En las enciclopedias no hay sitio para Osip Mandelstam

En las enciclopedias una vez más no hay sitio para

Osip Mandelstam otra vez está

sin hogar aun así es tan difícil encontrar un piso

Como registrarse en Moscú es casi imposible

El Cáucaso todavía le llama el bosque de las tierras bajas de

Asia

ruge estos días no han llegado todavía

Otra persona recoge guijarros en las playas del mar Negro

Esta investigación cambiante sigue aunque el uniforme

es de un nuevo corte y su sastre de cabeza de madera

casi se cayó haciendo una reverencia

Cierras un libro suena como un disparo

Polvo blanco del papel te hace cosquillas en la nariz una

tarde latina está aquí nieva nadie vendrá esta noche

es la hora de acostarse pero si llama a tu delgada puerta

déjale entrar

(De Temblor, 1985)

En la belleza creada por otros

Sólo en la belleza creada

por otros hay consuelo,

en la música de otros y en los poemas de otros.

Sólo otros nos salvan,

aunque la soledad sepa a

opio. Los otros no son el infierno,

si se les ve temprano, con sus

frentes puras, lavadas por sueños.

Por eso me pregunto qué

palabra debería utilizarse, "él" o "tú". Cada "él"

es una traición a un cierto "tú" pero

a cambio el poema de alguien

ofrece la fidelidad de un grave diálogo.

(De Temblor, 1985)

De las vidas de las cosas

La piel perfecta de las cosas se extiende sobre ellas

tan cómodamente como una carpa de circo.

La noche se acerca.

Bienvenida, oscuridad.

Adiós, luz.

Somos como párpados, afirmamos cosas,

tocamos ojos, pelo, oscuridad,

luz, India, Europa.

De repente me encuentro preguntando: "Cosas,

¿conocéis el sufrimiento?

¿Habéis estado alguna vez hambrientas, en la miseria?

¿Habéis llorado? ¿Conocéis el miedo,

la vergüenza? ¿Habéis conocido los celos, la envidia,

pequeños pecados, no de comisión,

pero tampoco curados por la absolución?

¿Habéis amado, y muerto,

de noche, con el viento abriendo las ventanas, absorbiendo

el frío corazón? ¿Habéis probado

la edad, el tiempo, el duelo?".

Silencio.

En la pared, baila la aguja de un barómetro.

(De Lienzo, 1991)

Autorretrato

Entre ordenador, lápiz y máquina de escribir

se me pasa la mitad del día. Algún día se convertirá en medio siglo.

Vivo en ciudades ajenas y a veces converso

con gente ajena sobre cosas que me son ajenas.

Escucho mucha música: Bach, Mahler, Chopin, Shostakovich.

En la música encuentro la fuerza, la debilidad y el dolor, los

tres elementos.

El cuarto no tiene nombre.

Leo a poetas vivos y muertos, aprendo de ellos

tenacidad, fe y orgullo. Intento comprender

a los grandes filósofos -la mayoría de las veces consigo

captar tan sólo jirones de sus valiosos pensamientos.

Me gusta dar largos paseos por las calles de París

y mirar a mis prójimos, animados por la envidia,

la ira o el deseo; observar la moneda de plata

que pasa de mano en mano y lentamente pierde

su forma redonda (se borra el perfil del emperador).

A mi lado crecen árboles que no expresan nada,

salvo su verde perfección indiferente.

Aves negras caminan por los campos

siempre esperando algo, pacientes como viudas españolas.

Ya no soy joven, mas sigue habiendo gente mayor que yo.

Me gusta el sueño profundo, cuando no estoy,

y correr en bici por caminos rurales, cuando álamos y casas

se difuminan como nubes con el buen tiempo.

A veces me dicen algo los cuadros en los museos

y la ironía se esfuma de repente.

Me encanta contemplar el rostro de mi mujer.

Cada semana, el domingo, llamo a mi padre.

Cada dos semanas me reúno con mis amigos,

de esta forma seguimos siendo fieles.

Mi país se liberó de un mal. Quisiera

que le siguiera aún otra liberación.

¿Puedo aportar algo para ello? No lo sé.

No soy hijo de la mar,

como escribió sobre sí mismo Antonio Machado,

sino del aire, la menta y el violonchelo,

y no todos los caminos del alto mundo

se cruzan con los senderos de la vida que, de momento,

a mí me pertenece.

(De Mística para principiantes, 1997)

Escribía en la oscuridad

A Ryszard Krynicki

Cuando vivía en Estocolmo, Nelly Sachs

trabajaba por las noches con una luz apagada

para no despertar a su madre enferma.

Escribía en la oscuridad.

La desesperación le dictaba palabras

tan pesadas como colas de cometa.

Escribía en la oscuridad,

en silencio, que sólo interrumpía

el reloj de pared con sus suspiros.

Hasta las letras eran soñolientas,

sus cabezas caían en las hojas.

La oscuridad escribía

tras coger esta mujer ya no joven

como si fuese su pluma.

La noche se compadecía de ella,

sobre la ciudad se erigía

una gris prisión del alba,

la aurora de dedos rosa.

Cuando se dormía ella

los mirlos ya despertaban

y no hubo ninguna pausa

en la tristeza y el canto.

(De Mística para principiantes, 1997)

La poesía es búsqueda del resplandor

La poesía es búsqueda de resplandor.

La poesía es un camino real

que nos lleva hasta lo más lejos.

Buscamos resplandor en la hora gris,

al mediodía o en las chimeneas del alba,

incluso en el autobús, en noviembre,

cuando al lado dormita un viejo cura.

El camarero en el restaurante chino

estalla en llanto y nadie imagina por qué.

Quién sabe, quizás esto también es una búsqueda

que se parece a un instante a la orilla del mar,

cuando en el horizonte aparece un barco rapaz

y se detiene, paralizado largo tiempo.

Pero también, momentos de profunda alegría

e incontables momentos de angustia.

Déjame ver, por favor.

Déjame persistir, por favor.

Al atardecer cae una fría lluvia.

En las calles y avenidas de mi ciudad

en silencio y con fervor trabaja la oscuridad.

La poesía es búsqueda de resplandor.

(De De Regreso, 2003)

Zurbarán

Zurbarán pintó

santos españoles

y naturalezas muertas,

los alternaba,

y por eso los objetos

que yacen en las pesadas mesas

de sus naturalezas muertas

son, también, santos.

(De Antenas, 2005)