Mario Vargas Llosa durante la charla en El Escorial. Foto: Nacho Calonge

El escritor peruano rompe su silencio sobre Gabriel García Márquez en una charla en El Escorial, patrocinada por Santander Universidades, en la que ha abordado la relación que ambos mantuvieron en los 70 y ha desgranado parte de su obra y de sus logros como escritor.

En 1976 Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez dieron por finalizada su estrecha relación de amistad por motivos sobre los que se ha especulado con profusión, pero que nunca han sido aclarados por sus protagonistas. Mientras que el escritor colombiano se llevó el secreto de esta ruptura a la tumba, ya que falleció el 17 de abril de 2014, el escritor peruano no parece muy interesado en remover esas aguas y tampoco en rendir una mayor pleitesía o afecto a su colega por el simple hecho de que ya no se encuentre entre nosotros. Así, durante la charla que el autor de La fiesta del Chivo compartió ayer con el ensayista Carlos Granés, en el marco del curso sobre García Márquez que la Cátedra Vargas Llosa ha organizado dentro de la programación de verano de la Universidad Complutense en El Escorial, no hubo reconciliación en sentido estricto entre las dos estrellas del Boom Latinoamericano, pero el peruano no tuvo reparo en hablar de la literatura y de los principales episodios vitales de García Márquez sin que las cuitas personales parezcan aflorar en sus argumentos. Sin embargo, cuando Granés le preguntó sobre si después de su distanciamiento, volvieron a tener contacto, Vargas Llosa contestó que "no" y apremió a su interlocutor a cambiar de tema porque entraban en terreno "peligroso".



El Premio Nobel 2010 calificó a su coetáneo como una persona locuaz, divertida, y que más que un intelectual, "era un verdadero artista, un poeta". "Él no era capaz de explicar su talento, funcionaba mediante la intuición, el instinto, no pasaba por lo conceptual, tenía una disposición extraordinaria para acertar con los adjetivos, los adverbios y con la trama". Vargas Llosa se inició en la obra de García Márquez con El coronel no tiene quien le escriba cuando trabaja en un programa de libros de la radiotelevisión francesa y quedó impactado por la obra. "Me gustó mucho por su realismo tan estricto, con esa descripción tan precisa de ese viejo coronel inasequible al desaliento, reclamando una jubilación que nunca llegará".



Este descubrimiento provocó el inicio de una intensa correspondencia entre los futuros premios nobeles. La conexión fue instantánea. Tanto que llegaron a plantearse la idea de escribir una novela a cuatro manos sobre la guerra peruano-colombiana de 1932, aunque finalmente el proyecto no fructificó. En 1967 se conocerían por primera vez cuando le concedieron el Premio Rómulo Gallegos al peruano por La casa verde, en un momento en el que García Márquez acababa de publicar su obra magna, Cien años de soledad.



Aunque la simpatía fue reciproca desde el principio, Vargas Llosa opina que la unión entre ambos se produjo principalmente por la compartida devoción por William Faulkner y por el hecho de descubrir ambos su ser latinoamericano al llegar a Europa, "algo imposible desde Bogotá o Lima". "Cuando Europa descubrió la literatura latinoamericana fue una sensación enriquecedora, que nos acercó mucho a los escritores y eso fue una razón por la que nuestra amistad fue tan estrecha y tan cálida", ha señalado el escritor peruano.



Vargas Llosa y García Márquez, a finales de los 60 en Barcelona

Los primeros desencuentros entre ambos escritores se producen a raíz del posicionamiento de uno y otro ante la situación en Cuba. "Yo era muy entusiasta de la revolución; García Márquez, muy poco. Siempre fue discreto al respecto, pero él ya había sido purgado por el Partido Comunista cuando trabajaba en Prensa Latina junto a su amigo Plinio Apuleyo". Cuando salió a la luz el 'caso Padilla', por el que el poeta fue acusado de ser agente de la CIA, los escritores del boom se dividieron políticamente y García Márquez se alió con el lado cubano. "Yo creo que tenía un sentido práctico de la vida y sabía que era mejor estar con Cuba que contra Cuba. Así se libró del baño de mugre que cayó sobre los que fuimos críticos con la evolución de la revolución hacia el comunismo desde sus primeras posiciones, que eran más socialistas y liberales".



Sobre Cien años de soledad, de la que se está celebrando este año su cincuenta aniversario, Vargas Llosa recordó haberse quedado "deslumbrado" durante su lectura y la definió como la novela de caballería que por fin tenía América Latina. "Es una narración en la que prima lo imaginario sin que desaparezca el sustrato real. Cien años de soledad tiene además la capacidad de atraer a un lector exigente preocupado por el lenguaje y, a la vez, a un lector elemental que solo sigue la anécdota". En definitiva, Cien años de soledad, para Vargas Llosa, cumple los requisitos de una obra maestra, que puede quedar "enterrada" un tiempo, pero luego vuelve a hablar a los lectores.

En defensa del liberalismo

Al día siguiente de la charla en El Escorial, Vargas Llosa ha participado junto al filósofo Antonio Escohotado en una mesa de debate titulada Liberalismo y Progreso enmarcada dentro de la Escuela de Verano Ciudadanos. Durante el encuentro, el Nobel ha reafirmado la posiciones expuestas recientemente en la presentación del libro El estallido del populismo, asegurando que "el liberalismo no es una ideología, sino una doctrina que defiende la libertad en todos los órdenes como valor supremo y que debe despojarse de la caricatura que le infirió la izquierda". Por su parte Escohotado, que hace unos meses publicó el tercer volumen de la obra de su vida, Los enemigos del comercio, "una obra moral sobre la propiedad", opina que "la nobleza del liberalismo reside en su respeto al hombre como un fin autónomo, no como un medio", algo que la mayoría de opciones políticas no cumple.