Javier Espinosa y Mónica G. Prieto. Foto: Olmo Calvo

Pocos periodistas han pasado más tiempo en Siria que Javier Espinosa y Mónica G. Prieto. Fueron testigos, en el 2000, de los fastos de la entronización de Bashar al Asad como nuevo presidente del país tras la muerte de su padre Hafez. También de la ola de esperanza que recorrió su pueblo. Ingenuo, pensaba que el mandatario recién encumbrado, con bagaje académico occidental (estudió oftalmología en Londres), llegaba al poder con una vocación aperturista. Esa esperanza pronto acabó ahogada en sangre, la derramada por una guerra civil que sigue abierta hoy. Ambos reporteros de El Mundo han documentado a través de innumerables dramas humanos, con sus nombres y sus apellidos, esa deriva cruenta en el libro Siria, el país de las almas rotas (Debate).



Los sirios constataron pronto que de Al Asad no podían esperar demasiadas reformas. Eso les lanzó a la calle. Impulsados por las primaveras árabes de sus vecinos, se movilizaron pacíficamente pero el régimen los hostigó sin piedad. Ahí empezó a germinar el odio en la oposición en origen democrática. "Esperaban que Occidente reaccionara ante las masacres. Eran conscientes de que su revuelta podía desembocar en un escenario similar al de Iraq. Tenían el ejemplo muy cerca y sabían que la composición sectaria entre chiíes y suníes era la misma. Todos nos vaticinaban que como no hubiera algún tipo de intervención occidental los insurgentes caerían en el islamismo. Eso es exactamente lo que ha ocurrido", explica a El Cultural.



Pregunta.- ¿Y qué tipo de intervención hubiera sido la adecuada, visto el precedente de lo que pasó tras el bombardeo de Libia, convertida ahora en avispero de facciones enfrentadas?

Javier Espinosa.- Lo que pedían los sirios era simplemente una zona de exclusión aérea para evitar que la aviación de Al Asad bombardeara a placer a civiles. Así podrían tener refugios seguros y evitar tener que partir en masa hacia Europa, con las consecuencias dramáticas que hemos visto.



P.-¿Y no era ingenuo pensar que Estados Unidos se movilizaría en Siria teniendo en cuenta que eso le plantearía un enfrentamiento con Rusia?

J.E.- Lo ingenuo, sobre todo, era pensar que apoyaría a un país sin petróleo, porque Libia también era aliada de Rusia y eso no impidió la intervención.

Mónica G. Prieto.- Y en el principio de la revolución la alianza de Putin con Al Asad no era tan estrecha como lo es hoy, ni mucho menos. Hoy Putin lo defiende porque Siria es uno de los pocos países con bases rusas en su suelo.



El punto de inflexión que tornó la revolución en un califato incipiente se confirmó a las claras en el barrio de Baba Amr, feudo de la resistencia contra Al Asad en la ciudad de Homs. El ejército lo asedió a base de fuego y plomo en diciembre de 2015. La mediación de la Liga Árabe consiguió levantar temporalmente el castigo. Al volver ese barrio en 2012 las cosas habían cambiado mucho. Encontraron que la revolución empezaba a ser acaudillada por combatientes extranjeros curtidos en infiernos como el de Iraq o Chechenia. El Estado Islámico empezaba así a tomar posiciones en Siria. "Era lógico, en ese contexto de desesperación y de indignación, los rebeldes estaban dispuestos a dar la bienvenida al mismísimo demonio si éste estaba dispuesto a ayudarles", continúa Prieto.



Combatiente del Ejército de Liberación Sirio hace el signo de la victoria sobre la estatua de Hafez Asad, en Raqqa. Foto: Javier Espinosa.

Todo conducía al desastre. Occidente, encabezado por Estados Unidos, no iba a pringarse en un país sin las reservas de petróleo y gas que tenían Libia o Iraq. Los islamistas aprovechaban la angustia de los sirios para ir calando su mensaje radical. Y Al Asad, a su vez, sacaba ventaja de la presencia del Estado Islámico en las filas de la insurgencia para vender al mundo que sus opositores eran una caterva de terroristas. Presentándose como un baluarte contra yihadismo, se blindaba frente a potenciales intervenciones exteriores. El tirano, afirman Espinosa y Prieto, se cuidó mucho de concentrar sus ofensivas sobre los guerrilleros del DAESH. Al fin y al cabo, su permanencia en el terreno era un as en su manga.



Europa, atascada en su incapacidad para armar una política exterior común, tenía la oportunidad de redimirse de su inoperancia atendiendo dignamente a los refugiados que huían de un conflicto cada vez más enconado. Pero falló también en esa reválida. "Es una total vergüenza", sentencia Espinosa. "Europa estuvo repleta refugiados durante la II Guerra Mundial. Decenas de miles de estos europeos recibieron hospitalidad en Siria y en todo Oriente Medio. Los árabes no los menospreciaron ni los vejaron, no, los acogieron". Y Prieto añade: "Es una tremenda irresponsabilidad porque esa falta de sensibilidad, esa indiferencia, está generando más odio. Y eso significa que el EI ya ha ganado porque esa animadversión se traducirá en más ataques".



Lo más triste es que tanto dolor podría haberse evitado fácilmente. "Los sirios no pretendían derrocar a Al Asad, sólo querían que les diese más libertad, que acabase con la corrupción y que sacara de las cárceles a los presos políticos. Eso era todo", apunta Espinosa. Pero el dictador se encastilló en su palacio y se dejó guiar por asesores tan sibilinos y despiadados como su hermano. No quiso ceder ni un ápice de su poder omnímodo y ahora está enfrascado en un enfrentamiento cuyo final no parece estar cerca. "La guerra -continúa Espinosa- va a durar muchos años, hasta que la sociedad se agoté. Entonces empezarán a pensar en un pacto y para que este pueda darse es necesario asumir sacrificios. A la víctimas del Ejército de Liberación, lógicamente, no se les puede pedir que Al Asad continúe como presidente, sería inmoral. Y yo creo que él es la parte más débil. Ha habido mucha gente de su entorno que ha muerto en extrañas circunstancias. Es más sencillo acabar con una persona que con un régimen entero. Y con Rusia de por medio, tan experta en estas lides, no lo descarto. Con ese sacrificio, la oposición quizá pueda empezar a negociar con alguien al que no se le puedan imputar los crímenes directamente, alguien que alegue que actuaba por imposición de Al Asad".



En ese acuerdo, claro, no estaría incluido el Estado Islámico, ajeno a cualquier solución razonable. En teoría seguiría extendiendo su metástasis fanática en el suelo sirio. Pero Espinosa, que conoce bien sus modales salvajes (se los aplicaron durante su prolongado secuestro), no cree que esa hipótesis la confirme el futuro. En su opinión, tienen los días contados. "Todas estas sectas apocalípticas acaban igual, expulsadas por su propia gente. Es lo que ocurrió en Camboya con los jemeres rojos. Y en Iraq con el propio Estado Islámico, rechazado por los suníes. En Siria pasará igual".



P.-¿Por qué está tan seguro?

J.E.- Porque si alguien te corta los dedos de la mano por fumarte un cigarro, por mucho que te ayude, te acabarás dando cuenta de que al diablo es mejor dejarle de lado.



@albertoojeda77