Nathan Hill. Foto: Michael Lionstar
Cuando llegue 2020 y se convoquen elecciones en Estados Unidos, seguro que estaremos inundados de novelas sobre un matón con complejo de Edipo y predisposición a la gesticulación frenética que se presenta a presidente sobre una vulgar tribuna de intolerancia y xenofobia. Con toda probabilidad, los autores de esas novelas atribuirán la culpa de su ascendiente a la clase dirigente conservadora, que ha abrazado durante décadas valores similares, y a la cultura obsesionada con Twitter y la telerrealidad que le presta atención. Y tendrán razón, pero eso no es todo. El Nix, de Nathan Hill (Iowa, 1976), una primera novela ambiciosamente panorámica y humana, oscila entre los polos de las protestas de 1968 en Chicago y el año 2011. Su telón de fondo incluye el movimiento Ocupa Wall Street, una serie de insípidos cantantes pop y un reaccionario gobernador de Wyoming que lleva revólver y se presenta a presidente. El autor centra su atención en los fracasos y el idealismo fuera de lugar de los hijos del baby boom, una generación que, en menos de dos décadas, pasó de las motos a los monovolúmenes y del socialismo al sushi. Pero, como dicen en los publirreportajes que El Nix podría parodiar, ¡esperen, aún hay más! La novela también viaja por la Noruega de la década de 1940, el Chicago suburbano de la de 1980 y la Guerra de Irak, y se introduce, entre otras, en las mentes de Hubert H. Humphrey, de un cínico editor, de un plagiador universitario, de un poli aficionado a dar palizas a los hippies y de un adicto a los videojuegos. Por mareante que suene el argumento, las múltiples líneas narrativas se compaginan a buen ritmo, aunque la articulación de los 10 capítulos del libro chirríe, con transiciones que combinan retrospección y predisposición subconsciente como sacadas de un guion sentimentaloide.
Al comienzo de la saga, Faye Andresen-Anderson, una antigua activista de la izquierda radical de 61 años, aparece en un vídeo tirando piedras al ya citado gobernador, lo cual se convierte en un escándalo nacional. Para que le ayude de cara a las acusaciones contra Andresen-Anderson, su abogada pide al hijo de esta, al que abandonó cuando tenía 11 años, que escriba una carta sobre el carácter de su madre. Samuel, que ahora tiene 34 años, es profesor de inglés en una pequeña universidad cercana a Chicago, está frustrado y pasa el tiempo libre jugando por internet a un juego llamado World of Elfscape, añorando a Bethany, el amor de su infancia, defendiéndose de un alumno que se dedica a plagiar y que quiere que lo despidan, y posponiendo una novela a la que dio un empujón hacía una década animado por la promesa de que sería tema de un artículo en una prestigiosa revista. Cuando se entera de que lo van a demandar para que devuelva el adelanto por la novela nunca escrita, Samuel propone una historia alternativa sobre su madre, y su editor accede de inmediato. Estas maquinaciones son un ardid para que Samuel investigue la historia de su madre e intente entender por qué lo abandonó. Revelar que el texto de El Nix resulta ser el libro que éste acaba escribiendo no es demasiada indiscreción. O tal vez debería decir “los libros”, porque, con sus más de 600 páginas, El Nix en realidad es varias novelas superpuestas como las capas de una tarta. Cuando era niño, a Samuel le encantaban los libros de la serie Elige tu propia aventura, y esta se convierte en un motivo constante, incluido un capítulo de 56 páginas escrito en su característico estilo en segunda persona. “Sabía que los libros de Elige tu propia aventura se bifurcaban en una u otra dirección para luego volver a bifurcarse una y otra vez, y que, al final, cada historia formaba un todo narrativo unificado, muchas historias en una”, dice Hill. El Nix también aspira a este “todo narrativo unificado”. Contiene el cuento de la madre y el hijo, relatos de la entrada de Faye en la edad adulta, y la adolescencia de Samuel y su posterior crisis de principios de la mediana edad, además de otros chismes. A esto se añade que los capítulos están escritos en diferentes registros. Los que se refieren a la época contemporánea recuerdan a Pynchon y, especialmente, a David Foster Wallace -natural como Hill del Medio Oeste- por su prosa equilibrista, sus diálogos y sus parodias fantásticas de la vida en el capitalismo tardío. Las décadas anteriores se narran en un tono más elegíaco y realista a lo John Irving o Michael Chabon. Las buenas noticias primero. Hill tiene tanto talento para derrochar que es capaz de sacar adelante con éxito cualquier estilo, imaginarse a sí mismo dentro de cualquier persona y hacer un retrato convincente de cualquier época o lugar. El Nix es entretenidísima y de una inteligencia infalible, y su autor parece incapaz de escribir una frase vulgar o de inventar una historia aburrida. Así describe Samuel un encuentro sexual involuntario a los 11 años con el hermano de Bethany, quien le dice que finja que es su hermana: “Bishop presionaba hacia su interior, y Samuel sintió ese arrebato que lo invadía tantas veces en clase, en su mesa; esa cascada de tensión, ese explosivo calor nervioso que lo hacía retorcerse y luego dirigir la mirada hacia abajo y ver cómo crecía y se hinchaba sabiendo que no debería estar creciendo e hinchándose, pero haciéndolo de todas maneras, sin poder parar, y la manera en que lo que estaba pasando parecía clarificar las cosas, responder a algo importante acerca de él, de lo que le había sucedido ese día, convencido de que todo el mundo sabía lo que estaba haciendo en ese preciso momento”.Los capítulos sobre la época contemporánea recuerdan a Pynchon y a David Foster Wallace por su prosa equilibrista, sus diálogos y sus parodias
'El Nix' es una novela entretenidísima y de una inteligencia infalible, y su autor parece incapaz de escribir una frase vulgar o de inventar una historia aburridaNo hay muchos escritores, aparte del propio Wallace, lo bastante elásticos para poner voz a la picardía analítica del primer pasaje y a la sensible interioridad del segundo. Sin embargo, la novela que Hill ha ensamblado es tan dispersa en sus tonos, sus escenarios y sus personajes que en ningún momento ofrece al lector la oportunidad de arraigar en el suelo emocional del libro. Tan pronto como llegamos a conocer a un personaje o una época, somos dirigidos a otra persona, otra década u otra forma de expresión, a menudo con un fin relativamente incoherente, como una digresión dedicada primero al adicto a Elfscape (mediante un capítulo de 11 páginas muy de La broma infinita compuesto prácticamente por una sola frase) y luego al plagiador, actores secundarios en un conjunto ya abarrotado. La relación entre Faye y Samuel, tema central de la novela, no da los frutos que se pretende, como tampoco la resolución de la añoranza de Bethany que siente Samuel. Al final, todos los hilos convergen, pero tan limpiamente que parece más la elegante solución a un rompecabezas que una expresión de la vida real. El lector tiene la sensación de que Hill quería incluir todas las anécdotas, observaciones y expresiones que hubiese ideado u oído nunca, y que era reacio a recortar ninguna. Quizá tampoco se sintiese inclinado a escribir una novela más directa y tranquila por miedo a caer “en algunas convenciones trilladas sobre el paso a la edad adulta”. Todo ello produce un efecto desconcertante, porque Hill es un narrador tan sensible y con tanto talento que El Nix no necesita esas digresiones y esos artilugios posmodernos. Cuando el autor explora en serio los temores y los deseos de los seres humanos, cualquier elemento de familiaridad convencional que puedan contener se diluye en su hábil control de la narrativa y su matizada atención al lenguaje y a la psicología. Por otra parte, si su principal objetivo era representar, en todas sus tragicómicas contradicciones, el retroceso de un país del que no sería descabellado imaginar que eligiese a Trump como próximo presidente, quizá el exceso caótico y surrealista fuese la única opción posible para esta novela audaz y monumental sobre la desventura estadounidense. © New York Times Book Review