Carlos Zanón. Foto: Archivo

Premio Dashiell Hammett. RBA. Madrid, 2016. 240 páginas, 12€

Elvis Presley dispara, entre ceja y ceja, al tobogán que le ha partido el labio a su hija, y Allí Arriba, sea donde sea, Jesucristo le reprocha a Dios Padre que lo enviara a la Tierra para que lo machacaran. Allí Arriba, Jesucristo le suelta a Dios Padre: "Eso es un padre y no tú", y se pierde en el recuerdo del momento en el que, en lo alto de la cruz, bajo la corona de espinas, miró hacia arriba y se preguntó si aquello iba a acabar así, con cuatro nubes negras y unas plañideras a sus pies. Y el narrador, el niño que recuerda los cuentos que solía contarles su madre a su hermana y a él, y que eran cuentos sobre Elvis y los Beatles, sobre Jesús y Yahvé, sobre los buenos y los malos padres, sobre los padres terribles, contraataca con un canalla: Yahvé has left the building. Y lo que sigue es una Nochebuena deliciosa y fantasmal en la que la vieja cinta BASF de 90 minutos se queda en el cajón, porque no hay necesidad de pulsar el play para ver aquella vieja grabación de unas lejanas Navidades en las que estaban todos, los vivos y los muertos, porque en estas Navidades están todos, los vivos y los muertos. He aquí un esbozo del deliciosamente delirante, dolorosamente feliz, "La familia de los cuatro lázaros", uno de los 14 relatos reunidos en Marley estaba muerto, una antología que se lee como una novela puzzle a la que le faltan un puñado de piezas, una novela puzzle sobre segundas (o terceras o enésimas) oportunidades que no van a llegar, o que llegaron y se fueron, sin más.



Con la profundidad sentimental de aquel que sabe de lo que habla, porque está rescatando recuerdos, aquí y allá, todo el tiempo, Carlos Zanón (Barcelona, 1966) sacude su particular universo negro, en el que el Mal acecha, desde el interior (como al tipo que vuelve a casa para matar a su mujer, a su hijo, a todos, y luego matarse él, en Armagedón), para no asomar casi nunca (o hacerlo de una forma apartentemente no tremenda, como cuando el abogado Charly llama a todas sus clientas, víctimas de violencia de género, desde números desconocidos y no dice nada, para asustarlas, y se odia por ello, pero no puede evitar hacerlo, en el relato "Anoche soñé que alguien me amaba"), con un puñado de historias de una tristeza infinita, en las que la soledad es el peor enemigo, el enemigo fatal, porque, como dice Charly, "es más fácil matar que olvidar", olvidar que se ha sido alguien porque se ha estado con otro alguien a quien ya no le importas.



¿Y qué mejor época, que época más fatal para la nostalgia caníbal, que la Navidad? Pues he aquí que todos los cuentos transcurren en Navidad y eso le da al volumen un hilo conductor. Un volumen que no es puro noir porque no asoma, entre sus páginas, un solo detective, aunque sí lo hace el Mal, una oscuridad total. Tocados y hundidos, los personajes de Zanón, siempre poderosamente vivos, faltos de un montón de piezas, en eterna recomposición, pelean. Miran, desafiantes, a lo que sea que les espera, porque, aunque lo hagan desde la lona, desde el suelo, no piensan rendirse. Como sus cuentos, soberbios (y, por momentos, brillantes) puñetazos contra todo, porque todo "pudo ser mucho más hermoso" y no lo fue. No lo fue.