Jorge Edwards

Su historia no es muy conocida, aunque Jorge Edwards (Santiago de Chile, 1931) ya escuchó algo en 1962. La vida de María Edwards, pariente lejana suya (pertenece a la rama de la familia que posee El Mercurio, uno de los principales diarios de Chile), tiene indudables componentes novelescos: chilena sofisticada y bien, vagamente intelectual, algo frívola, vive en París cuando los alemanes ocupan Francia. Se compromete con el destino de los judíos y colabora con el hospital Rothschild, de donde saca sedados, bajo una capa, a los bebés de las mujeres que los nazis se llevan a los campos. Por otro lado, y por su clase, tiene contactos con diplomáticos, intelectuales, colaboracionistas y altos cargos alemanes. También con un enigmático espía de la Wehrmacht, o algo parecido, que terminará ahorcado por traición, en teoría por participar en la operación Valkiria. María tendrá problemas con los ocupantes, la detendrán, interrogarán y torturarán en las cárceles de la Gestapo. Pero sobrevivirá. Y regresará a Chile, en donde morirá sin saber que un día sería reconocida como Justa entre las naciones.



Edwards recibe a El Cultural en su casa de Madrid; hay un orden caótico de papeles y libros en el salón. Escribe a mano en la mesa del comedor, frente a un transistor apagado. En la otra parte de la estancia, junto a los balcones, hay una mesa baja cubierta con más papeles, entre los que asoman algunos de los libros que está leyendo (una versión inglesa de Hamlet, un Quijote), y prensa atrasada del fin de semana. Edwards, que ahora vive la mayor parte del año en España, escribió La última hermana (Acantilado) siendo embajador de Chile en París, cargo que desempeñó a partir de 2010. "Me levantaba a la seis, y escribía de seis a nueve. Luego estaba todo el día pensando, tomando notas, lo mismo en reuniones o cuando despachaba con alguien. Una embajada es un clavo, estás todo el día haciendo cositas, pero hay que hacerlas..., en fin, ya me despedí, y ahora no hago nada". Bueno, escribe. "Sí, nada. Yo ya tengo muchos años, pero es cierto que no lo dejaré nunca".



P.- Ahora una novela de suspense… ¿se veía haciendo un thriller? No es habitual para tratar un tema tan espinoso como el Holocausto. ¿Tenía intención de salirse de algún camino demasiado trillado?

R.- No, no. Yo escribí una novela sobre la transformación de un personaje, y sobre una atmósfera que conozco bien. Conozco ese ambiente intelectual, lo viví mucho en los sesenta, y algo después. La guerra la estudié. Y encontré personajes fascinantes, como Wilhelm Canaris. La novela está articulada en torno a tres personajes: Canaris, el jefe de la inteligencia alemana; María, la protagonista; y su última pareja, el enigmático René. Una bisnieta de María me ayudó mucho, fue la primera que me habló con cierto detalle de esta historia. María era una persona muy desconocida, y para la familia era incómoda. A mí me llegaron recados cuando se supo que estaba escribiendo sobre ella: "Deja en paz en María", me dijeron. Pero si me preocuparan estas cosas no escribiría.



P.- ¿Cómo ha acabado en Acantilado?

R.- Tuve algunos problemas con Random House cuando publiqué el primer tomo de mis memorias. Ellos querían sacarlas solo en Chile, pero resulta que aquí se han leído bastante. Me hicieron un contrato chileno, y no me lo dijeron. El caso es que he pasado por muchas editoriales desde que firmé mi primer contrato con Seix Barral, he pasado por Alfaguara, por Tusquets, que me gustaba, porque había muy buen ambiente... estoy convencido de que la salvación del mercado editorial vendrá de las editoriales medianas. Cuando las editoriales se venden a los grandes monstruos desaparecen. Tusquets tenía un estilo, una casa muy bonita en Barcelona, y ahora ya nada. Pero no se debe hablar de estas cosas. Yo estoy muy contento con Acantilado, encuentro que hay afinidad entre mi libro y el catálogo.



P.- ¿Tenía buena sintonía con Jaume Vallcorba?

R.- Lo conocí poco. En mi última conversación con él me animó a que preparase una antología de Joaquín Edwards Bello, el protagonista de El inútil de la familia. Pero es difícil, hay que hacerlo bien y hay muchísimo material...



P.- Poco a poco va novelando la historia de su familia: El inútil de la familia, El descubrimiento de la pintura... en La última hermana la familia de la protagonista -la que está en Chile o en París- también tiene su importancia. Y María Edwards es pariente suya.

R.- Eso es porque yo me he interesado en la historia, en la crónica. He sido un gran lector de correspondencia. Y he sido un lector de novelas, aunque he pasado de la ficción a la historia con cierta facilidad. Hay un crítico mexicano [Christopher Domínguez Michael] que ha llamado a lo que yo hago el arte de la casi novela. Pero no se puede saber lo que es novela y lo que no. Yo no lo sé bien. Hay géneros que son rígidos, un soneto es siempre un soneto. Pero la novela es todo lo contrario. ¿Qué es Proust? ¿Es novela? Es una enorme memoria, una obra sobre el tiempo y la memoria en la que el autor ficcionaliza cosas, pero más que nada para disimular.



P.- ¿Siente que lo que hace, al menos en las etapas previas a la escritura, se acerca al periodismo?

R.- Con este libro ese proceso más periodístico fue largo. Llegué a hacer entrevistas, recibí a dos de los niños salvados por María en la embajada, y visité a menudo los lugares de la novela. Ese trabajo documental para mí siempre es importante. Yo quería mostrar que en París la, digamos, aplicación del antisemitismo fue paulatina, no como en Varsovia o en las ciudades alemanas. Así que tenía que estudiar bien cómo se hacían las deportaciones masivas a Auschwitz, a partir del 42. Así me encontré con personajes como Canaris.



P.- ¿Con cuál de todas las teorías sobre Canaris se queda? ¿Era un antihitleriano desde el primer momento o todo lo contrario?

P.- Era un conservador, un feroz anticomunista, pero no le gustaba Hitler. Era de la Wehrmacht, el jefe de Inteligencia, el espía número uno. Sabía muchos idiomas y había estado en muchas cárceles. Estuvo en Chile durante la Primera Guerra a bordo del Dresden. En el sur de Chile, que era muy germánico, se acogió a los alemanes. Después Canaris fue agregado naval en Madrid, y conoció bien España. Hay quien le culpa del asesinato de Rosa Luxemburgo. Pero no lo creo.



P.- ¿Cuál fue su papel en la operación Valkiria? Porque tampoco está claro.

R.- Él no participa en la operación Valkiria. Pero es el jefe del espionaje, y sabía cosas, y las ocultó. Así que lo agarraron.



P.- ¿Por qué cambió el título original del libro: El retrato de María?

R.- Ese era el título de trabajo; después se tituló Historia de María. Pero me di cuenta de esta condición de última hermana, que es una condición mental: la última hermana de una familia poderosa, los dueños del Mercurio.



P.- ¿Cómo va su novela sobre Neruda? ¿Puede adelantar algo?

R.- Ya la terminé. Trata de un amor que tuvo Neruda en Birmania, con una birmana: Josie Bliss. Dejó una gran huella en él. Yo llegué a hablar de ella con él. No había pensado antes en escribir sobre ella porque me tendría que haber ido a conocer bien Birmania, Ceylán... pero un día Fernando Rodríguez Lafuente me dijo que hiciera como Salgari, que escribió sobre Sandokan y los tigres de Malasia desde Roma y sin salir de Roma. Me quedé pensativo. Y me dije que podía hacerlo. Empecé a ir al Rastro a comprar libros sobre el sudeste asiático en los años veinte, treinta... Después decidí leer todo lo que leyó Neruda en ese tiempo. Es una novela corta, tengo la segunda versión terminada. Pero necesito volver a corregirla.



P.- No se retrasará mucho su publicación, entonces.

R.- Bueno, aún quiero revisar muchas cosas. Y aquí en Madrid me cuesta. Madrid se mete en tu vida. Estoy pensando en escaparme, quizás a Normandía, en donde tengo a un amigo. Quiero revisar bien la bibliografía. Ver cómo afectó a la obra de Neruda la relación que tuvo con esta muchacha. Cuando la conoció él escribía poesía social, política, y luego volvió a la poesía más hermética, surrealista. Y quiero hablar también de su muerte.



P.- ¿Tiene algún crédito la teoría de su chófer? ¿Es posible que asesinaran a Neruda?

R.- No sé qué objeto puede tener asesinar a un moribundo. Los indicios no me indican que fuera asesinado, estaba gravemente enfermo, totalmente invadido por un cáncer prostático.



P.- ¿Cómo era Neruda como embajador?

R.- Muy nervioso. Mucho. Te llamaba por teléfono tempranísimo. Yo estaba escribiendo Persona non grata cuando trabajaba con él, y llamaba para preguntar si había flores en la mesa para tal recepción, o si estaban limpios los manteles. No tenía salud, se le olvidaban las cosas. Y a veces tenía que ir yo a sustituirlo. Era muy complicado.



P.- ¿Trabaja ya en el segundo tomo de sus memorias?

R.- No, aún no. Tomo algunas notas; tengo un cuadernito por ahí, pero no sé dónde; se me pierde a cada rato. Yo creo que en tener lista del todo la novela de Neruda se me irán dos o tres meses. Luego veremos.



@albertogordom