Refugiados desembarcando en la orilla. Foto: Unicef

Traducción de Montse Meneses Vilar. Deusto. Barcelona, 2016. 312 páginas. 19'95 €

La Segunda Guerra Mundial ocasionó un brutal movimiento de población. Entre doce y catorce millones de europeos fueron desplazados. El recuerdo de aquellos hechos no ha servido para atajar y solucionar la actual y dramática crisis migratoria que vive Europa. Un valioso periodista inglés, todavía sin cumplir los treinta años, se ha introducido en el interior de esta crítica situación humanitaria y nos ha puesto frente a un movimiento de personas cuya tragedia no tiene parangón en los últimos setenta años.



A finales de 2015, más de un millón de personas había entrado, sólo en dicho año, en Europa. De ellos, más de tres mil se habían ahogado en el mar Mediterráneo. Gente en su mayoría procedente de Siria pero también de Iraq, Afganistán, Eritrea, Egipto o Nigeria. Se calcula que un considerable número de subsaharianos murió de hambre y sed al perderse, o ser víctima de los traficantes, en su travesía del desierto.



Occidente es un imán para el resto del mundo. Su calidad de vida es objeto de deseo para millones de personas que no han tenido la fortuna de nacer en los privilegiados países postindustriales. Guerras, hambrunas y miserias diversas empujan a traspasar fronteras de forma ilegal. La respuesta de los estados afectados es de control y cierre. Australia lleva décadas impidiendo con su armada la llegada de barcos procedentes de Indonesia o de cualquier otro lugar. Estados Unidos protege con fuerza su frontera sur. Europa es más permeable, lo ha sido siempre.



Patrick Kingsley (Londres, 1989) trabaja para The Guardian como corresponsal dedicado a seguir el flujo migratorio, ha vivido varios años en El Cairo y ha aprendido árabe. Algo esencial cuando la figura central de este volumen es Hashem al Souki, un padre de familia sirio al que la guerra y la brutal represión de Bashar Al-Ásad obliga a dejar su casa con el objetivo de rehacer su vida en Suecia. Enviado por su periódico a diecisiete países, ha sabido desarrollar una capacidad de observación y análisis excepcional. Un ojo y una capacidad narrativa que recuerda a los grandes viajeros y antropólogos que desde el siglo XIX ha producido el Imperio Británico.



En 2015 más de un millón de personas entraron en Europa. Más de 3.000 se ahogaron

La tesis central de La nueva Odisea radica en afirmar que cerrar las fronteras de Europa es imposible. Durante años, Canarias, Ceuta y Melilla han sido puertas de entrada para mucha gente. Cuando se construyó la tercera, y más efectiva, valla en los enclaves españoles del Norte de África se consiguió, con la colaboración de Marruecos, que se colaran en dichas fronteras menos migrantes. Sin embargo, el flujo no disminuyó porque se buscaron nuevas rutas.



En 2011, Grecia construyó una gran valla en su frontera con Turquía, y en 2014 Bulgaria hizo lo mismo. Con todo, miles de personas siguieron cruzando Bulgaria. Otro tanto hicieron quienes esquivaron las alambradas griegas navegando hasta Lesbos o alguna otra isla del archipiélago. Aún así, Hungría levantó su propia valla. La reacción fue que el movimiento de personas hacia el norte se deslizase por Croacia.



El límite exterior de la Unión Europea es permeable y, una vez dentro, el Acuerdo de Schengen de 1985 permite cruzar fronteras sin apenas control. De ahí que el enorme y variado flujo compuesto por refugiados, solicitantes de asilo, emigrantes económicos o familias en condición de vulnerabilidad hacia Europa se pueda plantear de modo ilegal y a través de vías irregulares. Individuos y familias enteras han pagado mucho dinero a unos traficantes que abusan de su vulnerabilidad. Todas, sin embargo, con algo en común: alcanzar Alemania, Suecia o cualquier otro país en el que poder sobrevivir. Migrantes escasamente informados a través de sus teléfonos móviles. Gentes monóglotas con cuatro palabras en inglés a las que no echan para atrás los numerosos naufragios a consecuencia de embarcaciones sobrecargadas y mal gobernadas. Seres humanos a los que no acobardan abusos, violaciones o vejaciones.



Este volumen es un ágil juego de planos. Por un lado, el plano general que, como ya hemos visto, enfoca los movimientos migratorios hacia Europa. Kingsley no oculta que la crisis migratoria se ha convertido en una de las mayores amenazas a la cohesión de la Unión Europea en toda su historia. Amenaza que lejos de disminuir se agudizará si, como se señala en estas páginas, entre 2016 y 2018 tres millones de personas tratarán de instalarse en el continente, ya que las guerras civiles de Siria, Afganistán e Iraq forzarán a un número sin precedentes de personas a irse a Europa.



El contraplano a esta visión de conjunto es la historia de vida de Hashem al Souki, un funcionario empleado en el abastecimiento de agua a Damasco casado con una maestra. Una familia sunita que vive ajena a la política y a las creencias alauítas de los Al-Ásad y su implacable círculo de poder, en connivencia con el chiismo. Una tarde de domingo de abril de 2012, Hashem es detenido, encerrado y torturado. Tiene treinta y siete años, sabe de informática y resulta sospechoso para la bien articulada policía política siria.



Patrick Kingsley ilumina como nadie la odisea de esta oleada migratoria. Destripa a los traficantes y critica a las autoridades
Como recuerda Kingsley al lector, la llamada Primavera Árabe estalla en Siria en febrero de 2011. Un año más tarde se ha instalado una guerra civil en la que los yihadistas van tomando el mando y ampliando el territorio ocupado. En 2013, el Estado Islámico con el apoyo de Hizbulá se ha hecho fuerte. Liberado Hashem, el bombardeo y la destrucción de la casa de los Al Souki en 2013, les empuja a huir a Egipto. El Cairo no es la ciudad de acogida que esperaban. Todo es difícil y el antiguo funcionario del agua decide saltar en solitario a Suecia, donde viven conocidos, para más tarde pedir la reunificación de toda su familia. Tras un primer intento fallido de cruzar el Mediterráneo, Hashem conoce a Patrick Kingsley y éste se convierte en una sombra que le acompañará en su doloroso viaje a Suecia. Una vez allí, será testigo de la difícil situación que vive un generoso país que se ha visto saturado por la llegada en 2015 de unos ciento setenta mil emigrantes.



El acceso a la reunificación familiar tarda, Hashem quiere una habitación individual en el centro de acogida y mejores cuidados médicos. Salvo en árabe es incapaz de comunicarse con un mínimo de fluidez. Se desespera aunque al final todo se irá arreglando.



Este juego de planos ha permitido construir un emocionante relato que además está muy bien documentado. Con el apoyo de su periódico y su especial habilidad para escuchar, contactar y entrevistar, Kingsley ilumina como nadie la odisea y los personajes de esta oleada migratoria. Destripa a los traficantes y muestra su miserable uso de embarcaciones inadecuadas. Accede a la labor de voluntarios y activistas. Critica los frecuentes errores de las autoridades implicadas. Muestra el esfuerzo alemán y sueco. Señala con el dedo la ridícula aportación británica al problema: cuatro mil nuevos emigrantes al año. Nada parece escapar al ojo narrativo de este joven y valiente periodista.