Selva Almada. Foto: Irupé Tentorio
El mundo de provincias, seco y duro, hecho de sobreentendidos e identidades genéricas heredadas y casi nunca desafiadas frontalmente, que la argentina Selva Almada (Entre Ríos, 1973) ha ido construyendo en sus libros no ha dado todavía su obra definitiva, me parece, y sin embargo este conjunto de relatos y nouvelles titulado El desapego es una manera de querernos tiene el problema de que, en ocasiones, presenta clichés de dos tipos: clichés universales y clichés que remiten a la propia obra de Almada. Es pronto para que genere sus propios clichés, cierto, pero el caso es que, leyendo un relato como "La muerta en su cama", el lector reincidente tiene la sensación de que ya ha estado allí algunas veces más de las estrictamente necesarias (y no hablo de quienes hayan leído Una chica de provincia, puesto que el texto es reescritura de otro que apareció allí).El desapego... es un volumen que recopila textos dispersos de la autora, escritos entre 2005 y 2015, publicados aquí y allá. Y no es un mal libro, y desde luego que contiene muy buenos pasajes. Como en todo buen retrato de la vida lejos del gran mundo y las grandes ciudades, una de las claves de la literatura de Almada es el modo silencioso y tácito en que el tiempo hace que sedimenten todo tipo de ocultaciones, falsedades y traiciones en la vida de la comunidad o la familia. Pueden ser alteraciones de la verdad bienintencionadas, perversas, estériles o pasionales, y hasta indeliberadas; pueden representar formas del mal; pero siempre acaban vertebrando la vida de sus protagonistas, y casi siempre se cobran el peaje de enormes renuncias. Y como en todo retrato de la vida de provincia, los ciclos del tiempo son inapelables y hay ausencias que acaban por tener un peso mayor que muchas presencias. Todo esto está aquí y a veces cuaja en páginas que capturan muy bien los intersticios de realidades así.
Es más, hay un mérito estructural indudable en un libro hecho de retazos que, sin embargo, presenta una coherencia absoluta, a veces hasta el punto de generar pasadizos interiores interconectados con precisión. Ahora bien, y siempre que comparemos con sus títulos precedentes, uno diría que en estas páginas se pierde algo del tono misteriosamente bíblico que convertía El viento que arrasa (Mardulce) en una pieza tan desasosegante; o de la intensidad autoconsciente de Ladrilleros (Lumen); o de la precisión desoladora de Chicas muertas (Random House). En demasiadas ocasiones, los elementos indirectamente alegóricos de El desapego... se vuelven obvios, y la dureza previsible. El léxico, eso sí, sigue siendo el de Almada, tensando las posibilidades del coloquialismo y el realismo, trabajando para que el argentinismo sea revelador.
Puestos a hacer balance, quizás lo más ajustado sea decir que el libro es coherente en sus líneas maestras temáticas y formales, pero menos homogéneo en sus logros. Estamos siendo exigentes, porque en realidad El desapego... sostiene siempre un nivel más que razonable. Ocurre sólo que la dispersión juega en su contra, permitiendo que haya pasajes que recuerden demasiado a otros autores (Faulkner, García Márquez, pero como a destiempo) o a sí misma en el laboratorio. Para un lector de Almada (yo lo soy), el volumen vale la pena pero un tanto supeditado a los anteriores. Para un lector que aún no lo es de Almada, uno se inclinaría a recomendar primero los otros títulos citados aquí.