Tanguy Viel. Foto: Patrice Normand
El escritor francés publica Artículo 353 del código penal (Destino), un ácido relato que reflexiona sobre la injusticia social y los límites morales y personales de la justicia.
La historia de Kermeur, "universal en su ignoracia, sus dudas y sus fracasos"es la de aquellos obreros sacrificados en nombre de la competitividad y el todopoderoso dinero. Pero, ¿puede esto constituir una circunstancia atenuante en un crimen? La respuesta está precisamente en el artículo que titula la novela, el 353 del Código de procedimiento penal francés, en el que se apela a la "íntima convicción", a la conciencia del juez o jurado en lugar de a los hechos para dictaminar sentencia.
Pregunta.- La novela se construye sobre la necesidad del juez de entender, de escuchar a Kermeur, ¿de dónde nace esta necesidad?
Respuesta.- Yo creo que Kermeur intenta comprenderse a sí mismo y eso pasa por dirigirse a alguien, por un idioma que intentamos compartir. El juez es un poco eso, el símbolo de un lenguaje oficial, de una comunidad en la que Kermeur intenta inscribirse y, por tanto, justificarse.
P.- Apuesta en la historia por la verdad en lugar del suspense, ¿qué nos ata a la novela si ya sabemos lo principal (asesino, cadáver, móvil) en las primeras páginas?
R.- Durante mucho tiempo la escena de la muerte estaba al final del libro. Pero después un amigo que me dijo "sí, está bien pero es molesto, porque durante toda la lectura del libro nos preguntamos qué ha hecho, si lo ha matado y cómo". Entonces me dije que eso no era eso lo importante, lo que me interesaba era el espesor psicológico y ahondar en la trama del pasado, en las causas del desenlace. Así que probé a poner la escena de la muerte al principio. Y funcionaba.
P.- Kermeur habla constantemente de su condición de socialista del 81, ¿ha sido una clase traicionada política y socialmente? ¿Por qué no se rebelaron contra la reconversión industrial?
R.- Creo que ha habido revueltas, huelgas y muchas protestas. Pero todo esto se ha hecho muy lentamente, de manera casi invisible. Y justamente en el caso del arsenal de Brest ha habido mucho dinero a cambio para que la gente se jubilara. Después ha llegado la fatalidad, la obviedad de que el mundo cambia y que aunque resistamos, cambiará. También está la fatiga de la gente.
P.- La historia se sitúa a finales de los años 90, ¿sería posible que ocurriera algo similar hoy, 20 años después?
R.- Por supuesto, esto podría pasar hoy. Incluso diría que puede pasar y pasa. Pero también podría haber pasado mucho antes. Hay una novela de Balzac, César Birotteau, que ya cuenta una historia de estafa inmobiliaria, en 1830. No hay edad para eso. Pero quizás un nuevo tipo de personajes desembarcaron en los años 80.
P.- Sabemos dónde y cuándo ocurre la historia, pero lo muestra de forma sutil, ¿podría haber sido igual en cualquier parte de Francia, o incluso de Europa?
R.- Estoy seguro de que puede pasar en cualquier parte. Para mí, la Bretaña, Finisterre, es ideal porque es un territorio todavía salvaje, un poco inocente a su manera. Y entonces llega el "conquistador", el hombre de ciudad y con dinero que puede mancharlo y contaminarlo todo. El contraste es más fuerte en ciertos lugares. Pero imagino que eso existe igualmente en las islas griegas o en Andalucía.
P.- Kermeur es un hombre completamente destruido, pero como él mismo dice, no actúa por impulso, ¿por qué mata finalmente a Lazenec? ¿Cuál es el clic final, la gota que colma el vaso y hace que tome, quizá por primera vez, las riendas de su vida?
R.- Siempre es misterioso ese paso del pensamiento al acto. Un hombre normal que un instante después se convierte en criminal. He debatido mucho con los magistrados y jueces franceses, y todos me han dicho: eso es lo que intentamos comprender, ese instante de "báscula". Y ese instante, es irracional e inexplicable, y al mismo tiempo queda explicado por los treinta o cuarenta años anteriores. Yo tengo este sentimiento, que cada instante de nuestra existencia se debe a sí mismo, y más allá de deberse a sí mismo se debe a la historia del mundo entero.
P.- Más allá de su justificación del bien común, de haber hecho lo correcto, ¿cree que Kermeur se absuelve a sí mismo?
R.- No lo sé. Es cierto que se parece a una confesión y que Kermeur busca quizás una forma de absolución. Pero yo diría que busca más bien una "resolución", es decir, él considera su vida y sus actos como un enigma. Y mientras la cuenta, resuelve el enigma, deshace los nudos de su existencia.
P.- Y usted, ¿absolvería a Kermeur? ¿Cómo reaccionaría la sociedad francesa ante un caso similar, cree que su novela cumple una fantasía colectiva de justicia social?
R.- No lo pensé como escritor pero ahora, cuando veo las reacciones en Francia, creo que cumple exactamente esta fantasía, la de un fantasma colectivo de justicia social. Podemos verlo en las películas de Tarantino por ejemplo, en Malditos bastardos, cuando Hitler muere en un incendio: esto sienta muy bien. El único riesgo es el de aislar la justicia en la imaginación. Sin embargo no es la literatura quien tiene que hacer justicia, sino precisamente la justicia, el Estado, todos nosotros.