamentar su situación sino de reconciliarse con su realidad. "Despertamos cuando morimos. Todos somos juzgados" (p. 165) dice la narradora de "El pequeño libro" y en cierta forma esa es la filosofía que subyace en relatos como "La carrera del hombre gordo" -donde una joven parece que tendrá que casarse con un hombre que aborrece- o "El salto" -hermoso cuento donde se explora la relación entre una madre y su hija, como en "El Gravitrón"-. Pero es sin duda en "El descapotable rojo", su historia más famosa y antologizada, donde se sustancian tanto los aspectos formales como ideológicos o filosóficos.



Marty, el narrador, y su hermano mayor Stephan viven felices en la reserva. Tienen un viejo Oldsmovile rojo con el que pasan un irrepetible verano viajando "de acá para allá" hasta que vuelven a casa y Stephan debe marcharse a Vietnam. Regresa dos años más tarde. Durante ese tiempo Marty ha mantenido el coche impoluto y espera que todo vuelva a ser como antes, pero Stephan es una persona distinta y ni tan siquiera repara en el coche. En un intento de llamar su atención Marty daña el coche con un martillo y el hermano parece reaccionar y decide repararlo. Marty entiende que todo vuelve a ser como antes y viajan hasta la orilla de un río. "El viaje hasta allí fue espectacular... Te sientes tan bien como si tu vida empezara de nuevo /.../ Pienso que ha vuelto el Stephan de antes." (pp. 22-23).



Hace calor y Stephan decide darse un baño, pero no se quita las botas militares y no puede mantenerse a flote. Marty introduce el coche en el agua para que se hunda como su hermano. El simbolismo del coche como materialización de los tiempos felices resulta tan obvio como el peso de las botas que le causa la muerte, pero es la última frase, tras hundir el coche, donde se sintetiza la auténtica tragedia: "Luego solo queda el agua y el murmullo del agua que va y corre, va y corre y sigue corriendo". El agua, como el tiempo, sigue su discurrir ajena a los deseos y anhelos humanos. Es la misma sensación que tenemos tras la lectura de "Destino", "Jode a Kayla y estás muerto" o "La historias de los Puyat", donde un misionero dormía en un ataúd para ir acostumbrándose a la muerte. No en vano, "La historia de los Puyat es la historia del final de las cosas" (350).