Juan Arnau
El filósofo y astrofísico valenciano publica La invención de la libertad (Atalanta), en donde, siguiendo el ejemplo de William James, Henri Bergson y Alfred North Whitehead, se opone al determinismo que todavía impera en la cosmovisión moderna.
Pregunta.- ¿En qué momento entiende que ha de escribir un libro a la contra?
Respuesta.- En mi caso, influye mi experiencia como estudioso del budismo y de una serie de filósofos occidentales que también han combatido este modelo. El primero sería Berkeley, aunque no está en el libro. Pero hay tres dignísimos sucesores suyos: William James, Henri Bergson y Whitehead. Los elegí porque los tres defienden la libertad del hombre como algo no ilusorio, sino real. Y dicen que la conciencia es un fenómeno fundamental en el universo, no un actor casual y espontáneo.
P.- En una entrevista decía que muchos de los problemas de la filosofía occidental no eran tales problemas en la filosofía budista, y que esto era un alivio para un estudioso como usted.
R.- Sí, y este libro es un ejemplo. En Europa occidental, durante la época moderna, las matemáticas y la física han dominado el pensamiento de una manera tan absoluta que han cohibido el desarrollo de la biología, de la filosofía y de las ciencias humanas. Esto empieza con Francis Bacon, que dice que el conocimiento no puede ser meramente contemplativo, que tiene que ser poder. Y ese poder es manipular la naturaleza para que sirva a nuestros fines. La siguiente idea importante es de Galileo, que dice que la naturaleza habla el lenguaje de las matemáticas. Con esas dos ideas se desencadena la revolución científica, que termina por considerar la materia como algo externo e independiente a nosotros. Hoy, aunque han surgido la física relativista y la física cuántica, sigue muy vivo, muy presente el paradigma materialista.
P.- En el libro habla de un "entusiasmo ingenieril por lo tecnológico", que sería una de las primeras consecuencias de este paradigma.
R.- Claro, el desarrollo de la tecnología es consecuencia de ello. Es algo que tiene ventajas para la vida humana, pero también tiene un precio, que se paga en forma de depresiones, insatisfacción general, que es lo que proporciona este modelo mecanicista y materialista.
P.- Su caso es el de quien está entre dos aguas. Estudió astrofísica pero, según tengo entendido, siempre supo que se dedicaría a las humanidades.
R.- Sí. Yo vengo de una familia de arquitectos, y en mi familia había que estudiar una carrera muy difícil, no podías estudiar Economía o Derecho. Y desde niño tenía inclinación por las estrellas, desde que veraneaba en Rubieros de Mora, un pueblo de Teruel desde que el que veía maravillosamente el cielo. Decidí estudiar astrofísica pero supe muy pronto que no me iba a dedicar a ello. La vida del astrofísico es muy rutinaria y aburrida. Consiste en elegir un objeto cósmico y analizar la radiación que emite. Clasificarlo, estudiarlo. Así que terminé la carrera y viajé a la India, en donde conocí a Oscar Pujol, que fue un antropólogo y sanscritista muy valioso. Él me descubrió la filosofía sánscrita y de la India. Hice un máster en sánscrito y el doctorado en filosofía budista en México. Y todo esto porque la versión del universo que me dieron en la facultad de Física no me convencía.
P.- Le preguntaba por su vida porque es una constante en sus libros la correlación entre obra y vida, entre experiencia y sistema filosófico.
R.- Es que la filosofía no tiene sentido si no se vive. La filosofía es la inteligencia de la vida, si no es pura teoría, material de inventario para aulas o enciclopedias. No puede desligarse de aspectos tales como el medio de vida de cada uno, la vida afectiva o si esta vida es sedentaria o itinerante.
P.- ¿Es este alejamiento de la vida lo que le ha hecho perder a la filosofía su influencia en la vida pública? O dicho de otra manera: ¿tiene la culpa la filosofía de que ya no se le haga caso?
R.- Por supuesto, y esto ha pasado también con la física y matemática. El siglo XX ha estado dominado por el existencialismo, que sí estaba ligado a la vida pública y cultural, y por la filosofía analítica, o filosofía del lenguaje, que está completamente alejada de la cultura, y que son cuatro eruditos en su torre de marfil y escriben artículos para ellos, lo que en el fondo es bastante patético. Y con la física y matemática pasa un poco lo mismo. El hooligan o el consumidor de telebasura nunca se va a interesar por el debate intelectual, pero sí que hay muchas personas cultas e inteligentes a quienes les gustaría participar de este conocimiento, pero que se sienten excluidos por todos sus formulismos técnicos y abstractos. Y lo lamentable es que ni con políticas científicas se puede solucionar esto, porque las políticas científicas las hacen los mismos que viven en sus pequeñas cápsulas.
P.- ¿Hay un plan consciente de oponerse a ese aislamiento a lo largo de su obra de filosofía narrativa, con novelas, relatos y ficciones filosóficas?
R.- Para mí es fundamental que la filosofía llegue a los lectores de narrativa. Yo he hecho mis novelas filosóficas para eso, y el éxito ha sido relativo. Las novelas han ido bien; no han llegado a un grandísimo público, pero sí a un público un poco selecto, interesado en el pensamiento. Un tipo de lector que busca en la lectura algo más que entretenimiento, lo cual está muy bien. Son lectores, creo, un poco más maduros, que están cansados ya de la ficción y encuentran aquí una vía media entre la ficción y el ensayo.
P.- ¿Cuál de los legados de los tres filósofos del libro está más vivo?
R.- En el ámbito del conocimiento ninguno está muy presente. William James fue un grandísimo escritor, con una gracia y una ironía tremendas. Él propuso una filosofía muy centrada en la vida, con aspectos que normalmente la filosofía deja fuera, como los aspectos psíquicos o mentales. Bergson es, para mí, el más genial, y el más radical. También era un gran escritor, de hecho ganó el Nobel de Literatura. Es muy conocido en Francia, pero su influencia en el conocimiento a nivel mundial es muy pequeña. A cambio, él tuvo éxito en vida; Machado estuvo en sus clases, daba conferencias en la Sociedad de París. Bergson decía algo escandaloso para las neurociencias de hoy: "Los recuerdos no se guardan en el cerebro"; él decía que los recuerdos son inmateriales. Y Whitehead fue un filósofo que trabajó mucho por el paradigma positivista contra el que va el libro. Pero cuando llegó a la madurez se dio cuenta de que ese camino no conducía a ninguna parte. Tuvo la suerte de que a los sesenta años le ofrecieron una cátedra en Harvard, y cambió de continente y comenzó una labor humanística extraordinaria y muy fecunda, y construyó una filosofía complicada y formidable.
P.- Ahora que menciona el estilo literario de dos de ellos, ¿no cree que el estilo, la prosa académica ha sido otro lastre añadido a la divulgación filosófica?
R.- En realidad ha habido de todo: grandes filósofos que han sido escritores penosos y pobres filósofos que eran grandes escritores. Esto tiene que ver con el aislamiento. Cuando uno escribe para cuatro, escribe en la jerga de esos cuatro. Cuando uno quiere llegar a un público más alto se ve obligado a escribir de otra manera. Los existencialistas en general fueron grandes escritores; tanto Nietzsche como Sartre o Kierkegaard. Nietzsche y Kierkegaard han sido sin duda dos de los filósofos que mejor han escrito. Kant, en cambio, no escribía muy bien; aunque no era tan malo como Hegel, que escribía fatal. Berkeley era iun gran escritor; Locke no demasiado. Y en la antigüedad hay grandes escritores, como Plotino o Platón, Aristóteles no tanto...