Auspiciado y ejemplificado por el impresionante éxito de El libro de la madera, del noruego Lars Mytting, se revela en el mundo anglosajón un nuevo fenómeno literario que podríamos llamar Nature writing, una corriente que preconiza el retorno a la naturaleza, el llamado slow life y la vuelta a lo salvaje.

Hace no mucho, hablábamos en El Cultural de la tendencia que se estaba produciendo en las letras españolas de volver la vista hacia la literatura rural, de una recuperación del interés en la relación y el vínculo emocional del hombre con la tierra. Pero está claro que no es una tendencia aislada de nuestro país. La literatura anglosajona se muestra como un referente de este nuevo fenómeno que cuenta con una sólida tradición marcada por figuras como Henry Thoureau o William H. Hudson, y más recientemente Roger Deakin, Oliver Rackham o David Vann.



Ecléctica en géneros, con base científica y escrita generalmente en primera persona, esta escritura de la naturaleza incorpora observaciones personales y reflexiones filosóficas sobre la naturaleza huyendo del punto activista y ecologista de décadas precedentes. Pero no se trata de banalizar el paisaje y utilizarlo simplemente como una excusa para reflexiones donde la naturaleza queda relegada como un atractivo marco de postal, sino que se implica e intercala en todos los aspectos de la vida humana en el más amplio sentido dado a la expresión renacentista del beatus ille.



Esta corriente, siempre latente, comenzó a brotar con mayor fuerza hace algunos años y cristaliza ahora del todo con el inesperado y rotundo éxito de El libro de la madera (Alfaguara), del noruego Lars Mytting, un auténtico best seller que después de vender en todo el mundo más de medio millón de ejemplares en 16 idiomas diferentes, ha trascendido el ámbito mismo de la literatura y amenaza con convertirse en biblia de una nueva forma de vida. Después de vender en todo el mundo más de medio millón de ejemplares en 16 idiomas diferentes, el libro, que a simple vista parece únicamente un manual práctico sobre cómo recoger y cortar madera, algo que también es, se erige también en un ensayo que reivindica una manera de entender el mundo basada en la naturaleza y trufado de hondas reflexiones metafísicas.



Mytting logra, a través de un tema tan sencillo, conectar con temas universales y plantear la gran metáfora que a su juicio se esconde tras la relación del hombre con la madera, que conecta a nuestra especie con su pasado y su futuro, lo que para él explica que el libro se haya convertido en emblema del slow life, una tendencia naturalista con miles de adeptos en las sociedades posindustriales que proclama un regreso a la vida natural en oposición a la cultura urbana y los hábitos artificiales. Algo similar, aunque a menor escala ha ocurrido con La vida del pastor (Debate), donde el británico James Rebanks relata justamente lo que indica el título, el modo de vida tradicional de los pastores en las colinas y valles de Cumbria, al norte de Inglaterra, y su determinación de seguir en la granja donde han habitado sus antepasados durante generaciones. Con más de 200.000 ejemplares vendidos en Reino Unido y más de diez traducciones, el libro ha supuesto una sensación editorial en las islas donde Rebanks ha sido descrito como una especie de "antisistema".



Pero como en el caso de Mytting, el autor no se dedica únicamente a relatar en primera persona el día a día de la vida que ha elegido, vida que él no considera extraordinaria como tal sino fuera de lo común por contraste con la realidad del mundo actual. Una particular visión que le ha llevado a cosechar más de 84.000 seguidores en una cuenta de twitter donde comenta sus quehaceres cotidianos. Además, Rebanks desliza en las páginas reflexiones de orden filosófico acerca de la condición humana, algunas de una profundidad solo al alcance de quien a fuerza de vivir rodeado de animales y prados ha aprendido a entender a las personas mejor que los habitantes de las ciudades, y alza la voz con ira contra el fatal destino que le espera a los que, como él, viven de un oficio milenario que hoy languidece bajo el peso de las leyes del mercado. Porque según afirma, existe una cierta "idealización" de lo que es vivir en el campo y, de todos los posibles culpables, señala precisamente a la literatura.



Hombre y naturaleza, ¿lucha o convivencia?

En esa frontera indefinida entre naturaleza y hombre se inserta también el libro del escritor y fotógrafo alaskeño Nick Jans, reconocido aventurero. En Lobo negro (Errata naturae), Jans relata cómo al poco de mudarse a las afueras de Juneau, capital de Alaska, tras media vida recorriendo las aldeas indígenas del Gran Norte, un lobo negro apareció a las puertas de su nueva casa. El escritor se dio cuenta de que el lobo sólo estaba interesado en jugar y disfrutar de la compañía de perros y humanos. Aquello era inaudito, pero sólo era el comienzo: el animal, bautizado como Romeo, decidió quedarse, permanecer durante siete años franqueando a diario la frontera entre lo salvaje y la civilización, para pasar un rato con Jans, sus vecinos y sus perros. El libro narra la historia que vivió el autor durante aquellos siete años, el relato de una amistad increíble y maravillosa, así como la biografía de uno de los animales salvajes más extraordinarios de los que jamás se ha tenido noticia.



También sobre lobos escribe, en este caso novela, otra autora británica que ambienta su trama en Cumbria, la región más céltica de toda Inglaterra. En La frontera del lobo (Alianza editorial), Sarah Hall considerada por la revista Granta como una de las mejores voces de la literatura inglesa actual, plantea una forma original de acercarse a la naturaleza, mediante la imposición de ésta al hombre y no al revés, como suele suceder . Rachel Caine es una reputada zoóloga que recibe la propuesta de dirigir un plan controvertido y apasionante: reintroducir el lobo gris en la campiña inglesa.



Además de una bella reconstrucción de la vida y el comportamiento de los lobos, que en España nos remite al gran Félix Rodríguez de la Fuente, y de una plástica reconstrucción del paisaje, convertido en espejo de nuestra propia naturaleza interior, la novela de Hall deja una reflexión en torno a la idoneidad de cómo llevar, o de si llevar, a cabo este tipo de iniciativas al explicar cómo la vuelta de los lobos despierta en la región temores atávicos, viejos mitos y arcaicas supersticiones que se traducen en protestas y presiones. Una alegoría que indaga en la complejidad de la existencia, tanto animal como humana, y en el límite difuso entre la vida salvaje y la civilización, dentro y fuera de cada uno de nosotros.



Sobre esa pulsión latente entre mundo salvaje y civilización versan las novelas de dos autoras norteamericanas que profundizan en esa dominación del hombre sobre la naturaleza en el contexto de la colonización del continente americano. La Premio Pulitzer Annie Dillard elabora en la novela Quienes viven (Sabina Editorial), una recreación panorámica y absorbente de la vida de los pioneros que comenzaron a dar forma al noroeste americano, en concreto al actual estado de Washington. Desde el inicio, la novela deja diametralmente claro la oposición total entre esa época y la actual. Los protagonistas, en lugar de ver la naturaleza como algo beatífico y redentor, muestran una visión inversa, la de una naturaleza abundante, opresiva y caprichosa contra la que deben luchar para sobrevivir y a la que a pesar de ver como su hogar también perciben como un adversario.



Ganadora también del Pulitzer y del National Book Award, Annie Prloux plantea una temática similar en su última novela El bosque infinito, una historia de avaricia miope y duradera cuyo tema no podría ser más importante: la destrucción de los bosques del mundo. La autora se retrotrae a finales del siglo XVII para contar la historia de dos peones franceses llegados a Canadá para cortar madera. Con una visión contrapuesta, uno aboga por la destrucción irresponsable y el otro por la sostenibilidad, ellos y sus descendientes desfilan por distintas épocas y lugares en una novela que explora no sólo las complejas relaciones entre los pueblos sino también la implacable destrucción de la naturaleza por el hombre. En este punto incide la autora, que alertando de la dificultad de armonizar naturaleza y civilización, hace un llamamiento constante a que dejemos de maltratar nuestro planeta mientras estemos a tiempo.



La vuelta a la naturaleza

Desde época romana en los versos del poeta Horacio (origen precisamente de la locución latina beatus ille), y en otros periodos históricos como el Renacimiento o tras la Revolución Industrial, la idea de la vuelta a la naturaleza es una constante recurrente en el pensamiento humano que rebrota en momentos de especial saturación de civilización. Así parece suceder en los albores de este siglo XXI, cuando frente a una sociedad cada vez más tecnologizada y automatizada, se alzan un buen número de voces y plumas en defensa de la vuelta a una naturaleza presente en nuestros orígenes más remotos. En defensa de responder a la llamada de lo salvaje.