Image: Richard J. Evans: El nacionalismo fue en origen pacifista y de izquierdas

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Letras

Richard J. Evans: "El nacionalismo fue en origen pacifista y de izquierdas"

26 septiembre, 2017 02:00

Richard J. Evans

El historiador británico regresa al siglo XIX con La lucha por el poder (Crítica), un monumental análisis donde imbrica aspectos políticos, sociales, económicos y culturales para completar un nutrido fresco del auge y caída de Europa durante el complejo "Siglo de la Industrialización".

Conocido por su exhaustiva trilogía sobre el Tercer Reich, el historiador y profesor de Cambridge Richard J. Evans (Londres, 1947) ha vuelto a sus orígenes. En 1997 participó como testigo en el juicio contra el historiador revisionista del Holocausto David Irving (llevado al cine por Rachel Weisz en la película Negación) y a raíz de eso "comencé a escribir una historia sobre el nazismo en la que trabajé una década. Pero al fin he podido volver al siglo XIX". La anécdota da una idea de la profunda exhaustividad de Evans, presente también en este La lucha por el poder. Europa 1815-1914 (Crítica), un monumental análisis donde el historiador británico imbrica aspectos políticos, sociales, económicos y culturales para completar un nutrido fresco del auge y caída de Europa durante el complejo "Siglo de la Industrialización".

Una etapa clave en la constitución del mundo tal y como lo conocemos que, a entender de Evans,"siempre ha caído un poco por debajo del radar en la conciencia pública. Todo el mundo tiene en la cabeza imágenes del siglo XX y conoce los hechos a grandes rasgos, pero el siglo XIX es uno de los grandes olvidados, y es mi intención explicarle a la gente lo fascinante y lo maravilloso que fue este periodo en Europa". Y es que no debemos olvidar, que la mayor parte de los avances sociales, políticos e industriales que asociamos con el siglo XX, como la lucha de clases, la política de masas, el nacionalismo, la modernización, el obrerismo, las luchas feministas o la producción en masa, nacieron en el siglo XIX y lo determinaron en gran medida.

Sobre esta base, Evans construye un relato apuntalado en dos elementos básicos: datos históricos escrupulosamente contrastados y vivencias de personajes curiosos, con esa mezcla de rigor y divulgación típicamente anglosajona. Entreteje el autor estas biografías de gente corriente junto a aspectos políticos y sociales, como las revoluciones de 1830 y 1848 o los grandes avances tecnológicos, hasta componer un macrocosmos de lo que fue la vida en el XIX. "Más allá de los grandes hechos y los grandes personajes, estos retratos de individuos, en su mayoría gente común, citas y anécdotas hacen que el período cobre vida y traslada toda su mezcla de extrañeza y familiaridad", opina Evans.

No debemos olvidar que en 1914 la mayoría de la población europea todavía era agraria"

También nos recuerda el autor una serie de realidades importantes, ideas preconcebidas que la distancia cada vez mayor puede oscurecer. Para empezar, advierte del impacto lento y local que tuvo en un principio la Revolución industrial, recordando la importancia perdurable de la agricultura. "La Revolución industrial comenzó a extenderse por Europa con lentitud y solo en pequeñas áreas, las zonas carboníferas de Francia, Bélgica o Alemania, el norte y el este de España, el norte de Italia. Solo hacia el final del siglo la industrialización se asienta en las sociedades y ahí tenemos el gran auge de la clase obrera y las fábricas, la gran época de los trenes... Pero no debemos olvidar que en 1914 la mayoría de la población todavía era agraria", recuerda.

Además, asegura Evans que el cambio social fue asimismo gradual. La emancipación de siervos y esclavos, el crecimiento de la política parlamentaria, la extensión del voto masculino o el triunfo del ideal nacional sobre el imperialismo dinástico, son logros motivados por las corrientes revolucionarias que explosionaron en 1830 y 1848, aunque sean consideradas revoluciones fracasadas. "No fracasaron totalmente. Una de las características de la revolución del 48 es que a pesar de fracasar en principio, produjo profundos cambios políticos, porque los poderes tienen miedo de la violencia social y llegan a un acuerdo implícito con los liberales de clase media en el que se consiguen aspectos como la igualdad ante la ley, una reforma del código civil, regulación empresarial, asambleas legislativas... pequeños pasos que fueron conformando la sociedad que entendemos hoy como tal. 1848 cambió la faz de Europa y los vencedores son los liberales", remarca el historiador.

Del poder al colapso

Puntualizaciones aparte, la tesis que desarrolla Evans, presente desde el título, es que el motor definitivo que impulsó todos los acontecimientos del siglo XIX, el alma de la época, fue la búsqueda de poder. Poder imperial los estados, poder emancipador y social los individuos y poder frente a la naturaleza, al tiempo y el espacio, reflejado en la vertiginosa carrera de avances técnicos y científicos. "La época anterior, entre Westfalia y Napoleón, estuvo definida por la búsqueda de la gloria, por las ideas de honor, gloria y fama. En el siglo XIX se produjo un cambio de mentalidad y la sociedad comienza a ser más participativa e igualitaria, lo que refleja en cierto sentido que todo el mundo estaba buscando el poder de un modo u otro", explica Evans.

El motor definitivo que impulsó todos los acontecimientos del siglo XIX fue la búsqueda de poder"

Esta condición, este cambio psicológico unido al tecnológico, propició que el siglo XIX fuera el único periodo de la Historia en el que Europa dominó realmente el resto del mundo. "Europa domina el mundo tecnológica y económicamente y eso es lo que lleva al imperialismo como manifestación política", resume el autor. "En 1900 todas las zonas que puede ser conquistadas por Europa ya lo han sido. Pero para entonces el imperialismo europeo está mezclado con el racismo y la creencia de que otras razas son inferiores llega a la misma Europa. Los países quieren quitarse su territorio porque ya no queda ninguno más por conquistar fuera". El colonialismo se desplegó de manera indomable y sangrienta en un siglo que en Europa destaco por la paz casi constante y la casi nula mortalidad bélica en comparación con sus predecesores y con el XX.

Un siglo después de las matanzas napoleónicas, se había creado una nueva Europa, organizada en torno a poderosos Estados nacionales. Había sufragio ampliado, mejores dietas y salud para sus ciudadanos, mayores derechos para la mayoría de la población, aumento de los niveles de alfabetización de las masas, y avanzados sistemas de transporte, comunicación y tecnología. En 1914, Europa se erigía en una potencia mundial, y nada sospechaban los europeos de la incomprensible catástrofe que amenazaba a la vuelta de la esquina. Son las tensiones a las que aludía Evans, eficazmente controladas por un orden internacional creado en el Congreso de Viena, las que provocarán el colapso del sistema sociopolítico que generó el siglo XIX. "Si la Primera Guerra Mundial no hubiera empezado en el 14, hubiera estallado en el 15 o el 16... Las causas no son tan importantes como las consecuencias. Fue la primera guerra de gente contra gente, muy diferente de las guerras del 1800, que eran de gobiernos contra gobiernos", explica el historiador. "El motivo era la expansión de los ideales racistas y supremacistas difundidos por los gobiernos y las élites, que en ese entonces creían en las relaciones interestatales como una lucha de razas... La guerra suelta todos estos demonios sobre la sociedad europea".

Lecciones desde el pasado

La lección del XIX es que la cooperación internacional es clave para mantener la estabilidad social y el progreso económico"

Como ejemplos de la radicalización que imperaba entonces, Evans escoge dos ejemplos, uno especialmente presente hoy. "El nacionalismo es una idea liberal de crear un Estado nación con libertad de creencias y religión y soberanía nacional. Durante la mayoría del siglo XIX el nacionalismo fue una fuerza de izquierdas, pero al final del siglo se mezcla peligrosamente con el racismo y el darwinismo social", destaca el autor. "Por ejemplo, en la Alemania unificada y en Italia se empiezan a ver frustraciones de que sus países no son lo suficientemente poderosos y lo que cambia y deforma al nacionalismo, lo que lo transforma en algo manifiestamente violento es la guerra". El otro ejemplo es el socialismo, que una vez más fue una doctrina pacífica durante la segunda mitad del siglo XIX, hasta que "posteriormente una pequeña minoría anarquista y comunista que deseaba un ejercicio del poder más violento, radicalizó todo el movimiento. Los rusos deformaron la doctrina socialista inyectándola con nacionalismo ruso y con violencia, así nació la dictadura del proletariado. Y una vez más es la primera guerra mundial la que trae a los bolcheviques al poder debido al colapso total de la sociedad rusa debido a su derrota en el conflicto".

Con el nacionalismo todavía coleando en nuestro siglo XXI, impregnado de esa parte negativa que destaca Evans, ¿qué lección podría sacar nuestra sociedad de este relato, qué podemos aprender del colapso decimonónico para que no desemboque todo en un nuevo 14? "Una lección clave del XIX es que la cooperación internacional es importantísima para mantener la estabilidad social y el progreso económico. Entonces existió el llamado Concierto de Europa, en el que las potencias negociaban entre sí para tratar de mantener el orden internacional. Cada vez que había un problema, una revolución o una disputa colonial, había conferencias internacionales y se llegaba a acuerdos globales", recuerda Evans. "Es importante recordar que cuando los países persiguen sus propios intereses egoístas como hicieron Francia, Rusia o Alemania en 1914 entramos en situaciones peligrosas. Hoy ya no nos sentimos tan positivos sobre la guerra, pero la clave es que estamos en un mundo multipolar donde el reparto de poder favorece, como se ha visto históricamente, que sea menos peligroso".