En las enciclopedias no hay sitio para Osip Mandelstam
En las enciclopedias una vez más no hay sitio para
Osip Mandelstam otra vez está
sin hogar aun así es tan difícil encontrar un piso
Como registrarse en Moscú es casi imposible
El Cáucaso todavía le llama el bosque de las tierras bajas de
Asia
ruge estos días no han llegado todavía
Otra persona recoge guijarros en las playas del mar Negro
Esta investigación cambiante sigue aunque el uniforme
es de un nuevo corte y su sastre de cabeza de madera
casi se cayó haciendo una reverencia
Cierras un libro suena como un disparo
Polvo blanco del papel te hace cosquillas en la nariz una
tarde latina está aquí nieva nadie vendrá esta noche
es la hora de acostarse pero si llama a tu delgada puerta
déjale entrar
En la belleza creada por otros
Sólo en la belleza creada
por otros hay consuelo,
en la música de otros y en los poemas de otros.
Sólo otros nos salvan,
aunque la soledad sepa a
opio. Los otros no son el infierno,
si se les ve temprano, con sus
frentes puras, lavadas por sueños.
Por eso me pregunto qué
palabra debería utilizarse, "él" o "tú". Cada "él"
es una traición a un cierto "tú" pero
a cambio el poema de alguien
ofrece la fidelidad de un grave diálogo.
De las vidas de las cosas
La piel perfecta de las cosas se extiende sobre ellas
tan cómodamente como una carpa de circo.
La noche se acerca.
Bienvenida, oscuridad.
Adiós, luz.
Somos como párpados, afirmamos cosas,
tocamos ojos, pelo, oscuridad,
luz, India, Europa.
De repente me encuentro preguntando: "Cosas,
¿conocéis el sufrimiento?
¿Habéis estado alguna vez hambrientas, en la miseria?
¿Habéis llorado? ¿Conocéis el miedo,
la vergüenza? ¿Habéis conocido los celos, la envidia,
pequeños pecados, no de comisión,
pero tampoco curados por la absolución?
¿Habéis amado, y muerto,
de noche, con el viento abriendo las ventanas, absorbiendo
el frío corazón? ¿Habéis probado
la edad, el tiempo, el duelo?".
Silencio.
En la pared, baila la aguja de un barómetro.
Autorretrato
Entre ordenador, lápiz y máquina de escribir
se me pasa la mitad del día. Algún día se convertirá en medio siglo.
Vivo en ciudades ajenas y a veces converso
con gente ajena sobre cosas que me son ajenas.
Escucho mucha música: Bach, Mahler, Chopin, Shostakovich.
En la música encuentro la fuerza, la debilidad y el dolor, los
tres elementos.
El cuarto no tiene nombre.
Leo a poetas vivos y muertos, aprendo de ellos
tenacidad, fe y orgullo. Intento comprender
a los grandes filósofos -la mayoría de las veces consigo
captar tan sólo jirones de sus valiosos pensamientos.
Me gusta dar largos paseos por las calles de París
y mirar a mis prójimos, animados por la envidia,
la ira o el deseo; observar la moneda de plata
que pasa de mano en mano y lentamente pierde
su forma redonda (se borra el perfil del emperador).
A mi lado crecen árboles que no expresan nada,
salvo su verde perfección indiferente.
Aves negras caminan por los campos
siempre esperando algo, pacientes como viudas españolas.
Ya no soy joven, mas sigue habiendo gente mayor que yo.
Me gusta el sueño profundo, cuando no estoy,
y correr en bici por caminos rurales, cuando álamos y casas
se difuminan como nubes con el buen tiempo.
A veces me dicen algo los cuadros en los museos
y la ironía se esfuma de repente.
Me encanta contemplar el rostro de mi mujer.
Cada semana, el domingo, llamo a mi padre.
Cada dos semanas me reúno con mis amigos,
de esta forma seguimos siendo fieles.
Mi país se liberó de un mal. Quisiera
que le siguiera aún otra liberación.
¿Puedo aportar algo para ello? No lo sé.
No soy hijo de la mar,
como escribió sobre sí mismo Antonio Machado,
sino del aire, la menta y el violonchelo,
y no todos los caminos del alto mundo
se cruzan con los senderos de la vida que, de momento,
a mí me pertenece.
Escribía en la oscuridad
Cuando vivía en Estocolmo, Nelly Sachs
trabajaba por las noches con una luz apagada
para no despertar a su madre enferma.
Escribía en la oscuridad.
La desesperación le dictaba palabras
tan pesadas como colas de cometa.
Escribía en la oscuridad,
en silencio, que sólo interrumpía
el reloj de pared con sus suspiros.
Hasta las letras eran soñolientas,
sus cabezas caían en las hojas.
La oscuridad escribía
tras coger esta mujer ya no joven
como si fuese su pluma.
La noche se compadecía de ella,
sobre la ciudad se erigía
una gris prisión del alba,
la aurora de dedos rosa.
Cuando se dormía ella
los mirlos ya despertaban
y no hubo ninguna pausa
en la tristeza y el canto.
La poesía es búsqueda del resplandor
La poesía es búsqueda de resplandor.
La poesía es un camino real
que nos lleva hasta lo más lejos.
Buscamos resplandor en la hora gris,
al mediodía o en las chimeneas del alba,
incluso en el autobús, en noviembre,
cuando al lado dormita un viejo cura.
El camarero en el restaurante chino
estalla en llanto y nadie imagina por qué.
Quién sabe, quizás esto también es una búsqueda
que se parece a un instante a la orilla del mar,
cuando en el horizonte aparece un barco rapaz
y se detiene, paralizado largo tiempo.
Pero también, momentos de profunda alegría
e incontables momentos de angustia.
Déjame ver, por favor.
Déjame persistir, por favor.
Al atardecer cae una fría lluvia.
En las calles y avenidas de mi ciudad
en silencio y con fervor trabaja la oscuridad.
La poesía es búsqueda de resplandor.
Zurbarán
Zurbarán pintó
santos españoles
y naturalezas muertas,
los alternaba,
y por eso los objetos
que yacen en las pesadas mesas
de sus naturalezas muertas
son, también, santos.