Joaquín Campos

El poeta y narrador que trabaja como cocinero para vivir como escritor acaba de publicar 20 brotes (Renacimiento), un libro de relatos sobre su experiencia en Camboya.

Joaquín Campos (Málaga, 1974) es un escritor que mira a los ojos de la desdicha y con ella se hace un traje de literatura. Su oficio en España como reputado chef de cocina no le disuadió de su objetivo en la vida, escribir, por más que para ello tuviera que bucear en la miseria económica. Así que marchó hacia Asia para enfundarse el uniforme de cronista de su propio mundo. Sólo a través de sus vivencias concibe una literatura obstinada en derribar planteamientos morales con los que ha provocado más de una polémica. El momento de una depilación o un drama de casi amor con una prostituta con muñones son algunos de los pasajes que pueden leerse en este libro de relatos donde la sexualidad a veces roza la perversión. Traducido al inglés por Roger Wolfe, su estilo podría enmarcarse en el "realismo sucio" porque su lectura a veces provoca la repulsa pero no te permite dejar de leer. Y aun así es mucho más. "Me fascina la poesía por encima de la prosa", reconoce quien va a por su tercer poemario. Toda su obra tiene forma de ciclón: arrasa sin mirar quién se interpone en su camino. A veces al propio lector.



Pregunta.- ¿Por qué estos relatos son brotes?

Respuesta.- Más que un intento de confundir al lector, es un intento de dejar dos puertas abiertas: el brote como historia que nace -el relato es el inicio de un libro que lo puedes cortar como un aborto o si sabes dominarlo, llegar hasta el final- y la idea de los brotes psicóticos, todo aquello que circunda mi mente cuando escribo, que tiene que ver con mi vida real. La parte más humana de la vida es donde más suelto me siento, la parte no comercial que puede llegar a ser la más comercial.



P.- Ahora están muy de moda la autoficción o las novelas de no ficción.

R.- Autoficción es un término que no me gusta, en realidad no son más que memorias recientes. Lo que ocurre es que la gente tiene miedo de contar la verdad. Yo te puedo asegurar que el 80% de este libro soy "yo" y lo que no voy a hacer es narrar mi vida para luego decir que "puede ser que sí o puede ser que no" para ver qué me pregunta un juez.



P.- Sergio del Molino y Agustín Fernández Mallo dijeron hace poco para El Cultural que "cualquier texto, hasta el ensayo más riguroso, es en sí mismo una ficción".

R.- Yo opino que no. Creo que el que adorna la realidad con ficción es porque no quiere hacer realidad o porque su realidad no ha sido lo suficientemente atractiva para él. Yo cuento mi vida como si fuera maravillosa y me leen cuatrocientos, pero es lo que a mí me fascina, yo quiero contar esto. Considero que la realidad es suficiente.



P.- Bajo su condición de cocinero, ¿considera que se puede hacer literatura a partir de un oficio como la cocina?

R.- Yo considero que mi profesión ya me es suficiente con el tiempo que me quita y el dinero que me ofrece. No quiero escribir sobre ella. Desde que los cocineros se consideran actores, estrellas y tienen un ego que no les cabe en sí mismos, yo me he apartado por completo. Amo cocinar y enseño cocina, pero considero que es un espacio sin salida. Donde yo me siento una explanada, un terraplén, un océano... es en la literatura. Y no me gusta que un cocinero se sienta un artista, me parece una falta de respeto. Amo escribir y amo cocinar pero lo considero muy diferente.



P.- Rodrigo Mochales, protagonista de Faltan moscas para tanta mierda, es un superhéroe de barrio que, como usted, evoluciona en la vida desde abajo. ¿Es correcto decir que es su alter ego?

R.- Es más que mi alter ego: es mi sueño, quien me gustaría ser. En Faltan moscas... el personaje que he creado tiene mucho de mí pero se nutre de anécdotas y padecimientos ajenos de aquella época en China. En lugar de inventármelo, he tratado de enriquecer la historia con realidades de otra gente. He inyectado más verdad para que el libro fuera más completo.



P.- El territorio sexual ocupa mucho espacio en sus libros. ¿Cómo se puede hablar de sexo sin caer en el tópico o la recurrencia?

R.- Llevar en Asia once años e intentar narrar Asia en primera persona sin hablar de sexo es una falta de respeto. Porque es un destino sexual, por mucho que a la gente le moleste. Si vas a la embajada de España en Bangkok, ocho de cada diez españoles que trabajan legalmente o residen allí son hombres. Y ese desnivel en el porcentaje quiere decir algo, está claro. Por otro lado, hablar de sexo no me parece un pecado. Narrar con pelos y señales lo que acontece, siempre que sea algo interesante, no es ningún problema. Creo que hablar de sexo cuando tienes 40 años y vives en Asia es algo que debe ocurrir. Si vives en un pueblo de Cuenca con 72, es muy difícil.



P.- En 20 brotes habla de la delgadísima línea que distingue a una mujer prostituta de una que no lo es...

R.- En España tenemos el bar de luces en la carretera donde un señor retira pasaportes y algunas chicas están "encadenadas" y no pueden salir. Por eso hay redadas y detenciones. Pero en Asia, están en todos lados. La gran mayoría de las personas ejercen la prostitución de forma voluntaria. Son estudiantes y mantienen a sus familias. A la gente le duele. Conozco a muchos cooperantes que van a Camboya e intentan sacar a las chicas de la prostitución pero ellas no quieren salir porque ganan más que haciendo cualquier otra cosa. En Asia no existe la moral, solo el dinero y el presente, no hay mañana.



P.- ¿En Europa lo de la moral es distinto?

R.- Sí, tenemos un pasado católico que incluso respaldan los revolucionarios franceses. Por otro lado, el feminismo está en alza pero hay una gran confusión. Un travesti operado, al que conté que en España hay asociaciones que lo sacarían de la calle para llevarlo a un centro donde comer y dormir, me contó que él ya comía y dormía. Quería seguir facturando 200 euros al día. El problema de España es el etnocentrismo, que es justificar lo que ocurre al otro lado del mundo o en otras épocas desde nuestro soberbio punto de vista. Evidentemente, estoy en contra de la prostitución forzada, pero que alguien decida hacer con su propio cuerpo lo que le dé la gana para ganar dinero e invertirlo en su hijo o en comprarse cuatro casas para luego alquilarlas me parece maravilloso. Vivimos en un campeonato de capitalismo donde valoramos al que tiene el mejor coche y la mejor casa, salvo que lo haya conseguido ejerciendo la prostitución.



P.- ¿Por qué en Asia es tan escasa la proporción de librerías por habitante?

R.- En Asia la cultura no existe porque no existe algo que no genere dinero. En China te hablan de cultura milenaria pero es mentira, solo son tradiciones. Ellos nos copian pero nos copian mal. Quieren jugar en el Real Madrid y vestir la ropa de Zara pero no quieren ser Cervantes ni saben quién es Lorca. Que yo diga esto genera crítica pero a quien me reprocha que yo me meta con ellos por su difícil pasado de guerras, le digo que en la Guerra Civil española se generó más cultura que en todo un siglo desde que se murió Mao en China. En este progresismo forzado y ficticio, hablamos de Asia tratando de equipararlo a Oriente y no tiene nada que ver.



P.- A veces algunas de sus opiniones le han llevado a ser cesado en algunos medios.

R.- Lo que yo pienso y hago es lo que la mayoría de la gente piensa y hace. El problema es que la gente no lo dice. Damos la espalda a algo que públicamente es repudiable porque está de moda que lo sea, como acostarse con travestis. Y a los travestis no les paga el sueldo la Comunidad de Madrid. Hay que esgrimir las opiniones porque se empieza por no opinar y se acaba por perder un trabajo, por perder una amistad. La autocensura es un desprestigio al ser humano, desde el momento en que las conversaciones se llenan de banalidades y falsedades.



P.- ¿Qué tipo de censuras ha sufrido?

R.- Hay un medio nacional que rechazó mi reportaje sobre prostitución infantil sin haberlo leído. Casi me regañaron por haberles querido crear problemas.



P.- ¿Por qué sucede esto en España?

R.- Porque es un país sin personalidad que se deja llevar por la masa. Y la masa se deja llevar por la tele. Y la tele es la masa. Es un círculo vicioso, y ahí estamos dando vueltas. De vez en cuando sale algo interesante pero casi siempre es lo mismo. La gente que domina el mundo no quiere que leas pero quiere que opines para que te sientas político y que votes para que tu libertad sea eso. Pero la libertad es ir a tu trabajo y mandar a tomar por culo al jefe porque te ha faltado al respeto. O decirle a un medio potente que no vas a cambiar ese párrafo y que prefieres publicarlo gratis en otro sitio.