Juan Pablo Fusi. Foto: Sergio Enriquez-Nistal

Parece haber encontrado un filón en la síntesis histórica. Libros panorámicos, esenciales y muy breves, que cautivan a lectores de historia hasta ahora abrumados por largas y pesadas monografías. Juan Pablo Fusi eleva la apuesta en Breve historia del mundo (Galaxia Gutenberg), en donde reconstruye lo que va desde la Edad Media hasta los atentados de París. El que fuera discípulo aventajado de Raymond Carr en Oxford recibe a El Cultural para hablar de España, y de sus problemas, y de los desafíos a los que se enfrenta Occidente.

Juan Pablo Fusi (San Sebastián, 1945) ha contado alguna vez que fue Raymond Carr quien le sugirió que trabajase sobre el País Vasco; más en concreto sobre la aparición del movimiento obrero en la época de la Restauración Borbónica. Corría el año 1969. Fusi acababa de terminar la carrera y, antes de incorporarse al trabajo en un colegio de Madrid, decidió viajar a Oxford durante unos meses. Allí conoció al hispanista británico. "Carr me habló del interés que existía por los conflictos laborales en el País Vasco, que durante la época de la Restauración fueron tremendos", recuerda el historiador.



Pocos años después, ya en plena transición, "ETA se convirtió en uno de los grandes problemas a resolver", continúa. Así que lo que al principio era un interés por la transformación socio-económica del País Vasco, y sobre todo de Vizcaya, entre 1880 y 1923, se convirtió en una preocupación, asegura Fusi, "por el enorme y extraordinariamente complejo tema de los nacionalismos", a cuyo papel en la historia ha dedicado el profesor guipuzcoano gran parte de sus desvelos intelectuales.



Pero si ese es el origen, y el grueso, de su carrera, desde hace años Fusi, Catedrático Emérito de la Universidad Complutense de Madrid, escribe sobre todo "síntesis históricas", panorámicas amplias, esenciales y muy breves, que han hallado el favor de los lectores, como demuestran los más de 12.000 ejemplares vendidos de su Historia Mínima de España.



Ahora mira desde una posición aún más elevada para entregar una compacta historia universal desde la Edad Media hasta hoy. Breve Historia del Mundo (Galaxia Gutenberg) arranca en el medievo, dice Fusi, porque es entonces "cuando empiezan a aparecer estados que se parecen a los nuestros, y porque es cuando se da el triunfo definitivo del cristianismo". El repaso llega hasta los atentados de noviembre en París, un capítulo del libro -'Un mundo global'-, asegura el historiador, que está escrito "un poco por las exigencias de la editorial y de la prensa".



La actualidad es incómoda para el historiador. La información de hoy será muy poco interesante mañana"

Su reticencia al presente como objeto de estudio (y de comentario: Fusi no oculta un mohín de disgusto cuando la conversación se centra demasiado en la actualidad) llega hasta el punto de que esta misma primavera, dice, ha rechazado actualizar su Historia Mínima de España: "Es algo muy incómodo para el historiador. La inmensa mayoría de la información que aparece hoy en los medios de comunicación va a ser muy poco o nada interesante en los archivos de mañana".



Pregunta.- Ha encontrado con sus recopilaciones históricas un buen nicho de lectores. ¿A qué cree que se debe?

Respuesta.- El hombre no tiene naturaleza, sino historia, como bien decía Ortega. Por lo tanto cualquier tipo de explicación que queramos dar de la condición humana, de una nación o de los nacionalismos, de los procesos constitucionales o del surgimiento de tensiones interétnicas, exige una explicación histórica. No hay otra forma de entender la realidad. Heidegger decía que la vida solo se contempla a sí misma en la historia. El hombre es lo que ha ido siendo. A eso hay que sumar que el hombre contemporáneo recibe continuamente incitaciones de los medios de comunicación. Estas llamadas excitan su curiosidad y al mismo tiempo excluyen la cultura del libro. Esto es una gran contradicción que los libros de síntesis, creo, podrían contribuir a solventar.



Historiador, no antifranquista

P.- Sobre su biografía de Franco, comentó: "Fui más historiador que antifranquista, que es lo que mi equilibrio personal hubiera querido". ¿Cree que condiciona la ideología todavía en ciertos temas como la Guerra Civil o el Franquismo?

R.- Son temas controvertidos en los que entran en juego consideraciones morales; creo que, más que una ideologización de la historia, es la intensidad de los temas la que acaba arrastrando al historiador a polémicas que rozan la vida política. Creo, no obstante, que es injusto quedarnos con eso.



P.- ¿Por qué?

R.- Porque la historiografía contemporánea en España ha hecho muchas y valiosas aportaciones, empezando por la generación de Raymond Carr, José María Jover, Miguel Artola... Por otro lado, la discusión es parte de la historiografía. En Francia siguen discutiendo todavía sobre la Revolución Francesa.



P.- Pero en España, no sé si estará de acuerdo, es difícil asistir a una discusión histórica que vaya más allá de la guerra civil. ¿Falta conciencia histórica en nuestro país?

R.- Sí, y es un tema que a mí me interesa mucho. Falta una conciencia nacional de la relevancia histórica de España. Nadie se acuerda de la presencia española en Italia durante trescientos años, por ejemplo. Ni de la huella española en Flandes o en el Franco Condado.



P.- Bueno, ahora están las series de televisión...

R.- Y su éxito demuestra que a la gente sí que le interesa la historia, lo cual nos lleva a la conclusión de que algo hemos hecho mal. Uno de los aciertos de Pérez-Reverte es recordar toda esa historia olvidada a través de una literatura de aventuras muy bien hecha.



A Fusi le gusta poner dos ejemplos cuando habla de la falta de conciencia histórica de los españoles, de "España -dice- como un país que no se toma en serio a sí mismo". Uno, de 1840, de un texto en el que "Mesonero Romanos lamentaba que en Madrid no hubiera entonces una calle de Velázquez, ni de Sagasta, ni un solo monumento público más allá del monolito del 2 de mayo. No había un panteón de hombres ilustres, y el que hay hoy es insignificante si lo comparas con Westminster o el Panteón de París, que son monumentos nacionales". El otro ejemplo es una postal que envió un jovencísimo Ortega y Gasset a su familia desde Alemania, a donde había viajado por primera vez aquel 1905. Aparecía una enorme columna en honor a Bismarck y, al pie, una nota del filósofo: "Este sí es un país que se toma en serio a sí mismo".



P.- ¿Ha llegado a la conclusión, después de estudiar los nacionalismos a fondo, de que no hay dos iguales?

R.- Desde luego. Aunque todos tienen algo en común: hacen de la nación, y no del ciudadano o del individuo, el sujeto y el objeto de la política.



P.- ¿Considera que añadimos confusión cuando comparamos el nacionalismo vasco con el catalán? ¿Son tan distintos?

El nacionalismo vasco y el catalán son muy diferentes. El vasco tiene una fuerte impronta étnica"


R.- Sí, lo son. El nacionalismo vasco tiene una fuerte impronta étnica. En la historia no ha habido un estado vasco que definiera su identidad, así que esta singularidad se busca en la existencia de un pueblo cuya manifestación más evidente es la lengua. El nacionalismo catalán tiene, en cambio, un origen cívico. Aunque ambos nacionalismos han evolucionado.



P.- ¿Y qué queda de aquel origen? Porque sobre todo el nacionalismo vasco sigue apelando al folclore y a la vuelta a la vida idílica del caserío.

R.- Sí, que luego era una vida durísima... A lo que me refiero es a que, efectivamente, aunque siempre queda ese anhelo de euskaldunización, el nacionalismo ya reconoce -no tiene otro remedio- la gran pluralidad del País Vasco contemporáneo. Hay, por cierto, otra diferencia fundamental. El catalanismo -más que el nacionalismo catalán, que no es lo mismo-, fue un elemento vertebrador de la sociedad catalana, mientras que el nacionalismo vasco dividió desde el primer momento a la sociedad vasca.



P.- ¿Por qué?

R.- Bueno, sobre todo por los planteamientos religiosos y étnicos de los que parte. Y por su reivindicación de territorios como Navarra o el País Vasco francés, que estaban perfectamente integrados desde hace siglos en sus estados. El nacionalismo catalán ha ido curiosamente incorporando elementos de la cultura popular. La misma idea del pueblo catalán, por ejemplo. Aunque esto no le da ningún carácter étnico, entre otras cosas porque su lengua es romance y su literatura y sus manifestaciones culturales son inseparables del latín y de las lenguas romances.



P.- En el País Vasco siempre se ha hablado de dos polos: el rural y el urbano, cuya idea de la identidad vasca es muy distinta. ¿Cabe seguir haciendo esa diferenciación?

R.- Ya no. Hoy el País Vasco es un continuo urbano-fabril. Lo que es interesante para el historiador es que el mundo rural, profundamente euskaldun, tardó en hacerse nacionalista. En la época que yo conozco mejor, hasta 1923, el mundo rural vasco es monárquico. El nacionalismo es vizcaíno, y de Bilbao. Arraiga en las clases medias, profesionales, empleados de banca, en los pequeños comerciantes, nostálgicos del campo y de la vida de los caseríos que sus antepasados, emigrantes, habían dejado atrás. No arraiga en el gran capital vasco, que era español y monárquico. Dicho esto, todos los nacionalismos terminan siendo muy interclasistas.



Estado débil, estado fuerte

P.- Los nacionalistas defienden que sus reclamaciones son consecuencia de un estado opresor, pero los historiadores suelen defender la tesis contraria: es más bien un estado débil el que favorece los nacionalismos. ¿Es así o conviene matizar más?

R.- Esa es una tesis que empezó a extenderse en los años sesenta. A mí me parece convincente. Cuando hay un estado fuerte con capacidad de actuación sobre la educación primaria y secundaria, y con una sociedad bien vertebrada, determinados tipos de nacionalismos no surgen. Esto lo observó muy bien Azaña en unos artículos que escribió en Francia poco antes de morir. Reflexionaba sobre Cataluña a la luz del ejemplo francés, donde ocurrió precisamente eso.



P.- Es llamativo que en la transición, entre los debates que hubo sobre el modelo de estado, nunca se planteara un estado unitario. ¿Por qué?

R.- La Segunda República es el primer estado que se plantea como problema territorial la existencia de movimientos nacionalistas. Entonces se pensaba sobre todo en Cataluña, un poco en el País Vasco y casi nada en Galicia. Creo que todo el mundo está de acuerdo en que entre 1901 y 1936 el gran problema territorial de España es Cataluña. Hasta el punto de que se crea esa especie de pre-autonomía, que es la Mancomunidad de Cataluña, en 1914. La República asocia democracia con autonomía cautelosa y prudente de las regiones (no utilizó nunca la palabra nacionalidad). Con Franco lo que ocurre es que el exceso de retórica españolista desacreditó bastante, a ojos de los antifranquistas, la idea de nacionalismo español. Así que desde los sesenta se vuelve a identificar democracia con autonomía para las regiones. Quedaba la duda, en 1975, de generalizar el sistema autonómico o de dar autonomía a tres regiones. Y se optó por la primera opción.



Revisar la transición

P.- ¿Hace falta un revisionismo crítico de la transición?

R.- Depende de a qué nos refiramos. Los temas que se ponen sobre la mesa, como la ley electoral o el sistema de partidos, no son verdaderos problemas de la transición. El primer problema de la transición -y es deshonesta cualquier historia que no lo incluya- fue ETA. Como lo fue la crisis económica, y la entrada en Europa y la estructuración del Estado, que es la gran hazaña de la democracia. O la reforma militar, que era algo muy delicado. Estos sí son problemas históricos de fondo, y mientras no se aborden no creo que se pueda hablar de ningún revisionismo crítico.



Los políticos de hoy tienen poco sentido de estado y de la historia. Domina más la ambición personal, el oportunismo"

P.- Ha citado alguna vez a De Gaulle, para quien los políticos debían tener sentido de estado y sentido de la historia. ¿Lo tienen nuestros políticos de hoy si los comparamos con los de hace cuarenta años?

R.- Hay muy poco sentido de estado entre nuestros políticos, sí. Domina mucho más el tacticismo, el cálculo, la ambición personal, el oportunismo, el desplazamiento de otro partido...



P.- ¿Y cuál sería su modelo de político con sentido de la historia? Alguna vez ha citado a Churchill.

R.- Es un ejemplo, aunque creo que no hace falta irse tan lejos. En los ochenta y noventa tuvimos a Willy Brandt, a Gorbáchov, a Mitterrand. A Margaret Thatcher, que, será lo que sea, pero le devolvió a un país en ruinas la confianza en su propio desarrollo. Todos hicieron cosas bien y mal. Pero nadie podrá negar que esos políticos tenían personalidad y carácter. Y algún sentido de la historia, claro.



P.- ¿Qué características tienen los políticos de hoy?

R.- Bueno, tienen conocimientos económicos, jurídicos...



P.- ¿Nada más?

R.- Y hay algunos con ingenio, ciertamente. Con audacia, con capacidad de respuesta. Pero no hay líderes. Lo mismo puedo decir de los historiadores, para que no parezca que el mal es solo político. Los grandes historiadores del siglo XIX, los primeros en entrar en los archivos, como Ranke o Trevelyan, han sido sustituidos por personas que hacemos, como mucho, monografías competentes y algunos libros de síntesis. Las causas son más sencillas de lo que parece y, si se me permite, menos apocalípticas: no estamos en la construcción de un saber sino en su aplicación. En la política esto se ha traducido en una política pragmática y administrativa.



P.- En 2013, dijo a El Cultural que la crisis de Siria le recordaba a los orígenes de la Primera Guerra Mundial. ¿Le recuerda a algo lo que está ocurriendo ahora en Europa?

R.- Hay distintos paralelismos históricos, y no solo con la Primera Guerra Mundial. Aunque siempre hay que hablar de estas cosas con prudencia. Por un lado, la crisis de Crimea, la política de Putin de absorber una parte de Ucrania, recuerda a la revisión del mapa europeo por parte de Alemania en los años treinta, más si añadimos la debilidad de respuesta de los -digamos- aliados occidentales. Yo no tengo dudas de que Crimea haya sido Rusia siempre, pero no es esa la cuestión, sino que Rusia incorporó un territorio y redefinió sus fronteras. Por otro lado, su amenaza soterrada a quien ataque a Al-Ásad, unido también a la capitulación de Occidente, recuerda a 1914.



P.- ¿Está siendo Europa incapaz de afrontar los conflictos de envergadura, como la amenaza del Estado Islámico y la crisis de los refugiados?

R.- La debilidad de Europa es un tópico a estas alturas. La Unión Europea es una construcción híbrida en donde coexiste lo comunitario y lo nacional. Con intereses a veces no siempre bien integrados. Por eso es tan difícil ver acciones unitarias y contundentes. Por otro lado, la burocracia, incomprensiblemente gigantesca, es un problema enorme. Como la falta de un espíritu común, de una cultura nacional y democrática común. Creo que el problema es que es una entidad políticamente débil.



@albertogordom