Don Delillo. Foto: Joyce Ravid
La muerte acecha a los personajes de Don DeLillo, ya sea en forma de terrorismo, bomba atómica, asesinato, suicidio, guerra, terremotos, cultos sanguinarios o "un episodio tóxico aéreo" que sobrevuela la tierra "como una especie de nave funeraria en una leyenda escandinava". Para intentar conjurar el miedo a la muerte, los habitantes de su obra recurren compulsivamente a sistemas de creencias, drogas, aficiones, principios organizadores (desde el fútbol hasta las ecuaciones matemáticas pasando por las historias), rituales domésticos, o cualquier cosa capaz de mantener a raya el hecho inexorable de la condición mortal. "Todas las tramas tienen tendencia a avanzar hacia la muerte", sentencia el narrador de Ruido de fondo. "Es su naturaleza. Ya sean tramas políticas, terroristas, tramas de amantes, tramas narrativas o tramas de los juegos infantiles. Cada vez que tramamos algo, nos acercamos un poco más a la muerte. Es como un contrato que todo el mundo tiene que firmar, tanto los que urden la trama como los blancos de la misma".La inquietante nueva novela de DeLillo, Cero K -la más convincente desde Submundo, su obra maestra de 1997- es una especie de contrapartida de Ruido de fondo (1985): sombría y fríamente futurista donde la anterior era satírica y estaba llena de humor negro. En Cero K, dos de los personajes protagonistas se proponen someter a la muerte no escapando de ella, sino entregándose a ella: su plan es que los "induzcan químicamente a expirar" y los congelen en un complejo criogénico ultrasecreto para que, en algún momento, puedan resucitar gracias a una técnica todavía en proceso de perfeccionamiento relacionada con la regeneración celular y la nanotecnología. Llegará un día en que los humanos (al menos los ricos) tendrán la posibilidad de ser devueltos a la vida como seres nuevos y mejores en los que se hayan implantado los recuerdos que ellos elijan: música, fotografías familiares, escritos filosóficos, "novelas rusas, las películas de Bergman, Kubrick, Kurosawa, Tarkovski".
Cero K tiene un comienzo forzado con ecos de las recientes novelas de DeLillo Punto Omega (2010), El hombre del salto (2007) y Cosmópolis (2003), en las que su instinto rítmico y táctil para la vida contemporánea es sustituido por cavilaciones extrañamente estilizadas, casi abstractas, sobre la identidad y el destino. Sin embargo, más o menos al cabo de un tercio de la lectura, la nueva novela cobra impulso cuando el autor empieza a emplear activamente su radar para las incongruencias y las quimeras de la vida moderna.
El relato se abre poco a poco hacia fuera para indagar las formas en que la ciencia y la religión han llegado a chocar y a converger en un mundo que teme al terrorismo y a la guerra, y que ansía encontrar soluciones, e incluso la salvación, en la tecnología. Al mismo tiempo, Cero K se abre hacia dentro para trazar un retrato de la relación emocionalmente tensa de Jeffrey, el narrador de la historia, con su frío y dominante padre, que recuerda a la relación filial de Nick Shay en Submundo, una de las pocas novelas de Don DeLillo que escarba bajo la frágil superficie de las vidas de sus personajes.
Al principio de la historia, Jeffrey es arrastrado a un remoto complejo de algún lugar aparentemente cerca de Kazajistán, donde Ross, su multimillonario padre, financia el proyecto Convergencia, que congela y conserva a los muertos en espera del día en que su mente y su cuerpo se puedan recuperar. Una unidad especial llamada Cero K se dedica a los pacientes que han tomado la decisión consciente de "hacer la transición al siguiente nivel" antes de su muerte natural.
Artis, la amada esposa de Ross, que padece varias enfermedades discapacitadoras, ha optado por esta forma de suicidio asistido, y Ross, que goza de perfecta salud, anuncia que se propone acompañar a Artis en su viaje al más allá.
Jeffrey está comprensiblemente conmocionado, y se pregunta si a su padre le habrán lavado el cerebro para que se una a alguna clase de peligroso culto, o si su decisión es una manifestación perversa, debida a su condición de hombre inmensamente rico, de querer ejercer el control sobre su vida, en este caso, eligiendo ponerle fin. También se da cuenta de que sus sentimientos ambivalentes hacia su progenitor, que hace décadas los abandonó a él y a su madre, complican su reacción, y de que su alienación (ese estado mental que comparten tantos protagonistas de DeLillo) tiene sus raíces en ese conflicto edípico.
La descripción que hace el autor del complejo Convergencia inspirará al lector toda clase de asociaciones. Hay pasillos laberínticos con habitaciones inaccesibles detrás de misteriosas puertas que evocan los portales que a la Alicia de Lewis Carroll tanto le costaba atravesar en el País de las Maravillas. También hay singulares conversaciones kafkianas con los guardas de las instalaciones, que hablan una jerga burocrática New Age que enmascara su siniestro trabajo, y atisbos con rasgos de ciencia ficción de cómo se prepara a Artis y a otros pacientes para el siguiente estadio de sus viajes, en el que sus cuerpos se introducirán en cápsulas superaisladas (sus cerebros y otros órganos vitales ya se habrán extraído para conservarlos por separado, como los de las momias egipcias).
Si bien es cierto que en estas páginas hay resonancias del clásico de Stanley Kubrick 2001. Una odisea en el espacio, de 1968, la visión de DeLillo resulta ser considerablemente más oscura. Contempla con escepticismo a los que consideran la vida humana como un escalón de una escala evolutiva entre los monos y una raza futurista de niños de las estrellas. De hecho, Cero K da a entender que la esperanza en que la tecnología dará una solución al problema de la mortalidad (como la religión hizo en el pasado) es al mismo tiempo ilusorio y una peligrosa distracción del aquí y el ahora. En las pantallas de Convergencia se proyectan películas de desastres naturales y humanos, y da la impresión de que los empleados del complejo, que parecen robots, dan la bienvenida al inminente fin de los tiempos como si fuese un nuevo comienzo.
Todos los temas que han insuflado vida a las novelas de DeLillo a lo largo de los años aparecen ensartados en Cero K, desde la seducción de la tecnología y los medios de comunicación de masas hasta el poder del dinero y el miedo al caos. Esta novela no posee -o aspira a poseer- el alcance sinfónico de Submundo. Más bien es una pieza de cámara. Pero una vez que se libra de su trabajoso arranque, nos hace recordar las facultades casi deslumbrantes de DeLillo como escritor y su capacidad para captar las formas extrañas y retorcidas que los eternos temores humanos (a la muerte y al tiempo) pueden adoptar en el nuevo milenio.