Ilustración de David Pintor incluida en Venecia
Si, como sostenía Quilón, uno de los Siete Sabios de Grecia, "hay tres cosas difíciles: guardar un secreto, soportar un agravio y emplear bien el ocio", pocas temporadas pueden resultar tan felices para un lector como las vacaciones, esas jornadas gozosas, sin asfixiantes horarios ni compromisos laborales, acompañadas de buenos y necesarios libros. El Cultural ha seleccionado un puñado que no les defraudará, relatos emocionantes de aventuras y pasiones, que bucean en el pasado o retratan inquietantes futuros y distopías, mientras otros devoran frutas prohibidas, denuncian la corrupción o se pierden en los deliciosos laberintos borgeanos...
Venecia, de David Pintor (Kalandraka). Protagonista de mil novelas y relatos, Venecia, "la más inverosímil de las ciudades" según Thomas Mann, es la protagonista de este espléndido libro ilustrado que no necesita palabras para reflejar la belleza y la decadente melancolía de la villa. Del Campanile di san Marco al Campiello Mosca, del Puente de Rialto a Campo dei Frati, el protagonista del volumen se pierde por las calles de la ciudad acuática dibujando o tocando el violín, con gatos y palomas como compañeros de una aventura excepcional.
Los Cinco y yo, de Antonio Orejudo (Tusquets) arroja una mirada nostálgica al pasado, con el que también ajusta cuentas por tanta esperanza perdida. Retrato generacional en clave autobiográfica de un autor de la última generación del franquismo, Orejudo establece un paralelismo entre los personajes de ficción y sus amigos reales de infancia. En sus páginas se repasan además las mudanzas educativas, el comportamiento de las familias, el progresismo de los años 80 y los nuevos hábitos que llevaron al porro y las drogas, la moda, el mundillo académico donde se apela a la experiencia profesional del autor, la Gran Recesión...
Los girasoles ciegos, de Alberto Méndez (Contempla). Parece imposible, pero a pesar del tiempo transcurrido aún existen cuentas que saldar, historias que descubrir relacionadas con nuestra guerra civil. Son, por ejemplo, las que narró Alberto Méndez en Los girasoles ciegos (2004), que ahora reaparece en versión ilustrada por Gianluigi Toccafondo. Formado por cuatro extensos relatos que se cruzan y explican mutuamente -"Si el corazón pensara dejaría de latir", "Manuscrito encontrado en el olvido", "El idioma de los muertos" y "Los girasoles ciegos"- el libro consigue conmover al lector de principio a fin.
Resort, de Juan Carlos Márquez (Salto de Página). No es por dar ideas, pero ese narrador irreverente y divertido hasta el sarcasmo que siempre es Juan Carlos Márquez nos invita a pasar setenta y dos horas en un resort en el que ha desaparecido un niño alemán. Con esa excusa, el novelista fisga en la vida de esos extraños que acabamos siendo los turistas y nuestras peleas por las tumbonas de la piscina del hotel, por colinizar con sombrillas un trozo de playa cerca de la orilla o el mejor sitio en el chiringuito. Un retrato guasón, sarcástico, que nos descubre las mezquindades que somos capaces de perpetrar en nuestras vacaciones, esa tregua de nuestras miserias y problemas que pactamos con la vida y que siempre, ay, dura demasiado poco.
El monarca de las sombras, de Javier Cercas (Random House) es la historia de una doble búsqueda, la de las razones que llevaron al tío abuelo del autor, Manuel Mena, a combatir en el bando rebelde durante la guerra civil, y la del propio escritor obsesionado por ese fantasma convertido en héroe familiar tras su muerte en combate a los diecinueve años. En este exorcismo, el novelista realiza una auténtica catarsis que le explica a él mismo tanto como a su tío abuelo, y que desnuda sus demonios familiares en una suerte de confesión inesperada, abrumadoramente sincera quizás.
Fruta prohibida, de Jeanette Winterson (Lumen). Imaginen por un instante que son hijos adoptivos de una extravagante fundamentalista evangélica en cuya casa no hay más libro que la Biblia, pero que a las diez años descubren que son distintos, y que por eso no acaban de encajar. Más aún, supongan que en la adolescencia se enamoran perdidamente de quien no deben, de alguien de su mismo sexo, y su familia postiza les expulsa de su hogar entre maldiciones. Podrían escribir una novela siniestra sobre la homofobia, pero si fuesen Jeanette Winterson narrarían su propia historia con tanto humor y honestidad que incluso las páginas más dramáticas de Fruta prohibida logran hacernos sonreír.
Casi todo Baxter. Nuevas y escogidas ocurrencias, de Glen Baxter (Anagrama). Hace tiempo que el británico Glenn Baxter rechazó ser un ilustrador o autor de cómics por sentirse, ante todo, un artista. Lo es en su aparente sencillez, su aire retro, y su homenaje nada secreto al viejo cine de vaqueros -"estaba obsesionado con los cowboys; de hecho, quería ser uno de ellos, pero es difícil cuando vives en una ciudad inglesa sin caballos a mano, así que opté por dibujarlos", explicaba hace poco-, así que su humor se ha ido acercando con descaro hacia lo absurdo. En cada viñeta consigue, con apenas un trazo, un relato completo, risueño y feliz.
Cuentos escogidos, de Joy Williams (Seix Barral). Considerada la mejor escritora estadounidense de cuentos de nuestros días, Joy Williams cree que la vida es absurda, nuestra ignorancia, infinita y que hemos desperdiciado este mundo abusando de sus recursos de manera egoísta y cruel. Sin embargo como autora se siente obligada a narrar el horror porque, dice, puede "iluminarnos al explicar lo imposible". Mucho de este horror, de este desamparo y de su grito indignado y herido se derrama en esta poderosa antología de sus mejores relatos, verdaderas lecciones de desencanto y lucha.
Connerland, de Laura Fernández (Random House). Ya lo advirtió Nadal Suau al reseñar este libro: es una "juerga loca. Juerga muy loca. Una juerga no desprovista de subtexto, potencia romántica o crueldad crítica. Una juerga servida por una dominatrix de lo insólito, que funciona como un gran estallido de felicidad". Es también una novela sobre el acto de escribir, sobre cómo los escritores transforman la realidad para convertirla en novela y en su propio universo. Y una reflexión sobre qué es el fracaso para un escritor: no ser leído o no saber hacer felices a sus lectores.
Más allá del invierno, de Isabel Allende (Plaza & Janés). Los amantes de los best sellers están de enhorabuena: ha vuelto Isabel Allende con una novela de las suyas, repletas de emoción y amor. Mientras Nueva York es declarada en estado de emergencia por culpa de una tormenta de nieve, la periodista chilena Lucía Maraz, debe vivir varios días encerrada por la tormenta en su apartamento de Brooklyn. Su casero (y jefe en la Universidad), Richard, vive en el piso superior de la casona, y ambos deben enfrentarse al drama de Evelyn Ortega, una joven guatemalteca indocumentada, con un muerto en el maletero del coche.
Tiene que llover. Mi lucha 5, de Karl Ove Knausgard (Anagrama). Entre la reflexión sobre el pasado y su recreación literaria, Knausgard apuesta aquí por recrear el proceso de maduración de una perspectiva, de una voz. Como explicaba la semana pasada Rafael Narbona al reseñar el libro, al escritor "le atormenta la idea de carecer de talento". Pero Knausgard, que da cuenta de las negativas de los editores a publicar sus primeros escritos, y de varios fracasos sentimentales, está lejos de imaginar que esas experiencias son la antesala "de una obra de extraordinario vigor y originalidad, donde la escritura se convertirá en el personaje principal".
LA Confidencial, de James Ellroy (Random House). Nada como el verano para disfrutar de un clásico de la novela policíaca actual, sobre todo si se trata de la mejor obra de Ellroy, adaptada al cine con extraordinario éxito. Es la historia de tres policias al límite, Ed Exley -ambicioso, cobarde, y que intenta superar la fama de su legendario padre, también agente de la ley-, Bud White -obsesionado con defender a las mujeres maltratadas-, y Jack Vincennes -confidente de la prensa amarilla por culpa de un oscuro secreto-, que investigan una matanza en el bar Nite Owl. El problema surge cuando comienzan a descubrir que tras lo que parecía un suceso más se oculta una trama asombrosa de corrupción política y policial.
El cuento de la criada, de Margaret Atwood (Salamandra). Convertido en uno de los libros del año gracias sobre todo a la serie de televisión basada en él, esta novela escrita en los años 80 anticipa cómo sería el mundo si Estados Unidos se transformase, tras el asesinato de su presidente, en un régimen teocrático. Para empezar, los viejos valores del estado del Bienestar serían olvidados de inmediato, y la mujer, cosificada, transformada en una esclava cuyo único valor reside en su fecundidad. Así, la protagonista, Offred, renuncia incluso a sus recuerdos para someterse a su nuevo amo, sin dejar de soñar con su libertad.
Borges esencial (Real Academia Española/ASELE). En cierta ocasión, Borges aseguró que había quien no podía soportar un mundo sin pájaros o sin agua, pero que él se sentía "incapaz de imaginar un mundo sin libros". Para el lector de ese universo literario que fue Borges, el mundo sin el argentino sería mucho más pobre, mezquino y desdichado. ¿Hay placer comparable a releer (o a descubrir) los relatos de Ficciones o El Aleph? Es lo que nos ofrece este espléndido volumen, en el que tampoco faltan algunos de sus mejores versos y de sus ensayos, sobre la patria, el lenguaje o el amor.
Versos diversos
Tras una gran temporada para el lector de poesía, son muchas las novedades y recuperaciones que pueden acompañarle estos meses. Entre ellas, destacan Los árboles se han ido, de García Lorca (Nórdica), una curiosa antología ilustrada "mínima" que sin embargo reúne, según su editor, "al poeta completo y complejo que fue".El centenario del nacimiento de Gloria Fuertes ha multiplicado las ediciones de sus versos, como El libro de Gloria Fuertes (Blackie Books), que aúna la biografía y la antología.
Otro aniversario, el de los 75 años de la muerte de Miguel Hernández, ha permitido recuperar la que quizá sea su antología más completa Poesía esencial (Alianza), en edición de Jorge Urrutia.
Más sorpresas ofrecen Mi hermana la vida, de Boris Pasternak (Alfar), el mejor poemario del Nobel ruso, y la Poesía reunida de William Carlos Williams (Lumen), que desmiente la ingenuidad del poeta.
Si el lector quiere disfrutar con los versos del último premio Princesa de Asturias, Adam Zagajewski, lo mejor sería comenzar por Antenas (Acantilado), pero si le interesa la última poesía, no debería perderse La soledad de un cuerpo acostumbrado a la herida (Visor), de Elvira Sastre.