Toni Morrison. Foto: Iván Giménez
Uno de los grandes temas que atraviesa la obra de Toni Morrison (Ohio, 1931) como una melodía recurrente es la influencia que el pasado ejerce sobre el presente. Desde un punto de vista histórico, sus personajes se debaten con el horror de la esclavitud y el reverberar de su herencia. Desde un punto de vista personal, es una herida o una pérdida emocional -y también el miedo a volver a experimentar ese dolor- lo que inhibe a sus mujeres y a sus hombres y hace que desconfíen precisamente de la clase de amor e intimidad que podría curarlos y convertirlos en personas completas.
En La noche de los niños, la breve pero poderosa nueva novela de Morrison, los dos personajes principales (y parte de los secundarios) soportaron terribles sufrimientos en su infancia. Bride, que ahora es próspera reina de la cosmética, fue rechazada por su cruel madre blanca, que se avergonzaba del color negro azulado de la piel de su hija. Booker, el novio de Bride, fue un niño feliz en una familia feliz hasta que su amado hermano mayor, Adam, fue asesinado por un pederasta. Incapaz de perdonar a su familia por intentar mudarse tras la muerte de Adam, Booker se ha convertido en un “profesional del abandono” que ha dejado a sus padres y hermanos y que hará lo mismo con Bride, destrozando su fe en el poder de su belleza y su fuerza de voluntad.
Esta novela no aspira a ser el gran fresco histórico de Beloved (1987), la deslumbrante obra maestra de Morrison pero, como Volver (2012), demuestra su talento para escribir intensas obras “de cámara” que habitan un mundo crepuscular entre la ficción y el realismo, y para transmitir el desesperado anhelo de seguridad, amor y pertenencia de sus personajes. Las heridas infligidas a Bride y Brooker por sus infancias son metáforas de los infortunios de la historia y de la influencia que pueden tener en los sueños de un país o de una comunidad.
A los engranajes de la novela les cuesta un poco encajar. Algunos capítulos iniciales sobre la ostentosa vida de Bride como ejecutiva de la cosmética resultan caricaturescos y estereotipadaos. Nos dice que solo viste de blanco y que conduce un Jaguar. La protagonista también cuenta un extraño encuentro con una antigua profesora llamada Sofia Huxley, que acaba de salir de la cárcel tras cumplir una condena de 15 años por pederastia. Bride, que de niña llevaba el “estúpidamente rústico nombre” de Lula Ann Bridewell, fue una de las personas que la denunció hace una década y media. Las numerosas analogías entre las vidas de Bride y Booker -que incluyen el trauma infantil y el enfrentamiento directo o indirecto con acusados de pederastia- ponen de relieve cuántas cosas tienen en común y, al mismo tiempo, recuerdan al lector que La noche de los niños tiene una estructura musical con ecos de Jazz, la novela de la misma autora publicada en 1992.
En este caso se trata de una balada sobre el amor perdido y tal vez hallado; una balada sobre familias rotas y segundas oportunidades. A las historias de Bride y Booker se opone asimismo el contrapunto de la historia de una niña sin hogar llamada Rain a la que recogió una pareja de hippies ya maduros, la misma que cuidará de Bride después de un accidente de coche en una alejada carretera rural cuando iba en busca del desaparecido Booker.
Las historias de los tres están atravesadas por hilos conductores e imágenes que entretejen sus experiencias, así como por descripciones maravillosamente pictóricas que destellan en la página. Como en esta breve novela se trazan tantas vidas, y debido a que muchos de los personajes nos hablan en primera persona, La noche de los niños salta frecuentemente en el tiempo y en el espacio. A nosotros nos corresponde conectar -o no- muchos de los puntos. La narración tiene también toques de surrealismo que, en principio, pueden parecer estrambóticos, pero que aportan a la historia de Bride una contracorriente como de cuento de hadas.
Aunque Lula Ann, la niña sola y asustada, consiguió convertirse en la hermosa profesional que se hace llamar Bride , cuando Booker la abandona se encuentra convertida otra vez físicamente en “una niña negra asustada”. Toda su confianza se esfuma cuando los recuerdos de las crueles enseñanzas de su madre vuelven a acosarla. En las obras más inconsistentes de Morrison, como Paraíso, los hombres daban la impresión de ser tópicos sexistas: irascibles y controladores. En cambio, Booker es un personaje complejo y comprensivo, capaz de un distanciamiento al estilo de Hawthorne, pero que, en este caso, surge de la profundidad de sus emociones y del miedo a la vulnerabilidad y la pérdida. Es una creación más tridimensional que Bride y el personaje masculino más convincente de una novela de Morrison desde el Milkman de La canción de Salomón.
Mientras el libro vuela hacia su conclusión, los badenes de sus primeras páginas desaparecen en el retrovisor. Con una escritura que gana en ritmo y seguridad a medida que la novela avanza, la autora obra su magia narrativa y hace de la balada de Bride y Booker un cuento tan contundente como conmovedor y tan feroz como resonante.