"De pronto una noche, me sorprendí escribiendo, con una nueva e insistente intensidad, sobre Japón, sobre Nagasaki, mi ciudad natal, durante los últimos días de la Segunda Guerra Mundial", recuerda el escritor británico de origen japonés Kazuo Ishiguro (Nagasaki, 1954) al inicio de su discurso de aceptación del Premio Nobel de literatura 2017, pronunciado esta tarde en la sede de la Academia Sueca. "Debo decir que fue algo que me pilló por sorpresa. Hoy en día, el clima dominante es tal que resulta instintivo para un joven aspirante a escritor con una herencia cultural mixta explorar en su obra sus 'raíces'. Pero entonces no era ni mucho menos así. Todavía faltaban algunos años para la explosión de literatura 'multicultural' en Gran Bretaña".
Premiado con el máximo galardón mundial de las letras por "haber descubierto el abismo bajo nuestro ilusorio sentido de conexión con el mundo a través de novelas de gran fuerza emocional", Ishiguro, que recibirá el Nobel este domingo de manos del rey Carlos XVI Gustavo de Suecia, ha relatado a la audiencia los orígenes de su conversión en escritor y varios pequeños momentos que a lo largo de su dilatada carrera, iniciada a comienzos de los años 80, le han servido de inspiración para crear sus siete novelas (publicadas en España por Anagrama) y algunos de sus cuentos o guiones. Según el escritor, esta primeriza escritura sobre Japón nacía de un intento de recuperar el país que abandonó con cinco años.
"Las fotografías tomadas poco después de nuestra llegada muestran una Inglaterra ya desaparecida. Los Beatles, la revolución sexual, las protestas estudiantiles, el 'multiculturalismo' estaban a la vuelta de la esquina, pero resulta difícil de creer que la Inglaterra con la que se encontró mi familia siquiera lo sospechase". Durante sus primeros años, la familia de Ishiguro contaba con regresar pronto al país nipón, prosigue narrando el escritor, por lo que "durante mucho tiempo se dio por hecho que yo volvería a Japón para vivir allí mi vida adulta, de modo que en casa hacían un esfuerzo por mantener viva la parte japonesa de mi educación". Sin embargo, el momento se prolongaba en el tiempo hasta no llegar a producirse, por lo que el escritor "deseaba reconstruir mi Japón a través de la narrativa, garantizar su pervivencia, para después poder señalar un libro y decir: Sí, aquí está mi Japón, en estas páginas".
Esa Inglaterra idílica e integradora de su infancia que recuerda Ishiguro contrasta con la que el escritor observa en la actualidad. Firme crítico del Brexit, que considera una "tragedia", ayer en rueda de prensa el narrador afirmaba que no le agrada "la atmósfera anímica negativa" que acampa en el Reino Unido. "Para mí fue fácil crecer entre dos culturas, algo que me ha beneficiado a la hora de escribir, pero yo llegué en un momento previo a las grandes migraciones de las antiguas colonias británicas". De hecho, el escritor considera que "ahora Reino Unido se ha convertido en un país mucho más racista. Tengo un gran respeto por la generación que recibió a mi familia no mucho después de la II Guerra Mundial. Siento fascinación por esa generación tan generosa que creó un Estado de Bienestar, pero ya no parece existir", se lamentaba.
Inesperada inspiración
También ha desgranado Ishiguro en su discurso las crisis propias de toda trayectoria narrativa. "Durante algún tiempo me había sentido razonablemente orgulloso de mi primera novela, pero esa primavera ya me había invadido una exasperante sensación de descontento. En esos momentos mi empeño era escribir ficción que solo pudiese funcionar de forma adecuada 'sobre una página'. ¿Para qué escribir una novela si iba a ofrecer más o menos la misma experiencia que se podía obtener encendiendo el televisor?", se preguntaba el escritor a principios de los 80. Fue estando enfermo en la cama cuando leyendo En busca del tiempo perdido de Marcel Proust. "Quizá contribuyese el que todavía tenía fiebre, pero el hecho es que me quedé obnubilado por el texto. Aparte de la absoluta belleza de esas páginas, lo que me entusiasmó fue cómo Proust hacía que un episodio llevase al siguiente. Descubrí una manera interesante y más libre de escribir mi segunda novela; un planteamiento que enriquecería las páginas y ofrecería movimientos imposibles de capturar en ninguna pantalla".
Otro detalle curioso que dejó el discurso de Ishiguro, confeso melómano y música frustrado, fue cómo muchas veces la música desbloquea su escritura. Por ejemplo, una canción de Tom Waits le inspiró para alcanzar el clímax final en su novela Los restos del día. "Escuchando a Tom Waits me di cuenta de lo que le faltaba a mi novela. Tiempo atrás había tomado la decisión de que mi mayordomo inglés mantendría sus defensas emocionales, que se las apañaría para ocultarse tras ellas, de sí mismo y del lector, hasta el final", recuerda el escritor. "Pero de pronto comprendí que tenía que modificar esta decisión. Solo durante un instante, hacia el final de la historia, tenía que hacer que su armadura se resquebrajase. Debía permitir que debajo de ella se vislumbrase un vasto y trágico anhelo, que en su empeño por convertirse en el sirviente perfecto se ha prohibido amar o recibir el amor de la mujer que le atrae".
Intimidad y sentimiento
"Los puntos de inflexión en la carrera de un escritor -tal vez en todo tipo de carreras- se producen de este modo. A menudo en situaciones anodinas y cotidianas. Son reveladores destellos silenciosos e íntimos", prosiguió el escritor, comenzando a concluir su reflexión. "En ocasiones, lo que nos revelan puede ir a contracorriente del sentido común predominante. Pero cuando aparecen, es importante ser capaz de reconocerlos como lo que son. Porque de otro modo se nos escaparán de entre las manos", advierte. "He estado enfatizando lo minúsculo y lo privado, porque en esencia es de esto de lo que trata mi trabajo. Una persona que escribe en una habitación silenciosa e intenta conectar con otra persona que lee en otra habitación silenciosa. Las ficciones pueden entretener, en ocasiones enseñar o polemizar sobre algún tema. Pero para mí lo esencial es que transmiten sentimientos, que apelan a lo que compartimos como seres humanos por encima de fronteras y separaciones".
Porque para Ishiguro, que ha reservado para el final la parte con mensaje de su discurso, la separación y las fronteras son uno de los enemigos clave de nuestro mundo hoy en día. "Hace poco me he dado cuenta de que llevaba unos cuantos años viviendo en una burbuja. Que no había sido capaz de percatarme de la frustración y las preocupaciones de mucha gente a mi alrededor", reconoce el escritor, autocrítico. "El año 2016, marcado por sorprendentes -y para mí deprimentes- acontecimientos políticos en Europa y en Estados Unidos, y de nauseabundos actos de terrorismo por todo el planeta, me obligó a admitir que el imparable avance de los valores liberales que había dado por garantizado desde mi infancia podría haber sido una mera ilusión", valora.
Futuro diverso y optimista
Optimista por naturaleza, Ishiguro hace referencia a los grandes triunfos del pasado europeo, como la recuperación tras la Segunda Guerra Mundial o el fin de la Guerra Fría, "sin embargo, al echar la vista atrás, la época que surgió de la caída del muro de Berlín parece marcada por la autocomplacencia y las oportunidades perdidas", opina. "Por el momento parece faltarnos una causa progresista que nos una. En lugar de eso, incluso en las ricas democracias occidentales, nos estamos fracturando en facciones rivales desde las que competir a cara de perro por los recursos y el poder", reprocha en tono enérgico.
Por eso se plantea si un "un sesentón que se frota los ojos e intenta discernir los contornos entre la bruma de este mundo que hasta ayer ni siquiera sospechaba que existiese, un autor fatigado de una generación fatigada", puede encontrar la energía necesaria para escrutar este escenario desconocido. "Debo seguir adelante y hacerlo lo mejor que pueda", se responde, "porque continúo creyendo que la literatura es importante y lo será en especial mientras atravesamos este difícil territorio. Pero recurriré a los escritores de la generación más joven para que nos inspiren y nos guíen. Esta es su era y ellos tendrán los conocimientos y el instinto de los que yo careceré. De modo que soy optimista. ¿Por qué no iba a serlo?".
"Permítanme concluir", ha continuado en este sentido, "haciendo un llamamiento, si quieren, ¡mi llamamiento del Nobel! Es difícil arreglar el mundo, pero pensemos al menos en cómo podemos mejorar nuestro pequeño rincón, el rincón de la literatura. Creo que debemos ampliar nuestra diversidad". Ampliar el mundo literario para incorporar muchas más voces procedentes de más allá de las zonas de confort de las elitistas culturas del primer mundo, y ampliar la definición de lo que es la buena literatura, porque "la próxima generación llegará con todo tipo de nuevos y en ocasiones desconcertantes modos de contar historias importantes y maravillosas. En unos tiempos de divisiones peligrosamente crecientes, debemos escuchar", aconseja el escritor. "La buena escritura y la buena lectura derribarán barreras. Debemos incluso encontrar una nueva idea, una gran visión humanista, alrededor de la que congregarnos y que nos una", ha concluido rotundo.