Carlos Ruiz Zafón

Carlos Ruiz Zafón presenta en Barcelona con un despliegue que tiene más de superproducción que de evento literario al uso su última novela, El laberinto de los espíritus (Planeta), el cierre de su millonaria tetralogía y habla, desde el altar de un templo expiatorio, custodiado por cientos de libros, de cómo no es nada habitual que la literatura se enamore de ti y te dé tanto como a él le ha dado.

Una niebla de velas recién apagadas enturbia la mirada de los reunidos en el Templo Expiatorio del Sagrado Corazón, el famoso templo neogótico que corona la montaña del Tibidabo y que tiene vistas al parque de atracciones. Los reunidos no esperan a ningún sacerdote, aunque todo a su alrededor podría hacer pensar en un enlace -a las puertas, en la majestuosa terraza de la iglesia, había camareros y mesas, copas y 'sugus'-, sino al escritor que provoca que más de siete millones -¡siete millones!- de usuarios compartan cada mes en todo el mundo alguna cita de uno de sus libros. El tipo de las gafas de pasta redondas, sus ya clásicos quevedos, al que un buen día se le apareció, dice, la imagen de una catedral de libros. Literalmente, una enorme torre de libros que en realidad no era una sola, que eran un puñado de ellas, las suficientes para formar una especie de laberinto, y se dijo que, tal vez, detrás de aquel Cementerio de Libros Olvidados habría una historia.



Y la había, claro. Una historia que lo ha convertido en el escritor más rico de España, un auténtico millonario, que puede vivir holgadamente donde le plazca, y pasear, porque eso es lo que le gusta hacer, dice, pasear, eso fue lo que hizo cuando acabó todo, cuando puso el punto y final a su tetralogía -él prefiere llamarlo cuarteto-, pasear. Pero que vive en Los Ángeles donde, dice, no oye los cantos de sirena de las productoras cinematográficas, a buen seguro deseosas de hincarle el diente a un universo con más de 25 millones de lectores en todo el mundo -una auténtica locura: sus novelas se han vendido a 50 países-, porque subiría el volumen de lo que fuese que estuviese escuchando para no oírlos.



"Jamás voy a vender los derechos de mis novelas al cine, o a la televisión. Lo encuentro innecesario. Sería una traición a su propia naturaleza. Mis novelas son novelas. Nada más", aseveró, en dicha iglesia, sentado en un sofá aparentemente antiguo, de piel marrón, con torres de libros a sus espaldas, los libros del Cementerio de los Libros Olvidados, expresamente cargados en furgonetas y llevados hasta la cima de la carretera de Collserola, para poner en escena a un autor conversando con un periodista -Carles Francino- ante libreros, empresarios del sector y periodistas. Un espectáculo inaudito que ha venido repitiéndose con cada una de las entregas posteriores a la exitosa primera, La sombra del viento, y que no podía ser menos en el caso de El laberinto de los espíritus (Planeta), último volumen de una serie que ha ido perdiendo fuelle -aunque no popularidad- a medida que se iba completando. De ella, de esta última entrega, dice Carlos Ruiz Zafón (Barcelona, 1964), que es "la más operística" de todas. También, que si esconde una verdad universal, si toda su literatura, si "todos estos libros" -así habla de ellos, "estos libros"-, apuntan hacia algo, cosa que no le gustaría que ocurriera porque "como escritor, me gusta hacer preguntas", pero si apuntan a algún lugar es al de que el lector, a partir de su lectura, "se cuestione la realidad". Porque, dice, "todos tenemos un cerebro y lo tenemos que usar". Es así, Zafón habla y todo es aforismo, todo es, como señala Francino, "zafonés".



Dice, por ejemplo, bajo el enorme rosetón del templo expiatorio, que hoy en día la sociedad vive inmersa "en una deforestación cultural", que "nadie se ve a sí mismo como un villano", que "el villano se tiene por buena persona", que vivimos, todos, "con el síndrome del fin de la historia" por creer que "con nosotros, acaba todo", pero que todo "continuará", porque estamos "en un túnel"; que el "gravamen económico de la industria de la cultura parece el ejercicio de un castigo", que "se está estrangulando a un sector que tiene que ver con la fibra de la naturaleza de la sociedad". Dice Zafón que un tweet "no tiene alma, que es sólo un medio de comunicación", y que sus personajes, lo que hacen, lo que intentan, es "retratar la gran comedia de la vida". Y que sus novelas "son un híbrido de géneros", lo contienen todo, son novelas "globales" y totales y tratan de recuperar "los temas clásicos: el odio, el amor, la tragedia". Cuando habla de ellas, de sus novelas, porque no habla de la última, habla de todas, de todos "estos libros", habla en términos arquitectónicos. Por ejemplo, dice que el personaje de Alicia, central en El laberinto de los espíritus, le rondaba desde hacía tiempo, pero que no ha sido hasta ahora que ha podido "entrar" en esa gran comedia de la vida que constituyen sus novelas porque así lo exigía "el diseño, la arquitectura" de la historia.



En el templo, convertido en plató -incluso hay una pantalla enorme y un proyector, se han proyectado, de hecho, imágenes de Barcelona, la Barcelona de mediados del siglo XX-, los periodistas escriben y el resto de invitados asienten, y Zafón dice que está "muy tranquilo y en paz" porque todo se ha acabado. Lleva una corbata roja, camisa blanca, traje, y habla de la post-verdad, que ha sido elegida palabra del año por el diccionario Oxford, y dice que ya es un concepto viejo, que ya "peina canas", pero que es lógico que se hable de él ahora porque "vivimos en la época de la ilusión, de la teatralización", dice, y todo lo teatralizado del encuentro le da la razón, y aún añade que "vivimos en un mundo de post-verdades" en el que, sin ir más lejos, Penguin Classics, a la hora de escoger 26 clásicos de la historia de la literatura universal -tantos como letras del abecedario- para una colección conmemorativa, otorgó la 'Z' a 'La sombra del viento', y puso a Ruiz Zafón a la altura de Charles Dickens, Jane Austen, Marcel Proust y James Joyce. "Estoy más enamorado que nunca de mi profesión", manifestó el escritor, para quien la literatura "es una cruel amante" porque "ella nunca se enamora de ti, así que lo que te da a cambio de todo su amor, no es mucho, pero a mí sí me lo ha dado, he tenido suerte, me ha dado mucho".



Una hora después de que las puertas del templo expiatorio se abrieran, entrevistado y entrevistador se despidieron, entre flashes de fotógrafos y murmullos de los presentes, pero antes de que unos y otros abandonaran el lugar y prosiguieran la ruta, que debía llevarles a un restaurante con vistas, vistas panorámicas de toda Barcelona, Zafón habló del éxito. Habló de todo lo que esa cruel y millonaria amante, la literatura, le ha dado. "Lo mejor de tener éxito es la libertad y la seguridad que te da. El éxito te permite ser más tú mismo", dijo. ¿Y lo peor? "Lo peor es que despierta el recelo y el rechazo de ciertas personas, personas que no aceptan que ese éxito te ha tocado a ti como podría haberle tocado a otro", dice y la sensación es la de que el éxito es una lotería. Y quizá lo sea.